Asradi apenas y había entendido poco menos de la mitad de lo que Ragnheidr había dicho, o intentado explicar. Algo de un amigo pequeño, unas invitaciones y... ¿Una boda?. Había mirado a Airgid con la misma expresión de quien observa un fenómeno de la naturaleza, a ver si ella o alguien más podía echar más luz a todo aquello. Para ese entonces se encontraban, de nuevo, en la casa de la rubia. La pobre casa que, ahora mismo, más bien parecía la choza de unos maleantes. El grandullón había roto cosas, ella quería creer que sin querer, debido a no controlar bien su tamaño en medio de un hogar de dimensiones “normales”. Era como si, literalmente, hubiese pasado un elefante en estampida por ese sitio.
— Vendré en un par de horas, espero... — Musitó, con un suspiro.
Le tocaría ir de compras, claro. Pero es que no tenía ni puñetera idea qué regalarle al casamentero. Y, aparte, estaba el tema de la vestimenta de etiqueta. ¡Etiqueta sus escamas! ¿En serio había que acudir a un evento de esa índole con esas pintas? Asradi no sabía que era peor. Si eso, precisamente, o tener que gastar su preciado dinero en una tontería como esa. Y había que sumarle el regalo de marras. Aparte de que la cosa era que Ragn había dicho que su amigo era pequeño. ¿Qué era pequeño para Ragn? Porque ella era pequeña en comparación al rubio. Así que, estaba en las mismas.
Sentía que estaba en un repentino agujero y no le daba la gana de caer sola en él.
— Ubben, ¿me acompañas? — La sonrisa que le dedicó al susodicho fue, por demás, encantadora. Y manipuladora. Era consciente de ello.
Si podía arrastrar con ella a Ubben, todo sería más fácil. Y así también se ganaba no solo un escolta, sino también una opinión a mayores y una ayuda para ver qué diablos le compraría. Seguía sin estar convencida del atuendo, eso por otro lado.
Así pues, tras su pequeña travesura, logró arrastrar al bribón moreno con ella, donde recorrieron durante un buen trecho hasta que una buena idea surgió de Ubben.
— ¿Estás seguro? — Le preguntó a su acompañante, mientras veía el resultado del regalo que ambos habían conseguido más de una hora después.
Lo que vendría siendo un carruaje de buenas proporciones, envuelto en un estrambótico papel de regalo por todos lados y tirado por un par de caballos que habían pedido prestados en las afueras. Claro. Prestados. Asradi solo había tenido que tirar de labia y cierta coquetería para encandilar al dueño de los animales. Así que los caballos también podrían ir incluídos en el regalo. De hecho, había conseguido que el dueño de los equinos se encargase de conducir el carruaje cuando fuese el momento de trasladarse hacia el lugar del compromiso.
Los ojos azules de la sirena contemplaron el carruaje, del cual no se adivinaba más allá de su forma al estar totalmente empapelado con colores chillones. Y luego miró a los caballos, los cuales vestían una llamativa y decente armadura que ensalzaban su porte. Armadura hecha con, literalmente, el mismo papel de regalo.
— Ahora solo falta la ropa. ¿En serio hay que ir así vestido? — Rezongó un tanto al principio.
Al menos ya habían finiquitado el tema del regalo. Así que ahora tocaba la ropa en sí. Se notaba que, inicialmente, la sirena no tenía muchas ganas de ello, pero entre risas y ocurrencias de Ubben, fue animándose un poco más al respecto. Llegaron a una tienda de disfraces, regentada por un tipo todavía más estrafalario si cabía. Tras un intercambio de ideas, al final Asradi se decantó por una indumentaria un tanto peculiar y que, al mismo tiempo, era totalmente acorde a ella, solo por hacer un poco la gracia y que, quienes ya conocian su pequeño secretito sirénido, terminarían captando. Así pues, con cuidado de no mostrar la cola en aquel establecimiento, termino vestida, de pies a cabeza (con su falda larga incluída) de sushi. Sí, literalmente. De sushi. En concreto, de un nigiri de gamba, y con algún adorno propio en la cabeza, que adjuntaba dicho aspecto.
— Menudas pintas llevas. — No pudo evitar echarse a reír, minutos más tarde y acomodada en una carreta un tanto peculiar, al mirar también el disfraz de Ubben.
Así pues, de esa guisa ambos terminaron encaminándose hacia el lugar donde tendría lugar el tan esperado enlace nupcial.
— Vendré en un par de horas, espero... — Musitó, con un suspiro.
Le tocaría ir de compras, claro. Pero es que no tenía ni puñetera idea qué regalarle al casamentero. Y, aparte, estaba el tema de la vestimenta de etiqueta. ¡Etiqueta sus escamas! ¿En serio había que acudir a un evento de esa índole con esas pintas? Asradi no sabía que era peor. Si eso, precisamente, o tener que gastar su preciado dinero en una tontería como esa. Y había que sumarle el regalo de marras. Aparte de que la cosa era que Ragn había dicho que su amigo era pequeño. ¿Qué era pequeño para Ragn? Porque ella era pequeña en comparación al rubio. Así que, estaba en las mismas.
Sentía que estaba en un repentino agujero y no le daba la gana de caer sola en él.
— Ubben, ¿me acompañas? — La sonrisa que le dedicó al susodicho fue, por demás, encantadora. Y manipuladora. Era consciente de ello.
Si podía arrastrar con ella a Ubben, todo sería más fácil. Y así también se ganaba no solo un escolta, sino también una opinión a mayores y una ayuda para ver qué diablos le compraría. Seguía sin estar convencida del atuendo, eso por otro lado.
Así pues, tras su pequeña travesura, logró arrastrar al bribón moreno con ella, donde recorrieron durante un buen trecho hasta que una buena idea surgió de Ubben.
— ¿Estás seguro? — Le preguntó a su acompañante, mientras veía el resultado del regalo que ambos habían conseguido más de una hora después.
Lo que vendría siendo un carruaje de buenas proporciones, envuelto en un estrambótico papel de regalo por todos lados y tirado por un par de caballos que habían pedido prestados en las afueras. Claro. Prestados. Asradi solo había tenido que tirar de labia y cierta coquetería para encandilar al dueño de los animales. Así que los caballos también podrían ir incluídos en el regalo. De hecho, había conseguido que el dueño de los equinos se encargase de conducir el carruaje cuando fuese el momento de trasladarse hacia el lugar del compromiso.
Los ojos azules de la sirena contemplaron el carruaje, del cual no se adivinaba más allá de su forma al estar totalmente empapelado con colores chillones. Y luego miró a los caballos, los cuales vestían una llamativa y decente armadura que ensalzaban su porte. Armadura hecha con, literalmente, el mismo papel de regalo.
— Ahora solo falta la ropa. ¿En serio hay que ir así vestido? — Rezongó un tanto al principio.
Al menos ya habían finiquitado el tema del regalo. Así que ahora tocaba la ropa en sí. Se notaba que, inicialmente, la sirena no tenía muchas ganas de ello, pero entre risas y ocurrencias de Ubben, fue animándose un poco más al respecto. Llegaron a una tienda de disfraces, regentada por un tipo todavía más estrafalario si cabía. Tras un intercambio de ideas, al final Asradi se decantó por una indumentaria un tanto peculiar y que, al mismo tiempo, era totalmente acorde a ella, solo por hacer un poco la gracia y que, quienes ya conocian su pequeño secretito sirénido, terminarían captando. Así pues, con cuidado de no mostrar la cola en aquel establecimiento, termino vestida, de pies a cabeza (con su falda larga incluída) de sushi. Sí, literalmente. De sushi. En concreto, de un nigiri de gamba, y con algún adorno propio en la cabeza, que adjuntaba dicho aspecto.
— Menudas pintas llevas. — No pudo evitar echarse a reír, minutos más tarde y acomodada en una carreta un tanto peculiar, al mirar también el disfraz de Ubben.
Así pues, de esa guisa ambos terminaron encaminándose hacia el lugar donde tendría lugar el tan esperado enlace nupcial.