Ubben Sangrenegra
Loki
13-09-2024, 07:02 PM
(Última modificación: 13-09-2024, 07:59 PM por Ubben Sangrenegra.)
La situación resultaba casi surrealista para Ubben. Apenas habían pasado cuatro días desde su llegada a Kilombo, y en ese corto lapso, parecía que su vida se había transformado por completo. Primero, conoció a la mafia Mink, luego los traicionó sin remordimientos, como solía hacer con aquellos que se interponían en su camino. Después, se topó con un curioso Solarian que le dejó un sabor agridulce, como si aún no pudiera decidir si había sido un encuentro afortunado o simplemente otro paso en falso. Y por último, había conocido al peculiar grupo con el que se planteaba, por primera vez en mucho tiempo, salir al mar nuevamente acompañado. Lo que más le inquietaba al bribón de ojos dorados y cabellos blancos no era la rapidez con la que todo había sucedido, sino el extraño sentimiento de comodidad que empezaba a germinar en él. Por primera vez en años, se sentía parte de algo, sin el habitual miedo de ser traicionado. Y lo más desconcertante era cómo se dejaba manipular por la sirena, no por falta de opciones, sino porque disfrutaba verla sonreír. Cada vez que ella sonreía, algo dentro de él cedía, como si concederle sus caprichos fuese un pequeño precio a pagar por la fugaz alegría que esa sonrisa le brindaba.
Ubben estaba absorto en sus pensamientos, perdido en el remolino de ideas que siempre le acompañaba, con una botella de cerveza negra medio vacía en la mano, cuando la melodiosa voz de la sirena lo sacó de sus pensamientos. Ella, con su usual alegría, le había preguntado si quería acompañarla a algo, pero el bribón, como era costumbre en él, no había escuchado ni una palabra. Sin embargo, la sonrisa traviesa que iluminaba el rostro de la sirena lo decía todo: aquello no sería un simple paseo. Había algo más, algo oculto en esa expresión juguetona que no podía ignorar. Ubben le devolvió la sonrisa, al entender que estaba por de embarcarse en un extraño plan de su escamosa amiga. —¿Qué tenemos que hacer?— preguntó finalmente, sabiendo que cualquier cosa que ella propusiera no sería aburrida.
La sirena le explicó rápidamente, y Ubben no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara aún más, el panorama resultaba estúpidamente absurdo y divertido. —Ok. Conseguir un regalo, vestuario, y luego comer y beber gratis hasta no poder más... estoy dentro— dijo, con un tono que denotaba su entusiasmo por la velada que se avecinaba. A medida que discutían los detalles, la conversación derivó en la elección del regalo para los novios, y la sirena expresó cierta duda al respecto. Ubben, fiel a su estilo, la miró de reojo antes de soltar una pequeña carcajada. —Por supuesto que estoy seguro— dijo el peliblanco con una confianza que, en ese momento, parecía absoluta. Mientras las palabras salían de su boca, la idea que le había golpeado, se volvía clara y precisa. Aquello que hasta hace un momento era solo un pensamiento vago, comenzó a tomar forma... terminarían por materializarlo en un carruaje tirado por dos robustos caballos, conseguidos no gracias a su habilidad de negociación, sino al encantador escote y la labia de su compañera.
Ubben asintió cuando la sirena mencionó el código de vestimenta que debían respetar. —Bueno, supongo que sí, es el código que pidieron... habrá que acatarlo— comentó mientras sus pensamientos derivaban hacia la posible elección de un disfraz adecuado. La búsqueda de disfraces los llevó a una tienda modesta, pero bien surtida. La pelinegra comenzó a buscar entre las prendas mientras Ubben, con su habitual curiosidad, probaba de todo. Vestidos ridículos, trajes extravagantes y combinaciones absurdas, nada parecía adecuado hasta que vio a Asradi con su atuendo final. En ese instante, lo comprendió todo. Su disfraz debía complementarla, debía hacerla resplandecer aún más. Así, el bribón de tez morena y ojos dorados comenzó a planear su propio atuendo, uno que no solo se ajustara al código de vestimenta, sino que también capturara la esencia de lo bien que pegaban juntos.
Mientras ambos finalizaban sus disfraces, Ubben observó a un frutero cercano, ocupado en mover cajas sobre una pequeña yegua de carga. Sin pensarlo dos veces, se acercó al hombre y le compró la plataforma con ruedas donde cargaba la fruta. Volviendo junto a la sirena, con una sonrisa astuta en el rostro, anunció. —Ya tengo el complemento perfecto para tu disfraz, querida.— Con algo de esfuerzo y la ayuda de un par de borrachos que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por un trago gratis, lograron transformar la yegua de carga en un llamativo “plato de madera” sobre el cual Asradi, la sirena, se sentaría. El peliblanco se encontraba disfrutando cada momento de aquella ridícula situación, riendo mientras ajustaba los últimos detalles del improvisado carruaje para su compañera. —¿Lo dices tú?—replicó Ubben entre carcajadas, respondiendo al comentario de la sirena sobre su propio disfraz.
Sus disfraces, completamente ridículos pero divertidos, se complementaban a la perfección. Asradi estaba disfrazada de una pieza de sushi emplatada, mientras que Ubben había optado por un disfraz de botella de salsa de soya. Además, los detalles no faltaban, pues, los brazos del peliblanco simulaban chorros de la salsa, y su tricornio bajo el disfraz le daba a su cabeza la apariencia de una verdadera botella, mientras que una peluca negra y una barba postiza ocultaban su identidad. Definitivamente no quería ser reconocido en ese lugar. —Al menos combinamos bien, ¿no crees?— añadió con un guiño juguetón, mientras comenzaba a arrastrar a la sirena en dirección a la boda. El evento, al aire libre, le ofrecía al peliblanco algo más que solo diversión, le ofrecía múltiples rutas de escape, algo que siempre consideraba por si las cosas se torcían, y que le ayudaba a sentir que mantenía todo bajo control.
Al llegar a la alfombra roja, las instrucciones eran claras: debían realizar un baile o una pose. Rizzo les vió llegar y pidió sus invitaciones; El bribón de ojos dorados se presentó bajo el nombre de Hyagül, para encubrir su identidad; algo que sus compañeros habrían de entender, siendo concientes de la recompensa por su cabeza. Rizzo les dio el visto bueno y anunció a modo de presentación. —¡Damas y caballeros, directo desde las orientales costas de Shimotsuki han llegado el sushi y la soya! Con ustedes Asradi y Hyagül!— Ubben tomó impulso y empujó el plato con ruedas sobre el cual iba sentada la sirena. —Como lo ensayamos, Sashimi...— dijo, justo antes de saltar al plato junto a ella. Ambos adoptaron una pose teatral, con Asradi estilizando su cuerpo mientras Ubben, detrás de ella, dejaba entrever solo la mitad de su rostro. Sus brazos, simulando los chorros de salsa, la envolvían por los hombros, cayendo hacia adelante de manera dramática. Después de la breve actuación, el peliblanco bajó del plato y continuó llevando a su amiga como si nada hubiese pasado, saludando a los invitados mientras buscaban a Ragn, quien debía guiarlos hasta los novios. Finalmente, el regalo sería colocado junto a los demás, mientras los caballos, tranquilos, pastaban bajo la vigilancia del su dueño, quién gracias a los encantos de Asradi, había accedido a llevar el carruaje hasta el lugar y vigilarlo durante la boda.
Ubben estaba absorto en sus pensamientos, perdido en el remolino de ideas que siempre le acompañaba, con una botella de cerveza negra medio vacía en la mano, cuando la melodiosa voz de la sirena lo sacó de sus pensamientos. Ella, con su usual alegría, le había preguntado si quería acompañarla a algo, pero el bribón, como era costumbre en él, no había escuchado ni una palabra. Sin embargo, la sonrisa traviesa que iluminaba el rostro de la sirena lo decía todo: aquello no sería un simple paseo. Había algo más, algo oculto en esa expresión juguetona que no podía ignorar. Ubben le devolvió la sonrisa, al entender que estaba por de embarcarse en un extraño plan de su escamosa amiga. —¿Qué tenemos que hacer?— preguntó finalmente, sabiendo que cualquier cosa que ella propusiera no sería aburrida.
La sirena le explicó rápidamente, y Ubben no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara aún más, el panorama resultaba estúpidamente absurdo y divertido. —Ok. Conseguir un regalo, vestuario, y luego comer y beber gratis hasta no poder más... estoy dentro— dijo, con un tono que denotaba su entusiasmo por la velada que se avecinaba. A medida que discutían los detalles, la conversación derivó en la elección del regalo para los novios, y la sirena expresó cierta duda al respecto. Ubben, fiel a su estilo, la miró de reojo antes de soltar una pequeña carcajada. —Por supuesto que estoy seguro— dijo el peliblanco con una confianza que, en ese momento, parecía absoluta. Mientras las palabras salían de su boca, la idea que le había golpeado, se volvía clara y precisa. Aquello que hasta hace un momento era solo un pensamiento vago, comenzó a tomar forma... terminarían por materializarlo en un carruaje tirado por dos robustos caballos, conseguidos no gracias a su habilidad de negociación, sino al encantador escote y la labia de su compañera.
Ubben asintió cuando la sirena mencionó el código de vestimenta que debían respetar. —Bueno, supongo que sí, es el código que pidieron... habrá que acatarlo— comentó mientras sus pensamientos derivaban hacia la posible elección de un disfraz adecuado. La búsqueda de disfraces los llevó a una tienda modesta, pero bien surtida. La pelinegra comenzó a buscar entre las prendas mientras Ubben, con su habitual curiosidad, probaba de todo. Vestidos ridículos, trajes extravagantes y combinaciones absurdas, nada parecía adecuado hasta que vio a Asradi con su atuendo final. En ese instante, lo comprendió todo. Su disfraz debía complementarla, debía hacerla resplandecer aún más. Así, el bribón de tez morena y ojos dorados comenzó a planear su propio atuendo, uno que no solo se ajustara al código de vestimenta, sino que también capturara la esencia de lo bien que pegaban juntos.
Mientras ambos finalizaban sus disfraces, Ubben observó a un frutero cercano, ocupado en mover cajas sobre una pequeña yegua de carga. Sin pensarlo dos veces, se acercó al hombre y le compró la plataforma con ruedas donde cargaba la fruta. Volviendo junto a la sirena, con una sonrisa astuta en el rostro, anunció. —Ya tengo el complemento perfecto para tu disfraz, querida.— Con algo de esfuerzo y la ayuda de un par de borrachos que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por un trago gratis, lograron transformar la yegua de carga en un llamativo “plato de madera” sobre el cual Asradi, la sirena, se sentaría. El peliblanco se encontraba disfrutando cada momento de aquella ridícula situación, riendo mientras ajustaba los últimos detalles del improvisado carruaje para su compañera. —¿Lo dices tú?—replicó Ubben entre carcajadas, respondiendo al comentario de la sirena sobre su propio disfraz.
Sus disfraces, completamente ridículos pero divertidos, se complementaban a la perfección. Asradi estaba disfrazada de una pieza de sushi emplatada, mientras que Ubben había optado por un disfraz de botella de salsa de soya. Además, los detalles no faltaban, pues, los brazos del peliblanco simulaban chorros de la salsa, y su tricornio bajo el disfraz le daba a su cabeza la apariencia de una verdadera botella, mientras que una peluca negra y una barba postiza ocultaban su identidad. Definitivamente no quería ser reconocido en ese lugar. —Al menos combinamos bien, ¿no crees?— añadió con un guiño juguetón, mientras comenzaba a arrastrar a la sirena en dirección a la boda. El evento, al aire libre, le ofrecía al peliblanco algo más que solo diversión, le ofrecía múltiples rutas de escape, algo que siempre consideraba por si las cosas se torcían, y que le ayudaba a sentir que mantenía todo bajo control.
Al llegar a la alfombra roja, las instrucciones eran claras: debían realizar un baile o una pose. Rizzo les vió llegar y pidió sus invitaciones; El bribón de ojos dorados se presentó bajo el nombre de Hyagül, para encubrir su identidad; algo que sus compañeros habrían de entender, siendo concientes de la recompensa por su cabeza. Rizzo les dio el visto bueno y anunció a modo de presentación. —¡Damas y caballeros, directo desde las orientales costas de Shimotsuki han llegado el sushi y la soya! Con ustedes Asradi y Hyagül!— Ubben tomó impulso y empujó el plato con ruedas sobre el cual iba sentada la sirena. —Como lo ensayamos, Sashimi...— dijo, justo antes de saltar al plato junto a ella. Ambos adoptaron una pose teatral, con Asradi estilizando su cuerpo mientras Ubben, detrás de ella, dejaba entrever solo la mitad de su rostro. Sus brazos, simulando los chorros de salsa, la envolvían por los hombros, cayendo hacia adelante de manera dramática. Después de la breve actuación, el peliblanco bajó del plato y continuó llevando a su amiga como si nada hubiese pasado, saludando a los invitados mientras buscaban a Ragn, quien debía guiarlos hasta los novios. Finalmente, el regalo sería colocado junto a los demás, mientras los caballos, tranquilos, pastaban bajo la vigilancia del su dueño, quién gracias a los encantos de Asradi, había accedido a llevar el carruaje hasta el lugar y vigilarlo durante la boda.