Terence Blackmore
Enigma del East Blue
12-09-2024, 11:14 PM
La tensión en el interior de la casa destartalada se sentía en cada rincón, densa como la humedad que impregnaba las paredes mohosas. Los maleantes, conocedores de su inferioridad en número y fuerza, sabían que su única ventaja residía en el factor sorpresa y la inmediatez de sus reacciones. Cuando los primeros sonidos de la ofensiva marine se hicieron audibles desde el exterior, los dos vigilantes apostados fuera de la casa ya habían caído ante la embestida sigilosa de los soldados.
Desde dentro, el líder de la banda observaba con una mezcla de rabia y resignación mientras sus hombres intentaban organizarse. Sus subordinados, demasiado confiados, habían sido tomados por sorpresa. Uno de ellos, con los dientes apretados y el sudor lustrándole la frente, se lanzó fuera del edificio, tratando de anticipar la arremetida de los Marines. Su espada, en alto, gritó con furia y desespero, buscando intimidar a los atacantes. No obstante, su intento fue en vano.
El golpe llegó más rápido de lo que pudo prever. Antes de que siquiera pudiera completar su embestida, el aire se cortó con un sonido seco y contundente. La fuerza del impacto fue tal que su cuerpo fue proyectado hacia atrás como un muñeco de trapo, estrellándose brutalmente contra una pared cercana. El sonido del crujido de los huesos resonó en el silencio que siguió al choque. Quedó inmóvil, inconsciente o tal vez algo peor, su arma caída a sus pies. Para los que aguardaban dentro, ese fracaso no fue más que la confirmación de lo que ya temían: los Marines no eran oponentes comunes, estaban lidiando con una fuerza muy superior.
- ¡No nos quedaremos de brazos cruzados!- , rugió uno de los hombres en el interior. Con una mirada desesperada, desenvainó una pistola y comenzó a disparar frenéticamente hacia la entrada. Las balas atravesaron el aire, llenando el ambiente con el eco seco y repetitivo de los disparos. La adrenalina corría por sus venas, cegándolo al hecho de que sus disparos, aunque rápidos, carecían de precisión ante la habilidad de los marines.
El líder de la banda, un hombre de mirada fría y calculadora, observó desde el fondo de la sala con su rostro endurecido. Sabía que la situación estaba en contra, pero no pensaba rendirse sin dar pelea. Giró la cabeza hacia su lacaya, una mujer menuda pero de apariencia feroz, con una pistola en cada mano. Un simple gesto con la cabeza fue suficiente para que ambos entendieran lo que debían hacer.
-¡Ahora!-, gritó el jefe, y al unísono, él y su compañera comenzaron a disparar. Sus movimientos eran calculados, disparando con más precisión que sus subordinados. La mujer disparaba con una precisión helada, sus manos estables a pesar de la evidente tensión en sus ojos. Las balas silbaban en el aire, buscando impactar en cualquier marine que se atreviera a cruzar el umbral de aquella casa semiderruida.
El tiroteo resonaba dentro del deteriorado edificio, las paredes carcomidas temblaban con el eco de las balas y las ventanas, sin cristales, vibraban ante el estruendo de la pólvora. Sin embargo, la brutal eficiencia de los marines ya había dejado claro que esto no sería un enfrentamiento justo. Los criminales, aunque decididos a vender caro su pellejo, eran conscientes de que cada disparo fallido solo los acercaba más a su inevitable derrota.
El jefe apretó los dientes, disparando con una frialdad casi mecánica. Sabía que la lucha estaba perdida, pero no podía permitirse que el miedo se apoderase de él. Lucharían hasta el último aliento, aunque, en el fondo de su corazón, ya supiera que los Marines eran algo más que meros soldados... eran una fuerza imparable, y ellos, poco más que obstáculos en su camino.
Desde dentro, el líder de la banda observaba con una mezcla de rabia y resignación mientras sus hombres intentaban organizarse. Sus subordinados, demasiado confiados, habían sido tomados por sorpresa. Uno de ellos, con los dientes apretados y el sudor lustrándole la frente, se lanzó fuera del edificio, tratando de anticipar la arremetida de los Marines. Su espada, en alto, gritó con furia y desespero, buscando intimidar a los atacantes. No obstante, su intento fue en vano.
El golpe llegó más rápido de lo que pudo prever. Antes de que siquiera pudiera completar su embestida, el aire se cortó con un sonido seco y contundente. La fuerza del impacto fue tal que su cuerpo fue proyectado hacia atrás como un muñeco de trapo, estrellándose brutalmente contra una pared cercana. El sonido del crujido de los huesos resonó en el silencio que siguió al choque. Quedó inmóvil, inconsciente o tal vez algo peor, su arma caída a sus pies. Para los que aguardaban dentro, ese fracaso no fue más que la confirmación de lo que ya temían: los Marines no eran oponentes comunes, estaban lidiando con una fuerza muy superior.
- ¡No nos quedaremos de brazos cruzados!- , rugió uno de los hombres en el interior. Con una mirada desesperada, desenvainó una pistola y comenzó a disparar frenéticamente hacia la entrada. Las balas atravesaron el aire, llenando el ambiente con el eco seco y repetitivo de los disparos. La adrenalina corría por sus venas, cegándolo al hecho de que sus disparos, aunque rápidos, carecían de precisión ante la habilidad de los marines.
El líder de la banda, un hombre de mirada fría y calculadora, observó desde el fondo de la sala con su rostro endurecido. Sabía que la situación estaba en contra, pero no pensaba rendirse sin dar pelea. Giró la cabeza hacia su lacaya, una mujer menuda pero de apariencia feroz, con una pistola en cada mano. Un simple gesto con la cabeza fue suficiente para que ambos entendieran lo que debían hacer.
-¡Ahora!-, gritó el jefe, y al unísono, él y su compañera comenzaron a disparar. Sus movimientos eran calculados, disparando con más precisión que sus subordinados. La mujer disparaba con una precisión helada, sus manos estables a pesar de la evidente tensión en sus ojos. Las balas silbaban en el aire, buscando impactar en cualquier marine que se atreviera a cruzar el umbral de aquella casa semiderruida.
El tiroteo resonaba dentro del deteriorado edificio, las paredes carcomidas temblaban con el eco de las balas y las ventanas, sin cristales, vibraban ante el estruendo de la pólvora. Sin embargo, la brutal eficiencia de los marines ya había dejado claro que esto no sería un enfrentamiento justo. Los criminales, aunque decididos a vender caro su pellejo, eran conscientes de que cada disparo fallido solo los acercaba más a su inevitable derrota.
El jefe apretó los dientes, disparando con una frialdad casi mecánica. Sabía que la lucha estaba perdida, pero no podía permitirse que el miedo se apoderase de él. Lucharían hasta el último aliento, aunque, en el fondo de su corazón, ya supiera que los Marines eran algo más que meros soldados... eran una fuerza imparable, y ellos, poco más que obstáculos en su camino.