Atlas
Nowhere | Fénix
13-09-2024, 02:40 AM
No tardé en darme cuenta de que algo no iba bien en el pueblo. Sí, estaba claro que habían sufrido un violento ataque capaz de acabar con la fortaleza mental del más pintado. De eso no había duda, pero la actitud de los habitantes del pueblo era extraña incluso para alguien que se había visto sometido a semejante suceso.
Mi idea había tenido un buen recibimiento por parte de quien tomaba las decisiones en aquella expedición —y menos mal—. En consecuencia, al disponerme a prepararlo todo me había ido cruzando con numerosos lugareños y, hasta el momento, ni uno solo de ellos había demostrado una actitud mínimamente normal. Sin ir más lejos, el primero de los sujetos mascaba algo que no tenía claro si quería saber qué era sin apenas relacionarse conmigo o con el medio que le rodeaba. Quitaba escombros con la parsimonia de quien lo hace como algo rutinario. No vi lágrimas en sus ojos, angustia o desesperación.
Tampoco las había en los rostros de las mujeres que homenajeaban el cadáver del perro de una forma tan extraña. Ejecutaban un rito que a mis ojos estaba fuera de lugar viendo el estado en el que se encontraba el pueblo y el chantaje al que estaban sometidos. A decir verdad, la actitud tan fuera de lo común que pude ver en las mujeres me heló la sangre en cierto modo. ¿Qué demonios estaba pasando allí?
Por último, el tipo que me tendió el hacha tampoco se dignó a dirigirse a mí con una mísera palabra. Era como si todos estuviesen drogados o bajo los efectos de una hipnosis; al menos las personas con las que me había cruzado hasta el momento. Por otro lado, parecían ser conscientes de lo que sucedía y lo que les decíamos. A pesar de mis dudas iniciales, el hecho de que el último sujeto me hubiera proporcionado un hacha señalaba que conocía a la perfección lo que había que hacer a continuación.
Me cambié de ropa sin dejar de darle vueltas a todos aquellos asuntos, cada cual más inquietante. Tal vez tuviese algo que ver con lo que masticaba el primer tipo, que era —suponía— alguna especie vegetal que era incapaz de identificar... Aunque tampoco es que tuviese yo demasiados conocimientos de botánica. Más bien ninguno.
No, si pretendían que me pusiese a talar árboles y corriese un tupido velo iban listos. Cualquiera que me conociese habría podido pensar que simplemente estaba buscando un camino paralelo que me permitiese no doblar el lomo en la construcción de las empalizadas, una excusa al fin y al cabo, pero nada más lejos de la realidad —o sí, nunca lo sabremos—. Allí estaba pasando algo más allá de lo que podíamos ver a simple vista y era crucial averiguarlo.
En consecuencia, inicié la búsqueda de la única persona del pueblo que por el momento había demostrado tener la capacidad de comunicarse de manera coherente, aunque fuera por escrito: el alcalde del pueblo. Suponía que él debía haber sido quien diese la voz de alarma a la Marina para que nos enviasen hasta allí, así que tal vez él pudiese iluminarme un poco. Si era necesario usar una pizarra para poder hablar con él, lo haría sin dudarlo.
En caso de encontrarle le preguntaría por la actitud de los lugareños. Si no pudiese localizarle, preguntaría a los marines de la zona si le habían visto o dónde podía dar con él, dirigiéndome a continuación a dicha posición —en caso de averiguarla— para plantearle mis disquisiciones internas. Allí había manos de sobre para construir empalizadas para doce plazas como la que queríamos rodear.
Mi idea había tenido un buen recibimiento por parte de quien tomaba las decisiones en aquella expedición —y menos mal—. En consecuencia, al disponerme a prepararlo todo me había ido cruzando con numerosos lugareños y, hasta el momento, ni uno solo de ellos había demostrado una actitud mínimamente normal. Sin ir más lejos, el primero de los sujetos mascaba algo que no tenía claro si quería saber qué era sin apenas relacionarse conmigo o con el medio que le rodeaba. Quitaba escombros con la parsimonia de quien lo hace como algo rutinario. No vi lágrimas en sus ojos, angustia o desesperación.
Tampoco las había en los rostros de las mujeres que homenajeaban el cadáver del perro de una forma tan extraña. Ejecutaban un rito que a mis ojos estaba fuera de lugar viendo el estado en el que se encontraba el pueblo y el chantaje al que estaban sometidos. A decir verdad, la actitud tan fuera de lo común que pude ver en las mujeres me heló la sangre en cierto modo. ¿Qué demonios estaba pasando allí?
Por último, el tipo que me tendió el hacha tampoco se dignó a dirigirse a mí con una mísera palabra. Era como si todos estuviesen drogados o bajo los efectos de una hipnosis; al menos las personas con las que me había cruzado hasta el momento. Por otro lado, parecían ser conscientes de lo que sucedía y lo que les decíamos. A pesar de mis dudas iniciales, el hecho de que el último sujeto me hubiera proporcionado un hacha señalaba que conocía a la perfección lo que había que hacer a continuación.
Me cambié de ropa sin dejar de darle vueltas a todos aquellos asuntos, cada cual más inquietante. Tal vez tuviese algo que ver con lo que masticaba el primer tipo, que era —suponía— alguna especie vegetal que era incapaz de identificar... Aunque tampoco es que tuviese yo demasiados conocimientos de botánica. Más bien ninguno.
No, si pretendían que me pusiese a talar árboles y corriese un tupido velo iban listos. Cualquiera que me conociese habría podido pensar que simplemente estaba buscando un camino paralelo que me permitiese no doblar el lomo en la construcción de las empalizadas, una excusa al fin y al cabo, pero nada más lejos de la realidad —o sí, nunca lo sabremos—. Allí estaba pasando algo más allá de lo que podíamos ver a simple vista y era crucial averiguarlo.
En consecuencia, inicié la búsqueda de la única persona del pueblo que por el momento había demostrado tener la capacidad de comunicarse de manera coherente, aunque fuera por escrito: el alcalde del pueblo. Suponía que él debía haber sido quien diese la voz de alarma a la Marina para que nos enviasen hasta allí, así que tal vez él pudiese iluminarme un poco. Si era necesario usar una pizarra para poder hablar con él, lo haría sin dudarlo.
En caso de encontrarle le preguntaría por la actitud de los lugareños. Si no pudiese localizarle, preguntaría a los marines de la zona si le habían visto o dónde podía dar con él, dirigiéndome a continuación a dicha posición —en caso de averiguarla— para plantearle mis disquisiciones internas. Allí había manos de sobre para construir empalizadas para doce plazas como la que queríamos rodear.