La masa de agua impactó contra el microbio, ahogándolo parcialmente. Sin embargo, su tamaño resultó ser condena y bendición al mismo tiempo. Como el juez que imparte justicia absoluta, la masa de agua lo desplazó de su posición original, librándolo de la muerte segura que era ser aplastado por el ataque siguiente aunque para mí ya hubiera muerto tras semejante ataque. Nuevamente, su tamaño fue su salvación, que sumado a la oscuridad reinante y tan solo desafiada por mi capacidad lumínica, le permitieron pasar totalmente inadvertido durante su vuelo hasta el árbol más cercano. El impacto contra el suelo destrozó el saliente del acantilado parcialmente, derrumbándolo en cientos de piedras de diferentes tamaños que comenzarían a caer al mar, presas libres ahora de la gravedad. Junto a ellas, tendría que estar el despreciable ser del inframundo que me había ofendido a mí y al mar de esa forma – Ya tenéis desayuno-lurk – dije en voz alta a los peces que merodeaban por mis pies. No esperaba que me escucharan, por supuesto, sino que más bien había sido una expresión para dirigirme a mí mismo. La furia que había sentido la había descargado en ese golpe y, al igual que el suelo, ya se había roto en mil pedazos y regresaba al lugar del que emanaba: el fondo del mar.
Los pueblerinos más curiosos, y osados, se habían acercado hasta el lugar, más o menos, atraídos por mi luz, como las presas en el fondo abisal. Al igual que pequeños insectos descerebrados, habían acudido al reclamo que sin duda tendría como fin la conclusión de sus vidas. De no haber sido por el kilómetro largo que nos separaba y la oscuridad, podría haber visto sus atónitas miradas y mandíbulas desencajadas. Uno de ellos se frotó los ojos, como si estuviera en un sueño y quisiera comprobar que lo que tenía frente a sí era real. Mi comportamiento completamente normal y agradable, como si el hecho de ser un ser gigante luminiscente que acababa de destrozar parte del acantilado fuera tan cotidiano como pasear una mañana camino al mercado a comprar un par de manzanas y dos barras de pan. Sentía paz y un extraño vacío placentero en mi cuerpo. Ese bienestar y pequeña euforia que dejaba el liberar las tensiones acumuladas después de hacer ejercicio y nadar cuarenta o cincuenta kilómetros. ¿Qué? Soy un pez y además grande, las distancias son relativas.
Inicié el movimiento para sumergirme de nuevo, cuando lo vi. O más bien, vi una mosca que volaba inusualmente directa hacia mí y a una gran velocidad. Pude verla cuando ya la tenía casi encima y había entrado en el radio de luz de mi habilidad abisal. La sorpresa se mezcló con el desconcierto - ¿Tú no estabas muerto-lurk? - pregunté al aire, incrédulo. Traté de levantar el brazo para capturarlo como a un insecto volador, pero como tal, se escapó entre los dedos. Sentí el impacto de lleno. Lo sentí en mi hombro, donde ahora reposaba el diminuto ser. El Profanador del Mar. El Contaminador de Océanos. El golpe dolió, pero no fue nada que no pudiera soportar. A penas un golpe sin importancia. ¡Me había hecho más daño chocándome contra algún arrecife de coral! Sin embargo, el envite sí consigió que el pie derecho retrocediera un metro para estabilizarme, quedándome en el mismo sitio prácticamente. Rápidamente, golpeé en mi hombro izquierdo con la mano derecha para aplastar al ser del inframundo como el mosquito que era, cerrando la mano tras golpear para buscar encerrarlo allí y evitar que escapase.
Los pueblerinos más curiosos, y osados, se habían acercado hasta el lugar, más o menos, atraídos por mi luz, como las presas en el fondo abisal. Al igual que pequeños insectos descerebrados, habían acudido al reclamo que sin duda tendría como fin la conclusión de sus vidas. De no haber sido por el kilómetro largo que nos separaba y la oscuridad, podría haber visto sus atónitas miradas y mandíbulas desencajadas. Uno de ellos se frotó los ojos, como si estuviera en un sueño y quisiera comprobar que lo que tenía frente a sí era real. Mi comportamiento completamente normal y agradable, como si el hecho de ser un ser gigante luminiscente que acababa de destrozar parte del acantilado fuera tan cotidiano como pasear una mañana camino al mercado a comprar un par de manzanas y dos barras de pan. Sentía paz y un extraño vacío placentero en mi cuerpo. Ese bienestar y pequeña euforia que dejaba el liberar las tensiones acumuladas después de hacer ejercicio y nadar cuarenta o cincuenta kilómetros. ¿Qué? Soy un pez y además grande, las distancias son relativas.
Inicié el movimiento para sumergirme de nuevo, cuando lo vi. O más bien, vi una mosca que volaba inusualmente directa hacia mí y a una gran velocidad. Pude verla cuando ya la tenía casi encima y había entrado en el radio de luz de mi habilidad abisal. La sorpresa se mezcló con el desconcierto - ¿Tú no estabas muerto-lurk? - pregunté al aire, incrédulo. Traté de levantar el brazo para capturarlo como a un insecto volador, pero como tal, se escapó entre los dedos. Sentí el impacto de lleno. Lo sentí en mi hombro, donde ahora reposaba el diminuto ser. El Profanador del Mar. El Contaminador de Océanos. El golpe dolió, pero no fue nada que no pudiera soportar. A penas un golpe sin importancia. ¡Me había hecho más daño chocándome contra algún arrecife de coral! Sin embargo, el envite sí consigió que el pie derecho retrocediera un metro para estabilizarme, quedándome en el mismo sitio prácticamente. Rápidamente, golpeé en mi hombro izquierdo con la mano derecha para aplastar al ser del inframundo como el mosquito que era, cerrando la mano tras golpear para buscar encerrarlo allí y evitar que escapase.