Atlas
Nowhere | Fénix
13-09-2024, 07:49 PM
Un denso murmullo incomprensible flota en la sala. Puedes ver cómo los labios de cuantos se encuentran en la estancia se mueven sin descanso, mas no atinas a distinguir cuál de entre todos los infinitos matices de voz que componen el murmullo pertenece a cada uno. En medio de todo el jaleo, la cadencia fija de la sangre al golpear la mesa es el único elemento discordante, sólo apreciable por aquellos a los que la presencia y el estado de ese hombre les resulta algo fuera de lo común. Según parece, en la estancia tú eres la única persona que cumple esas características.
Nadie parece darse cuenta de las primeras tres frases que pronuncias, pero conforme te acercas y enuncias la parte final de tu diálogo las cabezas más cercanas se voltean para mirarte. En este caso corresponden a dos personas entradas en años, un hombre caucásico con aceite te motor hasta en los ojos —literalmente— y una mujer de color de córneas amarillentas y pelo rizado y canoso extremadamente sucio.
—¿Y había metal? —cuestiona entonces el primero al escuchar que vienes del faro.
—¿Lo habéis traído? —añade la segunda sin despegar sus negras y profundas pupilas de tus ojos.
Después de que respondas, un muchacho que no debe pasar los quince años y que se sitúa en el punto de la mesa exactamente opuesto al tipo de las quemaduras pasa a dirigirse a ti también:
—Ese tipo intentó colarse en el barco anoche junto a una mujer, pero escogieron el momento en que Latton estaba patrullando la cubierta —explica con una amplia sonrisa en la cara. Parece bastante afable, eso seguro. Mientras habla hace un gesto con la cabeza hacia el tipo de las quemaduras, que se percata y comienza a miraros a ti y a él alternativamente—. Como nuestro futuro guía, ahuyentó a la mujer y consiguió capturar a este desgraciado. Estamos esperando a que llegue la hora para celebrar el ritual de su coronación. Cuando nadie se alce como aspirante al lugar que le corresponde, usaremos su sangre para templar el acero del Dios de la Forja y Latton comerá el regalo del herrero.
Si en ese momento vuelves a mirar a quien sin duda es Curtis, comprobarás que la estructura a la que está sujeto no está quieta, sino que va girando lentamente. En el techo circular, unas marcas dorada situadas a intervalos regulares parecen señalar algo. Del mismo modo, justo bajo los pies de Curtis hay también una marca dorada que está a punto de llegar a una marca situada justo en la posición que ocupa Latton, como si fuese una cuenta atrás. Cualquiera diría que está a punto de pasar algo importante. Si tienes algo que hacer, decir o preparar, tal vez sea el momento.
Nadie parece darse cuenta de las primeras tres frases que pronuncias, pero conforme te acercas y enuncias la parte final de tu diálogo las cabezas más cercanas se voltean para mirarte. En este caso corresponden a dos personas entradas en años, un hombre caucásico con aceite te motor hasta en los ojos —literalmente— y una mujer de color de córneas amarillentas y pelo rizado y canoso extremadamente sucio.
—¿Y había metal? —cuestiona entonces el primero al escuchar que vienes del faro.
—¿Lo habéis traído? —añade la segunda sin despegar sus negras y profundas pupilas de tus ojos.
Después de que respondas, un muchacho que no debe pasar los quince años y que se sitúa en el punto de la mesa exactamente opuesto al tipo de las quemaduras pasa a dirigirse a ti también:
—Ese tipo intentó colarse en el barco anoche junto a una mujer, pero escogieron el momento en que Latton estaba patrullando la cubierta —explica con una amplia sonrisa en la cara. Parece bastante afable, eso seguro. Mientras habla hace un gesto con la cabeza hacia el tipo de las quemaduras, que se percata y comienza a miraros a ti y a él alternativamente—. Como nuestro futuro guía, ahuyentó a la mujer y consiguió capturar a este desgraciado. Estamos esperando a que llegue la hora para celebrar el ritual de su coronación. Cuando nadie se alce como aspirante al lugar que le corresponde, usaremos su sangre para templar el acero del Dios de la Forja y Latton comerá el regalo del herrero.
Si en ese momento vuelves a mirar a quien sin duda es Curtis, comprobarás que la estructura a la que está sujeto no está quieta, sino que va girando lentamente. En el techo circular, unas marcas dorada situadas a intervalos regulares parecen señalar algo. Del mismo modo, justo bajo los pies de Curtis hay también una marca dorada que está a punto de llegar a una marca situada justo en la posición que ocupa Latton, como si fuese una cuenta atrás. Cualquiera diría que está a punto de pasar algo importante. Si tienes algo que hacer, decir o preparar, tal vez sea el momento.