Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
12-09-2024, 08:06 PM
— No. — Respondió de forma tosca el Buccaneer. Comenzó a caminar en dirección a la competición, aún quedaba tiempo, pero siempre era mejor llegar de los primeros para pillar sitio. Al salir por la puerta, como comenzaba a ser costumbre ya, el vecino se asomó, sentía una extraña sensación de atracción hacia el gigantón o algo parecido. Al principio le daba igual, pero eso ya comenzaba a ser obsesivo y Ragn no iba a pasar ni una mariconada más. — ¡Hmm! — Gruñó cuál animal. Nuestro queridísimo protagonista, además de ser una masa de músculos sin fin, también era un hombre aparentemente abierto, hasta cierto punto. Venía de un lugar donde las tradiciones eran antiguas. En ellas las mujeres y los hombres tenían roles muy determinados y por supuesto que existía la homosexualidad, pero era vista con cierta preocupación. No mucho por Ragn, quizás también porque se marchó muy joven de allí. ¿Su religión prohibía algo como aquello? Desde luego no, de hecho eso era una grandísima pregunta ¿que se consideraba pecado dentro de las nuevas leyes religiosas del vikingo? sus diosas no tenían iglesias. Tampoco "palabras sagradas" o un libro divino. Eran diosas que solo seguía él y que por supuesto, de historia tenían cero.
Era un tema al que darle vueltas, desde luego.
Al alejarse ligeramente del lugar urbanístico, comenzaron el trayecto por un sendero de tierra que bordeaba un extenso bosque, el cual se extendía a ambos lados del camino. Asradi, la mujer de dominante delantera, seguía en su hombro cual lorillo en dominio de un pirata cualquiera. El contraste entre la masiva figura de Ragn y la diminuta presencia de Asradi era llamativo, pero nadie que los conociera dudaría de la dupla en momento de necesidad. El sol se encontraba en su punto más alto, irradiando una calidez apacible, mientras las sombras de los árboles se alargaban como dedos extendidos sobre el camino. El destino que les aguardaba era una de las competiciones de culturismo más importantes del reino, un evento donde la fuerza y el poder físico se celebraban con admiración casi religiosa. Ragn, que era mucho más grande que cualquier competidor (seguro), tenía la intención de participar no solo por demostrar su fuerza, sino porque, para él, era una especie de ritual personal, un tributo a sus ancestros. Sentía que necesitaba medirse con otros hombres físicamente, de manera constante. Habían pasado unos minutos, pero el Buccaneer respondió a la última pregunta. — ¿Dinerrro? ¡Já! — Levantó ambas extremidades. — Dinerrro serrr prremio parrra humano pequeñññiiio. — Chocó sus palmas. — Parrra un hijo de Elbaf, serrr orrrgullo desstrrrrossarrr hombrrría de hombrrres en competisssión. — Diría con una sonrisa intensa. Le pegaba una barba, una de semanas, pero siempre se afeitaba cada tres días, su cuadrada barbilla remarcaba senderos del rostro que los feos y obesos necesitaban ocultar con pelo. ¡El pelo para las focas! Como si ese comentario tuviera sentido.
A medida que avanzaban, se encontraron con un par de viajeros al borde del camino. Dos figuras discutían acaloradamente junto a un carro volcado que, a todas luces, había sufrido un accidente. Eran un mercader de barba espesa (qué casualidad) y un joven aprendiz, ambos de baja estatura, que levantaban las manos al aire mientras intentaban, sin éxito, reincorporar el vehículo. Pareciera ser que aquellos humanos inútiles necesitaban de la fuerza de un GRAN hombre. Ragn esperó allí parado, con los brazos en jarra, esperando que le pidieran ayuda ...
Era un tema al que darle vueltas, desde luego.
Al alejarse ligeramente del lugar urbanístico, comenzaron el trayecto por un sendero de tierra que bordeaba un extenso bosque, el cual se extendía a ambos lados del camino. Asradi, la mujer de dominante delantera, seguía en su hombro cual lorillo en dominio de un pirata cualquiera. El contraste entre la masiva figura de Ragn y la diminuta presencia de Asradi era llamativo, pero nadie que los conociera dudaría de la dupla en momento de necesidad. El sol se encontraba en su punto más alto, irradiando una calidez apacible, mientras las sombras de los árboles se alargaban como dedos extendidos sobre el camino. El destino que les aguardaba era una de las competiciones de culturismo más importantes del reino, un evento donde la fuerza y el poder físico se celebraban con admiración casi religiosa. Ragn, que era mucho más grande que cualquier competidor (seguro), tenía la intención de participar no solo por demostrar su fuerza, sino porque, para él, era una especie de ritual personal, un tributo a sus ancestros. Sentía que necesitaba medirse con otros hombres físicamente, de manera constante. Habían pasado unos minutos, pero el Buccaneer respondió a la última pregunta. — ¿Dinerrro? ¡Já! — Levantó ambas extremidades. — Dinerrro serrr prremio parrra humano pequeñññiiio. — Chocó sus palmas. — Parrra un hijo de Elbaf, serrr orrrgullo desstrrrrossarrr hombrrría de hombrrres en competisssión. — Diría con una sonrisa intensa. Le pegaba una barba, una de semanas, pero siempre se afeitaba cada tres días, su cuadrada barbilla remarcaba senderos del rostro que los feos y obesos necesitaban ocultar con pelo. ¡El pelo para las focas! Como si ese comentario tuviera sentido.
A medida que avanzaban, se encontraron con un par de viajeros al borde del camino. Dos figuras discutían acaloradamente junto a un carro volcado que, a todas luces, había sufrido un accidente. Eran un mercader de barba espesa (qué casualidad) y un joven aprendiz, ambos de baja estatura, que levantaban las manos al aire mientras intentaban, sin éxito, reincorporar el vehículo. Pareciera ser que aquellos humanos inútiles necesitaban de la fuerza de un GRAN hombre. Ragn esperó allí parado, con los brazos en jarra, esperando que le pidieran ayuda ...