Asradi frunció ligeramente el ceño con la respuesta negativa y tan tosca del procedente de Elbaf. Pero, poco a poco, iba habituándose a ese trato y reacciones rudas del varón. Aunque todavía le chocaba un poco, debido también a su carácter, todavía estaba tratando de conocerle. Cierto era, le había salvado la vida, pero ella no creía que Ragn le debiese algo. Lo de la comida estaba bien, eso no se lo iba a negar a sí misma. Pero se lo tomaba, más bien, como una situación divertida y que, de todas maneras, él no estaba obligado a cumplir. Después de salir de donde Airgid vivía, de ver con cierto divertimento el gruñido de perro que le dedicó al pobre vecino, continuaron su camino.
Y, con respecto al vecino... Asradi no pudo evitar quedarse pensando mientras continuaba, muy cómodamente, sentada en el hombro de Ragn. Llevaban apenas un día y unas pocas horas desde que se habían encontrado todo aquel pintoresco grupo. Pero ya había notado cierta extraña fijación de aquel hombre por el particular hombretón de cinco metros. ¿Era simple admiración o era algo más? Cierto es que era innegable que la fornida y enorme presencia de Ragnheidr llamaba poderosamente la atención de cualquiera con el que se cruzase en su camino. Había sucedido con ella misma, todo sea dicho. Todavía sucedía de vez en cuando, pues era consciente del atractivo físico que ese hombre tenía. Quizás no fuese tanto su tipo, pero los ojos estaban para mirar, ¿no? Y regalarse la vista de vez en cuando no le hacía daño a nadie.
Tras alejarse del pueblo en sí, se adentraron a un camino que iba limítrofe con el bosque. El aroma de los pinos y de otros árboles inundaron, agradablemente, su nariz, así como el sonido de los pájaros, mezclados con las poderosas pisadas de su improvisada montura, como quien dice. Era como estar sentada y dejándose llevar por una ola más salvaje de lo habitual, aunque ahora fuese bastante tranquilito. La verdad es que todavía no se había recorrido abiertamente la isla o, al menos, las cercanías del pueblo. Con todo lo que había pasado el día anterior no había tenido ni tiempo ni, tampoco, las ganas. Y tampoco era sensato que lo hiciese estando sola. Por eso, aprovecharía ese momento.
— El dinero soluciona muchas cosas. Aunque a veces también las empeora... — Dependía del caso, claro. — Además, ¿qué pasaría si pierdes? El destrozado serías tú.
Pero, a juzgar por como Ragn estaba considerando el inexistente premio monetario, Asradi solo suspiró ligeramente. Vamos, en resumen: el premio para él era medirse la polla con el resto de competidores y ver cuál era el que la tenía más grande. Metafóricamente hablando, claro. Porque no creía que, en algún momento estúpido, se fuesen a sacar el miembro para...
El rostro de la sirena tomó coloraciones más rojizas cuando su mente le jugó tan mala pasada. No, mejor no. Prefería ni tan siquiera imaginárselo. Por inercia se llevó ambas manos a las mejillas, dándose un par de palmaditas en la mismas para espabilarse y quitarse esa idea de la cabeza.
— ¡Ey, vosotros! ¡El grandullón! ¡Si, tú, acércate!
Por fortuna, una voz ajena a ellos la sacó de su ensimismamiento y ayudó a apartar aquellas situaciones de la cabeza. Desde su privilegiado asiento, la pelinegra le dió un suave toquecito a Ragn en el hombro.
Allí, en el borde del camino, se encontraban una pareja de hombres, uno más mayor que el otro. Y también más desaliñado, quizás. Junto a una carreta que había volcado, y con parte de los enseres que transportaban también esparcidos por el suelo. No parecía haber nada más dañado, aparte de que no estaban siendo capaces de enderezar el medio de transporte.
Asradi parpadeó.
— Creo que te están llamando. — Le señaló a Ragnheidr, con un sutil cabeceo hacia dicha dirección.
Efectivamente, el mercader que parecía más experimentado, pareció suspirar con alivio, tras unos comentarios altisonantes por la mala suerte que habían tenido antes.
— Tienes buenos brazos, zagal, ¿nos ayudarías a levantar la carreta? El zangurrio de mi aprendiz todavía no sabe manejar bien cual es la izquierda y cuál la derecha... — Le dirigió una mirada acusatoria al más joven. — … El caso es que necesitamos continuar el camino hacia el pueblo.
Esperaba, el de espesa pelambrera, que aquel par se apiadase de su desgracia.
Y, con respecto al vecino... Asradi no pudo evitar quedarse pensando mientras continuaba, muy cómodamente, sentada en el hombro de Ragn. Llevaban apenas un día y unas pocas horas desde que se habían encontrado todo aquel pintoresco grupo. Pero ya había notado cierta extraña fijación de aquel hombre por el particular hombretón de cinco metros. ¿Era simple admiración o era algo más? Cierto es que era innegable que la fornida y enorme presencia de Ragnheidr llamaba poderosamente la atención de cualquiera con el que se cruzase en su camino. Había sucedido con ella misma, todo sea dicho. Todavía sucedía de vez en cuando, pues era consciente del atractivo físico que ese hombre tenía. Quizás no fuese tanto su tipo, pero los ojos estaban para mirar, ¿no? Y regalarse la vista de vez en cuando no le hacía daño a nadie.
Tras alejarse del pueblo en sí, se adentraron a un camino que iba limítrofe con el bosque. El aroma de los pinos y de otros árboles inundaron, agradablemente, su nariz, así como el sonido de los pájaros, mezclados con las poderosas pisadas de su improvisada montura, como quien dice. Era como estar sentada y dejándose llevar por una ola más salvaje de lo habitual, aunque ahora fuese bastante tranquilito. La verdad es que todavía no se había recorrido abiertamente la isla o, al menos, las cercanías del pueblo. Con todo lo que había pasado el día anterior no había tenido ni tiempo ni, tampoco, las ganas. Y tampoco era sensato que lo hiciese estando sola. Por eso, aprovecharía ese momento.
— El dinero soluciona muchas cosas. Aunque a veces también las empeora... — Dependía del caso, claro. — Además, ¿qué pasaría si pierdes? El destrozado serías tú.
Pero, a juzgar por como Ragn estaba considerando el inexistente premio monetario, Asradi solo suspiró ligeramente. Vamos, en resumen: el premio para él era medirse la polla con el resto de competidores y ver cuál era el que la tenía más grande. Metafóricamente hablando, claro. Porque no creía que, en algún momento estúpido, se fuesen a sacar el miembro para...
El rostro de la sirena tomó coloraciones más rojizas cuando su mente le jugó tan mala pasada. No, mejor no. Prefería ni tan siquiera imaginárselo. Por inercia se llevó ambas manos a las mejillas, dándose un par de palmaditas en la mismas para espabilarse y quitarse esa idea de la cabeza.
— ¡Ey, vosotros! ¡El grandullón! ¡Si, tú, acércate!
Por fortuna, una voz ajena a ellos la sacó de su ensimismamiento y ayudó a apartar aquellas situaciones de la cabeza. Desde su privilegiado asiento, la pelinegra le dió un suave toquecito a Ragn en el hombro.
Allí, en el borde del camino, se encontraban una pareja de hombres, uno más mayor que el otro. Y también más desaliñado, quizás. Junto a una carreta que había volcado, y con parte de los enseres que transportaban también esparcidos por el suelo. No parecía haber nada más dañado, aparte de que no estaban siendo capaces de enderezar el medio de transporte.
Asradi parpadeó.
— Creo que te están llamando. — Le señaló a Ragnheidr, con un sutil cabeceo hacia dicha dirección.
Efectivamente, el mercader que parecía más experimentado, pareció suspirar con alivio, tras unos comentarios altisonantes por la mala suerte que habían tenido antes.
— Tienes buenos brazos, zagal, ¿nos ayudarías a levantar la carreta? El zangurrio de mi aprendiz todavía no sabe manejar bien cual es la izquierda y cuál la derecha... — Le dirigió una mirada acusatoria al más joven. — … El caso es que necesitamos continuar el camino hacia el pueblo.
Esperaba, el de espesa pelambrera, que aquel par se apiadase de su desgracia.