Balagus
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11-09-2024, 07:55 PM
La voz ronca del tabernero retumbó a lo largo del establecimiento tan pronto como el bullicio de una tripulación la inundó. Era un alboroto animado, lleno de jolgorio y de celebración. Balagus se asomó brevemente por la puerta para echar evaluar el campo de batalla de un vistazo.
Una mujer enorme, con pintas de tener un apetito voraz, y una tripulación ballenera hedionda con mucho que celebrar. Sonriendo, se apretó el pañuelo que recogía el pelo y el sudor de su frente, y afiló dos cuchillos antes de volver a los fuegos. Aunque fuera bajo unas condiciones aborrecibles, siempre apreciaba un reto cuando lo tenía delante.
El enorme cerdo ya había sido colocado sobre una enorme fuente, perfectamente dorado y sazonado. Su mitad inferior había sido descuartizada y preparada en los platos con la salsa y las patatas, salvo por las patas, que servían de lecho a los lados del animal, y de muro de contención para su relleno. Porque sí, había rellenado al propio cochino con una mezcla de sus propias tripas picadas, sangre, tocino, especias fuertes, cebolla, col, y más patatas, en un festival carnívoro bañado en los jugos sudados tras asar el resto del animal.
Esto ya era de por sí un plato mayúsculo en cualquier establecimiento de la zona pobre de Oykot, pero Balagus, que recordaba bien cómo satisfacer a una banda de guerreros salvajes y hambrientos de entre tres y cinco metros de altura, tenía guardado un as bajo la manga: tiras de panceta del cerdo, seleccionadas entre las mejores del animal, cortadas en generosas tiras, untadas en manteca y fritas en aceite, con su piel incluida, en un proceso simple, pero celosamente guardado para crear uno de los manjares más grotescamente calóricos, insanos y deliciosos del mundo.
Ver salir al gigantón de la cocina, cargando la fuente con el cerdo, haciendo que los propios parroquianos se apartaran a su paso, resultaba muy raro de ver. Normalmente, sólo lo hacía cuando estaba orgulloso del fruto de su trabajo, y aquello implicaba, sin excepción, un plato demasiado grande como para que nadie más pudiera llevarlo. Justo dejó el plato principal, con las tiras de panceta fritas dispuestas a los lados del marrano, sobre las propias patas, cuando había finalizado un brindis en la mesa.
- ¡La cena os espera! No me deis vuestra valoración aún: los platos hablarán por vosotros.- Se jactó, con un tono inusualmente satisfecho y jovial en su gutural voz.
Con pasos firmes y rápidos, volvió a escurrirse hacia la cocina, en la que se fue cargando con platos y cuencos de guiso según los iban pidiendo. Había visto el brillo en los ojos de su compañero: algo había captado su atención, y eso eran buenas noticias, por lo que trató de aprovechar para escuchar fragmentos de las conversaciones aquí y allá, especialmente en la mesa de Kata. No era muy bueno en ello, y el tener que regresar a la cocina para seguir preparando raciones limitaba mucho las posibilidades de enterarse de nada, pero confiaba en el ingenio y las habilidades sociales de Silver para suplir sus propias carencias.
Una mujer enorme, con pintas de tener un apetito voraz, y una tripulación ballenera hedionda con mucho que celebrar. Sonriendo, se apretó el pañuelo que recogía el pelo y el sudor de su frente, y afiló dos cuchillos antes de volver a los fuegos. Aunque fuera bajo unas condiciones aborrecibles, siempre apreciaba un reto cuando lo tenía delante.
El enorme cerdo ya había sido colocado sobre una enorme fuente, perfectamente dorado y sazonado. Su mitad inferior había sido descuartizada y preparada en los platos con la salsa y las patatas, salvo por las patas, que servían de lecho a los lados del animal, y de muro de contención para su relleno. Porque sí, había rellenado al propio cochino con una mezcla de sus propias tripas picadas, sangre, tocino, especias fuertes, cebolla, col, y más patatas, en un festival carnívoro bañado en los jugos sudados tras asar el resto del animal.
Esto ya era de por sí un plato mayúsculo en cualquier establecimiento de la zona pobre de Oykot, pero Balagus, que recordaba bien cómo satisfacer a una banda de guerreros salvajes y hambrientos de entre tres y cinco metros de altura, tenía guardado un as bajo la manga: tiras de panceta del cerdo, seleccionadas entre las mejores del animal, cortadas en generosas tiras, untadas en manteca y fritas en aceite, con su piel incluida, en un proceso simple, pero celosamente guardado para crear uno de los manjares más grotescamente calóricos, insanos y deliciosos del mundo.
Ver salir al gigantón de la cocina, cargando la fuente con el cerdo, haciendo que los propios parroquianos se apartaran a su paso, resultaba muy raro de ver. Normalmente, sólo lo hacía cuando estaba orgulloso del fruto de su trabajo, y aquello implicaba, sin excepción, un plato demasiado grande como para que nadie más pudiera llevarlo. Justo dejó el plato principal, con las tiras de panceta fritas dispuestas a los lados del marrano, sobre las propias patas, cuando había finalizado un brindis en la mesa.
- ¡La cena os espera! No me deis vuestra valoración aún: los platos hablarán por vosotros.- Se jactó, con un tono inusualmente satisfecho y jovial en su gutural voz.
Con pasos firmes y rápidos, volvió a escurrirse hacia la cocina, en la que se fue cargando con platos y cuencos de guiso según los iban pidiendo. Había visto el brillo en los ojos de su compañero: algo había captado su atención, y eso eran buenas noticias, por lo que trató de aprovechar para escuchar fragmentos de las conversaciones aquí y allá, especialmente en la mesa de Kata. No era muy bueno en ello, y el tener que regresar a la cocina para seguir preparando raciones limitaba mucho las posibilidades de enterarse de nada, pero confiaba en el ingenio y las habilidades sociales de Silver para suplir sus propias carencias.