Asradi
Völva
12-09-2024, 03:02 PM
Literalmente era como tener un mamut en una cacharrería. Asradi no entendía cómo los demás no se despertaban con la potente voz de Ragn a esas horas. Porque era terriblemente temprano. Al menos, mientras el hombretón había estado fuera durante la madrugada, había podido conciliar bien el sueño. Aunque, por las horas que eran, se notaba que había sido insuficiente. Pero se lo había prometido, y no quería que ninguno de los dos se pudiese sentir mal si le rechazaba, de repente, aquel pequeño favor o invitación.
Para cuando llegó a la cocina, si es que a la pobre zona se le podía llamar ya así, vió a Ragn ya tomando su calórico desayuno. Junto con una pata de jamón que le ofreció muy alegremente. Algo que Asradi declinó. No porque no le gustase el jamón, al contrario. Sino porque ya estaba baboseada. No solía ser muy tiquismiquis, pero no cruzaría ese límite.
— Tiene buena pinta. — Le dijo, con respecto al desayuno que él estaba tomando.
Se acercó un taburete y con un pequeño saltito a modo de impulso, se sentó en el mismo. Mientras contemplaba como Ragnheidr se afanaba en hacerle un desayuno a ella. No tan grande como el suyo, pero era suficiente. Sí, Asradi podía tener la apariencia de una mujer humana común y corriente, pero tenía un apetito digno de un tiburón.
— Y este huele mucho mejor. — Ya casi se le estaba haciendo la boca agua en cuanto vió como las yemas se abrían y el pollo desmenuzado servía de colofón a ese plato.
La verdad es que, viendo a Ragn, jamás se hubiese esperado que fuese tan buen cocinero. Era obvio que no parecían irle los platos muy ordenaditos o muy “pijos”. Pero sí estaban muy bueno, tenían sentido y los ingredientes eran fáciles de conseguir. Ella, generalmente, sobrevivía con lo que pescaba o cazaba en el mar. Ya fuese vivo o cocinado, dependía del día que tuviese y cómo le apeteciese. Y, a pesar de lo bruto que era, el plato había sido construído y hecho con delicadeza. Con toda la que Ragn poseía. Eso también le hizo esbozar una sonrisa suave, casi enternecida.
— Gracias, grandullón. Tendrás que enseñarme a cocinar así. — Le miró, medio en broma y medio en serio, antes de coger uno de los cubiertos cercanos, arrimar un poco de comida en él, soplar ligeramente, con un gesto gracioso y dar la primera probada.
Asradi parpadeó, quedándose un momento sin palabras. La yema explotando dentro de su boca, con el dulce sabor del pollo y las gotitas de miel. Miró abiertamente al varón y luego de nuevo a la comida. Tragó el bocado y se relamió los labios.
— Ragn... — La mirada azul de la chica, brillante ahora, estaba fija en el grandote. — ¡Esto está de muerte!
Alzó la voz sin poder evitarlo, en un chillido de emoción que acompañó también al vozarrón del otro, antes de reírse nerviosamente.
— ¡Shhh, shhh! Están durmiendo. Nos van a crujir. — No pudo evitar una sonrisa mucho más divertida.
Asintió a Ragnheidr cuando dijo que hoy era el gran día.
— Sí, tendrás que llevarme a cuestas si quieres que lleguemos a tiempo. Ya sabes... — Suspiró levemente. A veces se sentía un poco lastre con el tema de su cola. Aunque estaba bien orgullosa de lo que era y no lo cambiaría por nada. Pero en ocasiones le daba algo de reparo retrasarles de alguna manera por este mismo motivo.
Ojalá aprendiese pronto o tuviese la capacidad para dividir su cola en piernas, como otras sirenas de mayor edad o experiencia podían hacer.
Para cuando llegó a la cocina, si es que a la pobre zona se le podía llamar ya así, vió a Ragn ya tomando su calórico desayuno. Junto con una pata de jamón que le ofreció muy alegremente. Algo que Asradi declinó. No porque no le gustase el jamón, al contrario. Sino porque ya estaba baboseada. No solía ser muy tiquismiquis, pero no cruzaría ese límite.
— Tiene buena pinta. — Le dijo, con respecto al desayuno que él estaba tomando.
Se acercó un taburete y con un pequeño saltito a modo de impulso, se sentó en el mismo. Mientras contemplaba como Ragnheidr se afanaba en hacerle un desayuno a ella. No tan grande como el suyo, pero era suficiente. Sí, Asradi podía tener la apariencia de una mujer humana común y corriente, pero tenía un apetito digno de un tiburón.
— Y este huele mucho mejor. — Ya casi se le estaba haciendo la boca agua en cuanto vió como las yemas se abrían y el pollo desmenuzado servía de colofón a ese plato.
La verdad es que, viendo a Ragn, jamás se hubiese esperado que fuese tan buen cocinero. Era obvio que no parecían irle los platos muy ordenaditos o muy “pijos”. Pero sí estaban muy bueno, tenían sentido y los ingredientes eran fáciles de conseguir. Ella, generalmente, sobrevivía con lo que pescaba o cazaba en el mar. Ya fuese vivo o cocinado, dependía del día que tuviese y cómo le apeteciese. Y, a pesar de lo bruto que era, el plato había sido construído y hecho con delicadeza. Con toda la que Ragn poseía. Eso también le hizo esbozar una sonrisa suave, casi enternecida.
— Gracias, grandullón. Tendrás que enseñarme a cocinar así. — Le miró, medio en broma y medio en serio, antes de coger uno de los cubiertos cercanos, arrimar un poco de comida en él, soplar ligeramente, con un gesto gracioso y dar la primera probada.
Asradi parpadeó, quedándose un momento sin palabras. La yema explotando dentro de su boca, con el dulce sabor del pollo y las gotitas de miel. Miró abiertamente al varón y luego de nuevo a la comida. Tragó el bocado y se relamió los labios.
— Ragn... — La mirada azul de la chica, brillante ahora, estaba fija en el grandote. — ¡Esto está de muerte!
Alzó la voz sin poder evitarlo, en un chillido de emoción que acompañó también al vozarrón del otro, antes de reírse nerviosamente.
— ¡Shhh, shhh! Están durmiendo. Nos van a crujir. — No pudo evitar una sonrisa mucho más divertida.
Asintió a Ragnheidr cuando dijo que hoy era el gran día.
— Sí, tendrás que llevarme a cuestas si quieres que lleguemos a tiempo. Ya sabes... — Suspiró levemente. A veces se sentía un poco lastre con el tema de su cola. Aunque estaba bien orgullosa de lo que era y no lo cambiaría por nada. Pero en ocasiones le daba algo de reparo retrasarles de alguna manera por este mismo motivo.
Ojalá aprendiese pronto o tuviese la capacidad para dividir su cola en piernas, como otras sirenas de mayor edad o experiencia podían hacer.