Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
12-09-2024, 09:00 AM
17 de Verano del año 724.
5;45 de la mañana.
Hogar de Airgid.
5;45 de la mañana.
Hogar de Airgid.
Volver hogar a un lugar, era dotarlo de personalidad, de objetos que recordaran a los que vivían o han vivido en el. En este caso, Airgid volvió la mitad de su casa en un garaje, debido a que vivía sola desde hacía demasiado tiempo. Se podría decir que las tuercas y las manchas de aceite dotaban a ese sitio de la personalidad que Airgid emanaba. La carismatica mujer estaba a punto de darse cuenta, que ni si quiera conocía el lugar donde estaba viviendo. El destino de la fémina se encontraba a sus pies ...
La entrada al sótano en la "casa/garaje" de Airgid era casi imposible de detectar, incluso para alguien tan minuciosa como la rubia. Detrás de un antiguo estante de herramientas oxidadas, cubierto por décadas de polvo y telarañas, se encontraba una pequeña trampilla de madera que parecía una tabla más del suelo desgastado. Los bordes de la madera eran ásperos, disimulados por la mugre acumulada y el desuso. Era una zona a la que la mujer nunca había dado uso y para añadir más, siempre creyó que formaba parte de un "estudio" que alguno de sus padres tuvo en algúna ocasión. Para abrirla, se requería girar una manivela oculta entre la estructura del estante, la cual hacía un leve click casi imperceptible, liberando el mecanismo de apertura. Al levantar la trampilla, un escalofrío subía por la columna vertebral de cualquiera que accediera. El polvo caía en gruesas capas, formando nubes grisáceas que flotaban en el aire viciado del sótano. Los escalones de madera chirriaban al ser pisados, y las paredes, apenas iluminadas por un tenue resplandor que se filtraba por pequeñas ranuras en el techo, estaban cubiertas por una gruesa capa de moho. El sótano había sido diseñado con una inteligencia cruda pero eficaz. Estaba estratégicamente escondido entre paredes reforzadas con piedras y tierra compacta, aseguraba que cualquier sonido o actividad quedara en completo silencio. Nadie, ni siquiera la rubia, podría haber imaginado que bajo la sucia fachada del garaje, Airgid albergaba un escondite de revolucionarios. O al menos, de lo que fue el "origen" de los mismos.
El lugar olía a humedad y abandono, pero también a historia. Antiguos papeles amarillentos y mapas con líneas marcadas y rutas estratégicas yacían esparcidos sobre una mesa de madera corroída. Era el refugio perfecto, una guarida que había permanecido oculta en las sombras, incluso para su propia dueña, la niña de una pata. Sin embargo, también es cierto que aquello estaba abandonadisimo. Tan descuidado por que nadie recordaba ya lo que fue una base de operaciones, quizás. Entre los papeles polvorientos y desordenados, había un grupo de notas que destacaban de las demás por su apariencia y el inusual cuidado con el que habían sido redactadas. Eran más gruesas, hechas de un papel rugoso y ligeramente amarillento, pero con un tacto más resistente que los otros documentos que se desmoronaban con el lugarr. En cada una de estas notas, en la esquina derecha, aparecía un sello inconfundible, un dragón elegantemente dibujado, cuyas alas envolvían un círculo de fuego. El trazo del dibujo era delicado pero poderoso, como si quien lo hubiese hecho hubiera invertido una precisión casi obsesiva en cada detalle de la criatura. Entre los documentos y notas dispersas por la mesa, algunas referencias curiosas sobresalían al leerlas con detenimiento. Aunque las cartas selladas con el dragón tenían un aire más misterioso, otros papeles, escritos de manera más descuidada y con un lenguaje casi coloquial, mencionaban una serie de nombres que parecían seudónimos. "El Largo", "El Máquina" y una peculiar dupla conocida como "Piqui y Miqui". Estos graciosillos nombres aparecían en fragmentos que sugerían unos roles específicos o personalidades clave dentro del grupo. Las referencias a estos personajes pintaban una imagen de un grupo bastante curioso y peculiar, pero bien coordinado. Cada uno tenía un rol particular en los engranajes de la resistencia, lo que los hacía, a su manera, indispensables en las operaciones de los revolucionarios o lo que fueran, ya que la revolución como tal no existía. Los nombres de los padres de Airgid también se podían ver en varias notas, tachados en otras ...
No parecían representar nada conocido (las notas/cartas con el sello), pero al mismo tiempo llamaban la atención en comparación al resto de cosas que uno podía ver ahí dentro. Lo que llamaba más la atención era la firma, casi imperceptible a simple vista. "Domsdey Crimsolth", escrita con una caligrafía fina, apenas visible, como si el autor quisiera dejar su marca sin ser detectada fácilmente. Aquellas cartas no parecían mensajes comunes entre los revolucionarios. Estaban cargadas de un misterio más profundo, un mensaje oculto entre líneas, como si estuvieran destinadas solo a ciertos ojos. Las letras eran compactas, casi como si estuvieran codificadas, y aunque a primera vista parecían simples informes, la presencia del sello del dragón y la enigmática firma de Domsdey daban la sensación de que algo más grande y oscuro estaba en juego. ¿Quién era este Domsdey Crimsolth? Airgid podría llegar a recordar que Ragn le había hablado de un viejecito al que ayudó, podría llegar a recordar aquel extraño nombre después de leerlo, quizas ...
El sótano era realmente pequeño, sin embargo había un pequeño pasillo repleto de libros que daba a una estancia más grande, donde habían ... Sí, más libros. Incluso una luz parpadeante, como si alguien hubiera estado ahí hace no mucho.
La entrada al sótano en la "casa/garaje" de Airgid era casi imposible de detectar, incluso para alguien tan minuciosa como la rubia. Detrás de un antiguo estante de herramientas oxidadas, cubierto por décadas de polvo y telarañas, se encontraba una pequeña trampilla de madera que parecía una tabla más del suelo desgastado. Los bordes de la madera eran ásperos, disimulados por la mugre acumulada y el desuso. Era una zona a la que la mujer nunca había dado uso y para añadir más, siempre creyó que formaba parte de un "estudio" que alguno de sus padres tuvo en algúna ocasión. Para abrirla, se requería girar una manivela oculta entre la estructura del estante, la cual hacía un leve click casi imperceptible, liberando el mecanismo de apertura. Al levantar la trampilla, un escalofrío subía por la columna vertebral de cualquiera que accediera. El polvo caía en gruesas capas, formando nubes grisáceas que flotaban en el aire viciado del sótano. Los escalones de madera chirriaban al ser pisados, y las paredes, apenas iluminadas por un tenue resplandor que se filtraba por pequeñas ranuras en el techo, estaban cubiertas por una gruesa capa de moho. El sótano había sido diseñado con una inteligencia cruda pero eficaz. Estaba estratégicamente escondido entre paredes reforzadas con piedras y tierra compacta, aseguraba que cualquier sonido o actividad quedara en completo silencio. Nadie, ni siquiera la rubia, podría haber imaginado que bajo la sucia fachada del garaje, Airgid albergaba un escondite de revolucionarios. O al menos, de lo que fue el "origen" de los mismos.
El lugar olía a humedad y abandono, pero también a historia. Antiguos papeles amarillentos y mapas con líneas marcadas y rutas estratégicas yacían esparcidos sobre una mesa de madera corroída. Era el refugio perfecto, una guarida que había permanecido oculta en las sombras, incluso para su propia dueña, la niña de una pata. Sin embargo, también es cierto que aquello estaba abandonadisimo. Tan descuidado por que nadie recordaba ya lo que fue una base de operaciones, quizás. Entre los papeles polvorientos y desordenados, había un grupo de notas que destacaban de las demás por su apariencia y el inusual cuidado con el que habían sido redactadas. Eran más gruesas, hechas de un papel rugoso y ligeramente amarillento, pero con un tacto más resistente que los otros documentos que se desmoronaban con el lugarr. En cada una de estas notas, en la esquina derecha, aparecía un sello inconfundible, un dragón elegantemente dibujado, cuyas alas envolvían un círculo de fuego. El trazo del dibujo era delicado pero poderoso, como si quien lo hubiese hecho hubiera invertido una precisión casi obsesiva en cada detalle de la criatura. Entre los documentos y notas dispersas por la mesa, algunas referencias curiosas sobresalían al leerlas con detenimiento. Aunque las cartas selladas con el dragón tenían un aire más misterioso, otros papeles, escritos de manera más descuidada y con un lenguaje casi coloquial, mencionaban una serie de nombres que parecían seudónimos. "El Largo", "El Máquina" y una peculiar dupla conocida como "Piqui y Miqui". Estos graciosillos nombres aparecían en fragmentos que sugerían unos roles específicos o personalidades clave dentro del grupo. Las referencias a estos personajes pintaban una imagen de un grupo bastante curioso y peculiar, pero bien coordinado. Cada uno tenía un rol particular en los engranajes de la resistencia, lo que los hacía, a su manera, indispensables en las operaciones de los revolucionarios o lo que fueran, ya que la revolución como tal no existía. Los nombres de los padres de Airgid también se podían ver en varias notas, tachados en otras ...
No parecían representar nada conocido (las notas/cartas con el sello), pero al mismo tiempo llamaban la atención en comparación al resto de cosas que uno podía ver ahí dentro. Lo que llamaba más la atención era la firma, casi imperceptible a simple vista. "Domsdey Crimsolth", escrita con una caligrafía fina, apenas visible, como si el autor quisiera dejar su marca sin ser detectada fácilmente. Aquellas cartas no parecían mensajes comunes entre los revolucionarios. Estaban cargadas de un misterio más profundo, un mensaje oculto entre líneas, como si estuvieran destinadas solo a ciertos ojos. Las letras eran compactas, casi como si estuvieran codificadas, y aunque a primera vista parecían simples informes, la presencia del sello del dragón y la enigmática firma de Domsdey daban la sensación de que algo más grande y oscuro estaba en juego. ¿Quién era este Domsdey Crimsolth? Airgid podría llegar a recordar que Ragn le había hablado de un viejecito al que ayudó, podría llegar a recordar aquel extraño nombre después de leerlo, quizas ...
El sótano era realmente pequeño, sin embargo había un pequeño pasillo repleto de libros que daba a una estancia más grande, donde habían ... Sí, más libros. Incluso una luz parpadeante, como si alguien hubiera estado ahí hace no mucho.