Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
13-09-2024, 07:10 PM
Los últimos días en la base habían sido ciertamente ajetreados. Desde la llegada a la base de sus más recientes compañeros el quinceavo día del primer mes de Verano, la casi siempre activa pero apacible rutina del G-31 se había visto alterada de pies a cabeza. Apenas una semana y unos pocos días después, contra todo pronóstico o expectativa, Octojin se presentó en la base para presentarse también como un miembro más de las filas de la Marina. Ambos eventos habían servido no solo para incrementar su ya de por sí continua actividad o su interminable lista de quehaceres, sino también para tener la cabeza ocupada. Habían pasado varias semanas desde que encontraron aquella cajita entre la mercancía que le habían robado a Hans, y quizá había tenido la oportunidad de olvidarse de todo lo sucedido durante un tiempo. Sin embargo, la llegada del escualo había reavivado las idas y venidas de su mente, lo que provocó que en los últimos días apenas hubiera pegado ojo.
No era culpa del gyojin ni tampoco pretendía echársela, todo lo contrario. Tanto él como sus nuevos compañeros le habían dado un color a su vida que llevaba faltándole desde hacía muchos años. Camille había crecido y vivido entre Marines durante casi toda su vida, al menos la que era capaz de recordar con claridad, pero nunca había llegado a estrechar lazos con nadie que se alejara de Beatrice o sus propios mentores. Al menos, no de forma duradera ni en un grupo numeroso. Atlas, Masao, Octojin, Ray y Takahiro —sí, incluso ese insufrible espadachín— habían roto con esto radicalmente. Se sentía cómoda en su presencia y, por primera vez en mucho tiempo, válida entre sus iguales. A veces podían llegar a meterle en problemas que no le desearía a nadie, pero pese a ello, empezaba a sentir que había encontrado un sitio en el que al fin encajaba. Cómo no, tenía que ser entre los más raritos del destacamento. De modo que no, sus tribulaciones poco o nada tenían que ver con sus compañeros.
Aquella mañana se había levantado más pronto de lo necesario, mucho antes de que se diera el aviso para que las diferentes brigadas de los barracones despertasen y se prepararan para la inspección rutinaria. La noche anterior había podido hablar con la capitana durante unos pocos minutos y, aunque no le había dicho nada en particular, Camille había notado en sus ojeras y en los dejes preocupados de sus gestos que intentaba ocultar que algo no iba bien. Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero Beatrice era el tipo de persona que jamás se preocupaba por nada en absoluto, ni siquiera ante un peligro inminente de muerte, y que dormía a pierna suelta sin ningún problema en cualquier circunstancia. Las señales que creyó percibir en ella no indicaban nada bueno.
Envuelta en estos pensamientos, aprovechó que aquel día sería mucho más tranquilo para continuar sus estudios desde temprano en la biblioteca del G-31. Atlas, Masao, Ray y Takahiro no se encontraban en la base, ya que habían recibido diferentes tareas que les destinaban fuera. El único que estaba por allí debía ser Octojin que probablemente emplearía la mañana entrenando. De este modo, decidió aprovechar su falta de quehaceres para seguir formándose. La mesa en la que se sentó no tardó en verse llena de mapas repletos de rutas, documentación sobre las corrientes marinas de los cuatro Mares Cardinales, el Calm Belt y la Grand Line, así como un Log Pose que Takahiro le había regalado después de encontrarlo en quién sabe dónde. Trató de ahogar sus pensamientos entre toda esa cantidad de información marítima, pero simplemente no era capaz. Al final, cuando el hambre fue más fuerte que sus preocupaciones, decidió recoger todo y dirigirse al comedor tras su infructífera sesión de estudios.
Incluso la comida parecía hacérsele un poco bola, pero las horas sin comer y el no haber desayunado terminaron derrotándola y no tardó demasiado en acabar con sus raciones, al menos hasta los últimos bocados. Cuando Octojin hizo acto de presencia se la encontró dándole vueltas a los restos de comida que aún quedaban en su plato, con la mirada perdida entre los granos de arroz supervivientes que se agrupaban en pequeños grupos, como islitas en el blanco mar de la vajilla.
Solo alzó la mirada cuando reparó en la presencia de su compañero, que logró sacarle una leve sonrisa con sus comentarios. Mientras hablaba le hizo hueco a sus bandejas, apartando las que ya no estaba usando... que realmente eran todas.
—Parece que de esta se podían encargar ellos solos, sí. Supongo que es lo que les toca con sus nuevos ascensos, para ver si dan la talla y eso —le dijo con un tono que se teñía de cierta complicidad—. Hoy es un día raro de todos modos, esto no suele estar tan tranquilo.
A decir verdad, había muy poca gente en el comedor para ser las horas que eran. No se trataba de la hora punta y ella había llegado incluso un poco más tarde de esta, pero parecía que muchos efectivos se encontraban en misiones de reconocimiento, patrullando o lidiando con los diferentes problemas que había en las proximidades de Loguetown. La calma había llegado a la base justo cuando ella necesitaba algo de movimiento para no pensar demasiado. Se mostró distraída tras hablar, lo que igual forzó en parte al tiburón a tener que llevar la iniciativa de la conversación. Tampoco es que ella quien la llevase por norma general, pero lo cierto es que estaba mucho menos participativa de lo habitual. Cuando llegaron las preguntas sobre la caja del símbolo del dragón, su mirada se ensombreció un poco más.
Suspiró un poco y dejó definitivamente el plato junto con las bandejas. No iba a terminárselo.
—Se la entregué a la capitana esa misma noche, cuando llegué a la base tras dejarte en la posada. No supo decirme de qué se trataba en el momento, pero hasta a mi mad... a Beatrice —se corrigió a tiempo— se le notó la preocupación al ver esos símbolos. —Bajó un poco la voz para lo siguiente—. Lleva desde entonces bajo custodia en el archivo de pruebas. Ayer hablé con ella sobre el tema, pero no parecía muy dispuesta a contarme.
Se le notó la frustración al decir aquello último, entremezclada con una más que evidente preocupación que ni siquiera se preocupó en disimular. Ya no era solo por lo que pudiera pasarle a Hans y a sus chicos, los cuales estaban en constante contacto con los oficiales desde ese mismo día, sino las consecuencias que podían cernirse sobre Loguetown, sus habitantes o ellos mismos. La capitana Montpellier nunca se preocupaba por nada, pero era evidente que ahora lo estaba.
—Algo malo viene, Octo. No sé qué es, pero me ha mantenido inquieta estas últimas noches. Y no parece ser solo cosa mía. —Sus ojos buscaron los del gyojin entonces, que se había distraído mirando por la ventana, perdido también en sus pensamientos—. Pero no sabría ni por dónde empezar a buscar. Quizá en la biblioteca haya algo, pero si no es de conocimiento general estará clasificado y no creo que sea accesible para nosotros. Tampoco creo que la capitana quiera que metamos las narices en esto, o al menos no hasta estar segura, pero... no sé. Supongo que podríamos intentar averiguar algo de forma menos ortodoxa. Quizá Hans le haya contado algo a los oficiales que a nosotros no.