Sowon
Luna Sangrienta
12-09-2024, 06:45 PM
La enorme mujer se había perdido en los cachorros, dando la espalda al peligro quizás producto del alcohol o a lo mejor porque no le interesaba luchar contra alguien que parecía querer llevar la razón de las cosas. Apelar a su lado más violento a lo mejor era una buena estrategia de defensa, pero en esos tiempos de alcohol y mareos todo resultaba un desastre. Se encogió de hombros al ver al enano acercarse, su actitud no le cuadrabba del todo pero Puffito no parecía incómodo a su lado e incluso se dejaba acariciar. Se sentó suspirando, mientras algunos cachorros se recostaban entre sus piernas, casi como si hubiera una paz no escrita entre la Oni y el pequeño humano.
—Los Onis no se controlan, hacemos lo que queremos y a quien no le guste se lleva un golpe. No me compares con los humanos, soy algo mucho más grande y no solo en tamaño, siempre estoy en peligro. ¿Qué es la vida sin un poco de sazón? Creo que tú lo sabes también, me has provocado buscando un combate, la muerte nos acerca a la perfección como guerreros.—
¿Ahora filosofaba? El alcohol hacía estragos pero sus palabras eran tan honestas y precisas como una flecha al corazón, ella vivía por una buena pelea y adoraba sentir la sangre contra su piel. El calor y la adrenalina de una batalla que hacía a su cuerpo arder con más calor que el que sentía en las mejillas, miró hacia un costado ante el halago. Pocas personas decían esa frase con sinceridad, apenas sabía responder a esos intentos que no buscaban una ventaja. Chasqueó la lengua, antes de volver a colocar sus ojos verdes en órbita y contemplar al pequeño humano, le costaba descifrar las razones que le llevaban a comportarse de esa manera, a lo mejor era aburrimiento.
—¿Ahora te agrado? Eres raro, aunque yo también lo soy, nadie me ha dedicado palabras dulces sin buscar algo a cambio. Tsch, me cuesta confiar en personas con tanta seguridad. Aunque, los guerreros son un caso digno de mi respeto.—
Comentó usando el espadón como punto de apoyo para levantarse y luego una vez ya de pie, despedirse de los cachorros prometiendo tener cuidado. Bostezó mientras se estiraba, el alcohol le hacia pasar por muchos estados, tristeza, alegría, sabiduría y ahora sueño. Envainó la enorme hoja en la espalda y se cruzó de brazos, inquieta como lo era ella, deseaba cortar algo pero por alguna razón no sentía la necesidad de atacar a alguien que fuese bueno con perros indefensos. Lo sentía como una traición a sus propias costumbres, seguramente se arrepentiría de lo que pensaba hacer.
—Oye, podemos ir a buscar algo que matar, mi espada pide por sangre pero no atacaría a alguien que le cae bien a Puffito y creo que en mi estado no podré ser una buena oponente. Pero, si nos unimos y derrotamos a un grupo de personas horribles haremos de este pueblo un lugar seguro para los perros.—
No se atrevió a mirarle a los ojos, levantando la vista al sol y comenzando a marchar. No era que desease compañía, pero sentía que ambos buscaban lo mismo, una manera de pasar el rato y si podían hacerlo por los animales de la isla sería un premio doble. No había un rumbo fijo, pero ya había hablado, ella no buscaba una pelea por diversión su objetivo era matar y su forma de hacer las cosas no implicaba menos. Su cultura era la de un demonio, uno que juzgaba y se creía en potestad de arrebatar vidas según su juicio. Un cuerpo que no podía pelear tampoco merecía vivir, cada vez que recordaba esas palabras de su padre una sonrisa salvaje florecía en su hermoso rostro.
—Los Onis no se controlan, hacemos lo que queremos y a quien no le guste se lleva un golpe. No me compares con los humanos, soy algo mucho más grande y no solo en tamaño, siempre estoy en peligro. ¿Qué es la vida sin un poco de sazón? Creo que tú lo sabes también, me has provocado buscando un combate, la muerte nos acerca a la perfección como guerreros.—
¿Ahora filosofaba? El alcohol hacía estragos pero sus palabras eran tan honestas y precisas como una flecha al corazón, ella vivía por una buena pelea y adoraba sentir la sangre contra su piel. El calor y la adrenalina de una batalla que hacía a su cuerpo arder con más calor que el que sentía en las mejillas, miró hacia un costado ante el halago. Pocas personas decían esa frase con sinceridad, apenas sabía responder a esos intentos que no buscaban una ventaja. Chasqueó la lengua, antes de volver a colocar sus ojos verdes en órbita y contemplar al pequeño humano, le costaba descifrar las razones que le llevaban a comportarse de esa manera, a lo mejor era aburrimiento.
—¿Ahora te agrado? Eres raro, aunque yo también lo soy, nadie me ha dedicado palabras dulces sin buscar algo a cambio. Tsch, me cuesta confiar en personas con tanta seguridad. Aunque, los guerreros son un caso digno de mi respeto.—
Comentó usando el espadón como punto de apoyo para levantarse y luego una vez ya de pie, despedirse de los cachorros prometiendo tener cuidado. Bostezó mientras se estiraba, el alcohol le hacia pasar por muchos estados, tristeza, alegría, sabiduría y ahora sueño. Envainó la enorme hoja en la espalda y se cruzó de brazos, inquieta como lo era ella, deseaba cortar algo pero por alguna razón no sentía la necesidad de atacar a alguien que fuese bueno con perros indefensos. Lo sentía como una traición a sus propias costumbres, seguramente se arrepentiría de lo que pensaba hacer.
—Oye, podemos ir a buscar algo que matar, mi espada pide por sangre pero no atacaría a alguien que le cae bien a Puffito y creo que en mi estado no podré ser una buena oponente. Pero, si nos unimos y derrotamos a un grupo de personas horribles haremos de este pueblo un lugar seguro para los perros.—
No se atrevió a mirarle a los ojos, levantando la vista al sol y comenzando a marchar. No era que desease compañía, pero sentía que ambos buscaban lo mismo, una manera de pasar el rato y si podían hacerlo por los animales de la isla sería un premio doble. No había un rumbo fijo, pero ya había hablado, ella no buscaba una pelea por diversión su objetivo era matar y su forma de hacer las cosas no implicaba menos. Su cultura era la de un demonio, uno que juzgaba y se creía en potestad de arrebatar vidas según su juicio. Un cuerpo que no podía pelear tampoco merecía vivir, cada vez que recordaba esas palabras de su padre una sonrisa salvaje florecía en su hermoso rostro.