Octojin
El terror blanco
12-09-2024, 01:59 PM
(Última modificación: 12-09-2024, 02:42 PM por Octojin.)
A los oídos del tiburón llegaron varios rumores de que un comandante de isla Kilombo estaba intentando reclutar para una misión a algunos marines del G-31. Aquello hizo que el escualo intentase sacar algo de información a los marines que iba viendo, pero no tuvo mucho éxito, ya que nadie contaba con la suficiente información. O al menos no querían compartirla.
De repente, un marine de pelo corto y estatura media para ser un humano llamó a la puerta de la habitación el gyojin. Al salir, recibió una instrucción clara, ir a la sala de entrenamientos. Parecía ser algo importante, ya que, de nuevo, las palabras “es urgente” y, “yo que tu iría ya”, sonaron de la boca del recadero. El habitante del mar no entendía por qué los humanos tenían tanta prisa para todo, pero se limitó a cerrar la puerta de su habitación e ir. Ya tenía el uniforme puesto y había empezado a entrenar, pero por suerte no llevaba ni diez minutos cuando le llamaron. De lo contrario, tendría que haberse dado una ducha y cambiado el uniforme.
Una vez llegó a la sala de entrenamientos, vio cómo un humano algo mayor hablaba con Montpellier. Se limitó a ponerse a unos metros esperando que le llamasen. ¿Qué sería lo que le tenían que decir? Pronto empezaron a llegar sus compañeros. Ray, Camille, Takahiro y Atlas se unieron a la improvisada formación que había empezado Octojin.
Y entonces el hombre se presentó. Se llamaba Murray, y era el comandante de la Isla Kilombo. Por alguna razón clasificada, debía pasar unos días en Loguetown y quería montar un operativo con gente de confianza. Y aquellos eran el grupo con el que Octojin había decidido formar una brigada.
El encuentro con Murray había sido tan rápido como inesperado. El comandante, un hombre robusto y de pocas palabras, le entregó una carta sellada sin mucho preámbulo al habitante del mar, y lo único que hizo antes de despedirlos fue advertirles que la misión debía llevarse a cabo con suma discreción. Al parecer, debían escoltar a alguien llamado Meethook, el farero de Isla Kilombo, que había sido un pirata en tiempos pasados. La misión sonaba simple, pero Murray había dejado en claro que podía complicarse. Por lo visto, Meethook no abandonará su refugio fácilmente, debían decir una combinación que según el comandante, iba en la carta.
Octojin, con la carta en mano, notó un ligero nerviosismo. No era la primera vez que le entregaban algo que debía leer, pero el gyojin, aunque intentaba disimularlo, no sabía. La sensación de incomodidad lo invadía cada vez que debía lidiar con papeles, carteles o cualquier cosa susceptible de ser leída. No podía permitir que su brigada se enterara de esta debilidad, así que con rapidez, tras ojear la carta y no entender nada, se la pasó a Camille.
—Aquí tienes —dijo Octojin, tratando de sonar natural mientras sentía cómo su pecho se apretaba ligeramente por la tensión—. Léelo en voz alta mientras me ato los cordones, por favor.
Lo cierto es que sus cordones estaban perfectamente atados. Pero se los desató y los volvió a atar, haciendo ver que quizá estaban flojos. O fuertes. O que algo le pasaba al tiburón con los malditos papeles.
Tras el breve encuentro con Murray, la siguiente parada era dirigirse hacia el barco en el puerto. Camille, como navegante del grupo, se encargó de todos los preparativos para la travesía. Mientras tanto, Octojin se dirigió a su habitación para asegurarse de tener todo lo que necesitaría para la misión. Colocó cuidadosamente sus nudilleras, relucientes y listas para el combate, dentro de su bolsa. Junto a ellas, guardó el dial de destello, una pequeña maravilla que podía cegar a sus enemigos en el momento justo, y el dial de agua, uno de sus tesoros más preciados, ideal para aprovechar sus habilidades de combate como gyojin.
Antes de dirigirse al barco, Octojin hizo una última parada en la cafetería del cuartel. Montpellier había hecho un pedido especial de comida para ellos y él era el encargado de recogerlo. Sabiendo que en el viaje necesitarían mantenerse bien alimentados, la sargento había sido previsora. Cuando llegó, no tardaron en entregarle una caja de enorme tamaño. Estaba repleta de pescado, frutas exóticas, y una cantidad considerable de pan recién horneado. Era la perfecta provisión para un viaje de aquella naturaleza. Para un grupo estándar sería comida para varias semanas, pero para ellos, teniendo en cuenta las dimensiones del tiburón y la oni, no alcanzaría ni para la mitad. Cargó la caja con facilidad y se dirigió al muelle, donde sus compañeros lo esperaban a bordo del barco marine.
Una vez en el barco, Octojin se instaló en la proa. Desde allí, tenía una vista privilegiada del inmenso océano que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Aunque el gyojin sentía una poderosa atracción por el agua, sabía que no podía permitirse nadar y desgastar sus energías antes de llegar a la isla. En lugar de lanzarse al mar, se quedó observando las olas mientras devoraba la comida de su caja. Entre bocado y bocado, sentía cómo el mar lo llamaba, pero resistió la tentación con una triste mirada y un gesto de niño regañado.
El habitante del mar no fue tonto. Se llevó la enorme caja al lado de la proa, y la agarró con unas cuerdas y unos improvisados agujeros. Desde allí, empezó a comer y llamó a los suyos, para que si tenían hambre, se acercasen. Pero desde luego no sería él el que se tuviera que mover a comer.
El viaje transcurrió de manera tranquila, con el sol descendiendo poco a poco hasta ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Camille, con mano experta, guiaba el barco hacia su destino, mientras Atlas y Ray discutían alguna anécdota divertida, y Takahiro practicaba con su katana en la cubierta, siempre manteniendo su precisión afilada.
Cuando finalmente avistaron la Isla Kilombo, ya caía la noche. La luna llena brillaba intensamente en el cielo, y a lo lejos, el faro de la isla se elevaba como un coloso, con su luz girando imparable. Octojin, que había permanecido en la proa todo el tiempo, no pudo evitar sentir una sensación de inquietud. El faro tenía algo misterioso, como si sus muros escondieran secretos antiguos. A medida que el barco se acercaba, la presencia del lugar se hacía más imponente.
Una vez atracaron en el puerto, Octojin sugirió una parada en una taberna local antes de dirigirse al faro. Aunque no había dejado de comer, seguía teniendo hambre. Quizá por la curiosidad, o por su genética, quién sabe.
—Quizá deberíamos pasar por una taberna primero, muchachos —sugirió, sintiendo que un poco de descanso, además de más comida, les vendría bien antes de abordar la misteriosa misión.
El grupo aceptó su sugerencia, y tras asegurarse de que el barco estaba bien amarrado, marcharon a una taberna cercana. El ambiente en la isla era relajado, con algunos trabajadores locales bebiendo tras una larga jornada de trabajo. La taberna en la que decidieron entrar era bastante acogedora, con un aroma a madera y cerveza impregnando el aire. El escualo se sentó en una mesa junto a sus compañeros, pidiendo una jarra de agua para él y cervezas para los demás.
Mientras esperaban sus bebidas, el gyojin no podía dejar de pensar en Meethook y en la misión que tenían por delante. Había algo inquietante en la descripción del viejo farero, un antiguo pirata que se había refugiado en el faro y que ahora vivía como un recluso. Octojin sabía que la misión no sería tan simple como escoltar a un anciano, pero no podía imaginar exactamente qué les esperaba al llegar al faro. ¿Su antigua banda intentando acabar con él por haberles vendido? ¿Justicieros que no veían con buenos ojos sus acciones? Nada en su mente tenía coherencia. Pero… ¿qué era el mundo sino una amalgama de incoherencias?
La conversación en la mesa fue relajada, con sus compañeros bromeando y comentando la absurda contraseña que debían usar para convencer a Meethook de salir de su guarida. Aunque Octojin se reía junto con ellos, su mente seguía en el faro, en las sombras que se cernían sobre la isla de Kilombo, y en la extraña sensación de que algo estaba a punto de salir mal.
—Oye, ¿qué tal si les preguntamos a los marines sobre Murray o sobre la zona? Quizá podamos sacar algo en claro y obtener algún beneficio de tener marines aquí en la taberna.
En la taberna también había marines, así que quizá fuese una buena opción preguntarles o intentar recoger algo de información. Aunque aquella tarea obviamente no estaba escrita para él. Solía causar mala impresión de primeras a los humanos. Pese a que le vieran con el uniforme de la marina, sus propios compañeros tardaban días o incluso semanas en verle como un igual. Quizá porque no lo era, al fin y al cabo.
Tras un rato en la taberna, decidieron que era el momento de dirigirse al faro. Aquella misión parecía estar al borde de empezar. El camino ascendía por una ladera, serpenteando entre árboles y vegetación densa. Octojin, avanzaba al frente, apartando las ramas y despejando el sendero para sus compañeros. La altura que tenía el gran tiburón era un aspecto bastante positivo para sus compañeros, ya que una vez dejaba el camino listo para él, también lo estaba para los demás. El sonido del mar se escuchaba a lo lejos, y la luna brillante iluminaba el camino lo suficiente como para que pudieran avanzar sin problemas.
Finalmente, llegaron a la base del faro. La estructura, aunque desgastada por el tiempo y el viento, seguía en pie, imponente y misteriosa. Podía ser cinco veces el tamaño del escualo con total seguridad. La puerta de madera estaba entreabierta, y el interior del faro parecía desierto. Sin embargo, sabían que Meethook estaba allí, en algún lugar, aguardando su llegada.
Octojin respiró hondo, sabiendo que lo más difícil aún estaba por venir.
—¿Quién va primero? —preguntó a la par que se cruzaba de brazos.