Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Evento] [Búsqueda del tesoro] El Enigma Olvidado
Jun Gunslinger
Nagaredama
Tres días de viaje. Tres día de jodida agonía.

Jun se subió a ese barco con la intacta ilusión de vivir su primer gran aventura junto a nuevos compañeros. Confiada y muuuy segura de que podría soportar cualquier marea y tempestad, pasó por alto un pequeñísimo gran detalle que nunca pensó le afectaría: la cinetosis.

El barco del capitán Byron se balanceaba de un lado a otro con la potencia de cada ola que le arremetía en contra, y Jun, tan acostumbrada a la tierra firme, luchaba por mantener el equilibrio y la compostura en medio de su mareo constante. El vaivén de la nave la traía mal, débil y molesta. Era casi imposible para ella deambular por la cubierta sin querer vomitar, pero a pesar de las náuseas que le hacían sentir que su estómago estaba en guerra con el Dios del mar, no permitió que eso la detuviera ni empañara la emoción de la aventura.

Para el tercer y último día de viaje, su cuerpo había logrado adaptarse y estaba ya mucho mejor. Se había refugiado en su camarote, dedicándose a limpiar y ordenar meticulosamente cada una de sus pertenencias y armas de fuego , ultimando detalles antes del arribo.

Cuando Byron comenzó a gritar dando órdenes a la tripulación desde la cubierta, Jun permanecía completamente inmersa en su trabajo. Sonrió ampliamente al escuchar el anuncio y las instrucciones del capitán. Ella se había anticipado a las órdenes, encontrando la forma de mantener la mente ocupada con los preparativos y tratando de no pensar en cómo el vaivén del barco la hacía sentir más enferma. A pesar del malestar, estaba decidida a trabajar y cumplir con su parte.

Sabiendo que se acercaban ya al destino, Jun salió a cubierta, agarrándose de cualquier cosa que pudiera para sentirse más estable. Las ojeras y la palidez en su rostro eran tales que parecía un estropajo. La brisa marina, normalmente refrescante, se sentía como una tortura y le revolvía el azulado cabello. Sin embargo sonrió con gran ilusión cuando vio la silueta de la isla Momobami a la distancia, haciéndose cada vez más grande ante sus ojos amatista. Al voltearse, para buscar con la mirada a alguno de sus compañeros, notó que Vesper se disponía a arriar las velas y decidió ayudarlo. El entusiasmo, aunque disminuido por el mareo, todavía brillaba en su carita pálida. Estaba ansiosa por dar el primer paso en tierra firme.

Una vez que el barco atracó en aguas poco profundas, la tripulación se dispuso a comenzar con la expedición y hacerle frente al desafío que esperaba por ellos. Delante de la embarcación, se extendía una playa divina de arena dorada y, más lejos, una selva tan frondosa que a penas permitía ver más allá del verde intenso. La primera impresión que tuvo Jun al poner un pie en la isla fue de absoluto asombro; Vegetación espesa, árboles y plantas que jamás había visto la hicieron sentir diminuta. Las enormes plantas parecían gigantes dormidos, y los insectos voladores zumbaban en un sinfín de formas y colores. Algunos molestaban, con ganas de picar, pero Jun los espantaba a manotazos. No podía evitar sentirse abrumada por tanta novedad rodeándole. Los sonidos de aves exóticas y otras criaturas extrañas llenaban el aire y captaban constantemente su atención. El calor y la humedad pegajosa eran bien intensos pero, a pesar de los pequeños pormenores, aquel no dejaba de ser un sitio increíble. Su corazón latía fuerte, mientras lo contemplaba todo con una fascinación casi infantil.

El grupo, liderado con valentía por el capitán Byron, se adentró por un sendero casi imperceptible y tapado de vegetación. Las raíces se arremolinaban por el caminoo, cubiertas de musgo resbaladizo que requería vigilar con cuidado cada paso. Jun se esforzaba por mantener el ritmo, pero la selva estaba viva y no era sencillo adaptarse. 

Los aventureros atravesaron hojas, ramas y lianas, hasta que finalmente salieron de la espesura y llegaron a un claro. Frente al grupo, allí, en el corazón de aquella selva, se alzaba una cueva misteriosa. Jun levantó la vista y sus ojos brillaron, cautivados por semejante belleza astronómica que cruzaba el firmamento. El resplandor púrpura bañaba la entrada de la cueva con un fulgor mágico, haciendo brillar los glifos que, aunque eran símbolos desconocidos para la Hafugyo, Kael y el pato podrían descifrar y leer sin dificultades.

A penas tuvo tiempo de preguntarse que clase de idioma sería ese, porque tan pronto como el dúo pronunció las palabras allí inscritas un estruendo hizo temblar el suelo. Jun sintió la tensión apoderándose de su cuerpo, poniéndolo en estado de alerta. La entrada se cerró con un polvoriento retumbar, y la roca bajo sus pies se abrió revelando uuna escalera descendente de la que emanaba una curiosa energía, casi magnética, que invitaba al grupo a bajar. El capitán les animó a aventurarse, pero Jun no se atrevería a ser de los primeros pues sentía una creciente desconfianza, igual que Gavyn, así que se tomó su tiempo antes de seguir al resto.

Kael, demostrando ser precavido en más de una ocasión, procedió a encender un par de antorchas; La primera se la entregó al capitán, quien encabezó el descenso, y la otra se la quedó él, decidido a cubrir la retaguardia. La luz del fuego iluminaría tenuemente el camino, lo justo y necesario como para que el grupo pudiera distinguir cada peldaño antes de pisar. Peeero al adentrarse, súbitamente, el suelo comenzaría a ceder bajo sus pies. Tal vez por el peso del grupo, tal vez por el desgaste del tiempo, o tal vez porque simplemente se trataba de una maldita trampa, la escalera de piedra se desmoronó y la tripulación entera quedó a merced del vacío. La sensación de caer, de perder toda estabilidad, fue sin duda una experiencia aterradora para la Gunslinger. Las pequeñas manos intentaron desesperadamente aferrarse a lo que quedaba de la escalera, pero sus dedos resbalaron. El grito eterno de la joven respondió al llamado del Doctor Chrome, y se unió al eco del lugar mientras descendía, perdiéndose en la oscuridad del vacío con antorchas, pato, capitán y la mar en coche.

Afortunadamente el papá del grupo salvó a todos de una muerte segura, o al menos de sufrir daños importantes. El barro que controlaba fue muy útil a la hora de amortiguar la caída y proteger a los miembros de la tripulación.

Ya en el suelo, Jun parpadeó varias veces, tratando de ajustar su visión a la penumbra mientras en su mente aún intentaba procesaba todo el caos del turbulento descenso. A pesar del alivio de estar viva, y de saber salvos a sus compañeros, aún sentía el cuerpo rígido y tenso por el miedo y el impacto. La caída había sido aterradora, y la sensación de vulnerabilidad por encontrarse en un entorno oscuro y desconocido la mantenía bastante nerviosa. Temblando por la adrenalina y con la respiración entrecortada, se enderezó. Las manos tantearon, inquietas, toda su figura de pies a cabeza. Revisaba su anatomía en busca de lesiones; recorría la piel buscando dolor, sangre o cualquier otro signo de lesión. Afortunadamente, no parecía tener ninguna herida grave más allá de un ligero raspón. Después chequeó cada bolsillo, el interior del bolso de piel, y revisó las municiones. Notó que su ropa estaba sucia por el barro, pero el pistolón estaba en la funda y el resto de pertenencias permanecían intactas. No había perdido nada.

Eso fue horrible... —murmuró, buscando conectar con sus compañeros.

La mirada amatista se dirigió entonces a las paredes de la cueva, tenuemente iluminada, e inspeccionó tratando de hallar algún indicio o pista que pudiera ser de utilidad mientras el grupo se incorporaba para enfrentar el siguiente desafío. 

¿Qué demonios hacemos ahora?

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RE: [Búsqueda del tesoro] El Enigma Olvidado - por Jun Gunslinger - 13-09-2024, 10:51 AM

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