Octojin
El terror blanco
12-09-2024, 09:33 AM
Octojin escuchó las palabras del humano con atención. La sugerencia que le daba sobre la comida era bastante directa, y considerando lo triste que había sido su primer bocado, no necesitaba mucho convencimiento para seguir el consejo. Tras un breve silencio, en el que observó el plato insípido frente a él, decidió que bien valía la pena intentarlo. Con un lento y seco movimiento, desplazó con el brazo derecho el plato que tenía enfrente y lo dejó al borde de la mesa, dando a entender que no quería más de aquella bazofia llamada comida.
— Gracias por el consejo, Dr.Bonez.— Dijo mientras quitaba la mueca de disgusto que le había salido tras mover el plato.
Con el mismo gesto serio, Octojin llamó al camarero, quien se acercó con cierta cautela. Las miradas que seguían clavadas en el gyojin no habían desaparecido del todo, pero ahora parecían más curiosas que asustadas.
— Hay un bicho en mi plato — Dijo con voz firme, pero sin sonar demasiado brusco —. Aunque creo que el bicho le aportaría algo de sabor. Mejor tráeme el estofado de carne con frijoles rojos, a ver si está algo mejor.
El camarero asintió rápidamente y se retiró sin más preguntas. Mientras tanto, Octojin volvió a dirigir su mirada hacia Bonez, agradecido por la intervención. Lo había sacado de una comida miserable, al menos, y por lo que había entendido, el estofado tenía que ser mucho mejor. Que no es que fuese algo difícil visto lo visto.
— Mi nombre es Octojin — se presentó con tono respetuoso —, es un placer conocerte, Dr. Bonez.
El humano, con su sombrero de copa y su aire despreocupado, no dejaba de parecerle curioso. Octojin no solía encontrar personas tan dispuestas a hablarle de buenas a primeras, y mucho menos a darle consejos en un tono amigable. El hecho de que Bonez le hubiera ayudado a salir del mal paso con la comida, sin pedir nada a cambio, hizo que le cayera un poco mejor.
No era algo en lo que hubiese reparado mucho en su pasado, pero cada vez más, en el día a día, se daba cuenta de que quien le hablaba de la nada, tenía mucho valor. No había más que fijarse en el restaurante. Quizá podía haber, sin contar personal, entre quince y veinte personas. Todas, desde la seguridad de la lejanía, no dejaban de mirar al tiburón. Sin embargo, solo una de ellas había tenido el valor para hablarle. Cada vez más, el habitante del mar valoraba esas pequeñas conversaciones que quizá, sin él saberlo, hacían que no se volviese loco. Pese a que no le gustaba el contacto con otros seres, especialmente con los humanos, era estrictamente necesario para mantener la cordura.
Poco después, el estofado llegó. No era un manjar digno de la realeza, pero ciertamente estaba a años luz de la triste y descolorida comida que la Sra. Magdalene le había servido antes. Al probarlo, Octojin asintió satisfecho, agradeciendo nuevamente a Bonez con un gesto. Aunque éste tuvo que esperar cuatro cucharadas más para escuchar al gyojin.
— Tienes razón, esto es mucho mejor. Gracias por el consejo, humano — Habló con la boca llena de gratitud y algo de carne.
Mientras comía, Octojin se sintió más relajado. Las miradas en su dirección ya no le incomodaban tanto, pues se había acostumbrado a ellas. Aunque seguía siendo el centro de atención en aquel bar, lo cierto era que, gracias a Bonez, había comenzado a sentir que el lugar no era tan hostil como había pensado al principio.
— Dime, Bonez... — Preguntó entre bocados — ¿Qué te trae a esta isla? No pareces el típico viajero, y tampoco pareces muy afín a estos lugares. Me despiertas cierta curiosidad.
Y sí, la curiosidad del gyojin se despertó. Aunque no era muy dado a las conversaciones largas, la calma del ambiente y la actitud tranquila de Bonez lo hacían sentir que, al menos por aquella vez, podía darse el lujo de intercambiar algunas palabras más. Al menos durante lo que durase la comida. Que por otro lado, iba a ser un rato. A penas le quedaba un tercio del plato y le hizo un evidente movimiento al camarero, señalando su plato y la bebida para que éste le sirviese una ronda más.
— ¿Quieres algo de beber? A la próxima invito yo —le comentó a Bonez mientras se terminaba su jarra, esperando que le sirviesen de nuevo.
— Gracias por el consejo, Dr.Bonez.— Dijo mientras quitaba la mueca de disgusto que le había salido tras mover el plato.
Con el mismo gesto serio, Octojin llamó al camarero, quien se acercó con cierta cautela. Las miradas que seguían clavadas en el gyojin no habían desaparecido del todo, pero ahora parecían más curiosas que asustadas.
— Hay un bicho en mi plato — Dijo con voz firme, pero sin sonar demasiado brusco —. Aunque creo que el bicho le aportaría algo de sabor. Mejor tráeme el estofado de carne con frijoles rojos, a ver si está algo mejor.
El camarero asintió rápidamente y se retiró sin más preguntas. Mientras tanto, Octojin volvió a dirigir su mirada hacia Bonez, agradecido por la intervención. Lo había sacado de una comida miserable, al menos, y por lo que había entendido, el estofado tenía que ser mucho mejor. Que no es que fuese algo difícil visto lo visto.
— Mi nombre es Octojin — se presentó con tono respetuoso —, es un placer conocerte, Dr. Bonez.
El humano, con su sombrero de copa y su aire despreocupado, no dejaba de parecerle curioso. Octojin no solía encontrar personas tan dispuestas a hablarle de buenas a primeras, y mucho menos a darle consejos en un tono amigable. El hecho de que Bonez le hubiera ayudado a salir del mal paso con la comida, sin pedir nada a cambio, hizo que le cayera un poco mejor.
No era algo en lo que hubiese reparado mucho en su pasado, pero cada vez más, en el día a día, se daba cuenta de que quien le hablaba de la nada, tenía mucho valor. No había más que fijarse en el restaurante. Quizá podía haber, sin contar personal, entre quince y veinte personas. Todas, desde la seguridad de la lejanía, no dejaban de mirar al tiburón. Sin embargo, solo una de ellas había tenido el valor para hablarle. Cada vez más, el habitante del mar valoraba esas pequeñas conversaciones que quizá, sin él saberlo, hacían que no se volviese loco. Pese a que no le gustaba el contacto con otros seres, especialmente con los humanos, era estrictamente necesario para mantener la cordura.
Poco después, el estofado llegó. No era un manjar digno de la realeza, pero ciertamente estaba a años luz de la triste y descolorida comida que la Sra. Magdalene le había servido antes. Al probarlo, Octojin asintió satisfecho, agradeciendo nuevamente a Bonez con un gesto. Aunque éste tuvo que esperar cuatro cucharadas más para escuchar al gyojin.
— Tienes razón, esto es mucho mejor. Gracias por el consejo, humano — Habló con la boca llena de gratitud y algo de carne.
Mientras comía, Octojin se sintió más relajado. Las miradas en su dirección ya no le incomodaban tanto, pues se había acostumbrado a ellas. Aunque seguía siendo el centro de atención en aquel bar, lo cierto era que, gracias a Bonez, había comenzado a sentir que el lugar no era tan hostil como había pensado al principio.
— Dime, Bonez... — Preguntó entre bocados — ¿Qué te trae a esta isla? No pareces el típico viajero, y tampoco pareces muy afín a estos lugares. Me despiertas cierta curiosidad.
Y sí, la curiosidad del gyojin se despertó. Aunque no era muy dado a las conversaciones largas, la calma del ambiente y la actitud tranquila de Bonez lo hacían sentir que, al menos por aquella vez, podía darse el lujo de intercambiar algunas palabras más. Al menos durante lo que durase la comida. Que por otro lado, iba a ser un rato. A penas le quedaba un tercio del plato y le hizo un evidente movimiento al camarero, señalando su plato y la bebida para que éste le sirviese una ronda más.
— ¿Quieres algo de beber? A la próxima invito yo —le comentó a Bonez mientras se terminaba su jarra, esperando que le sirviesen de nuevo.