Ubben Sangrenegra
Loki
13-09-2024, 09:21 PM
El sonrojo que teñía las mejillas de Akari no pasó desapercibido para el bribón de ojos dorados, quien respondió con una sonrisa suave y astuta. Sus ojos dorados brillaban con esa chispa característica mientras, con un tono despreocupado, alzaba la mirada y fingía examinar los alrededores con aire de confusión. Luego, regresó la vista a ella, como si estuviera completamente absorto en su presencia. —Mmm, no sé... tampoco puse mucha atención; solo podía pensar en verte cruzar esa puerta— dijo, dejando que sus palabras fluyeran con un toque de coquetería en su tono.
Era una mentira, por supuesto. Ubben, en su constante paranoia y necesidad de control, había captado las miradas y susurros dirigidos hacia él, pero los había desestimado, considerándolos insignificantes. Su mente, mucho más calmada que durante la mañana, había dejado de lado las prisas. No había necesidad de acelerar el plan, pues entre más orgánico se dieran las cosas, mejor le resultaría. Quería dejar una huella duradera en Akari, con esa sutil y juguetona seducción que le caracterizaba. Además, si todo iba bien, quizás conseguiría un poco de diversión antes de abandonar la isla, y con ello, una excusa para regresar pronto.
Cuando ella mencionó que no debía preocuparse por el accidente anterior, Ubben sonrió con mayor naturalidad. Sus ojos brillaron con ese peculiar encanto que solo emergía cuando bajaba sus defensas ligeramente. —Puedes tratarme de tú, no es necesario ser tan formal— dijo en un tono relajado, buscando acortar cualquier distancia innecesaria entre ambos. Al escuchar la pregunta sobre qué le recomendaría, Ubben fingió una breve pausa para pensar, aunque en realidad ya había planeado su respuesta, con platos que probablemente el pediría. Con una seguridad que apenas parecía merecida, pero que le otorgaba un aire de experto, respondió con naturalidad. —Te recomendaría los ravioles de pollo, espinaca y mozzarella a la tinta de calamar, acompañados de un vino blanco, de preferencia uno ligero— sugirió, manteniendo una sonrisa. No era un gran conocedor de la alta cocina ni de vinos, pero había aprendido lo suficiente en sus travesías como para sonar convincente.
—Yo, por mi parte, pediré risotto con champiñones y cerdo salteado, acompañado de un Merlot— añadió con la misma seguridad que antes. La mención de su preferencia por repetir el momento en que se conocieron pareció intensificar el sonrojo en las mejillas de Akari, y Ubben no pudo evitar sentir una sutil satisfacción al ver cómo sus palabras la afectaban. Cada pequeño gesto de ella, como acomodar un mechón de cabello tras la oreja, le daba a Ubben más oportunidades de disfrutar ese tira y afloja silencioso que se desarrollaba entre ambos. Y entonces, como si estuviera esperando el momento perfecto, dejó que el mechón rebelde volviera a caer sobre el rostro de Akari.
Con un gesto cuidadoso, deslizó su mano hacia ella y, con la excusa perfecta, fue él quien acomodó el mechón tras la oreja de la joven, permitiendo que la punta de sus dedos rozara con suavidad la piel de su rostro. El mesero llegó poco después, y Ubben se encargó de hacer el pedido, manteniendo una postura relajada, pero siempre atento a la reacción de Akari. Cuando el mesero se retiró, trayendo consigo las bebidas, Ubben tomó un sorbo de su vino, fijando sus ojos dorados en los de ella, sosteniendo su mirada con un destello coquetón.
—Bueno, supongo que si ambos queremos repetirla, solo tenemos que volver a encontrarnos, ¿no crees?— dijo, inclinándose ligeramente hacia ella, dejando que sus palabras llevaran el peso del deseo implícito. En ese momento, el peliblanco notó algo peculiar en los labios de Akari. Unas migas de pan que habían quedado en ellos ofrecían la oportunidad perfecta para su siguiente movimiento. Ubben, siempre astuto y calculador, sonrió para sus adentros mientras decidía cómo proceder. Con una naturalidad que rozaba lo atrevido, se inclinó hacia ella, su diestra se movió lentamente hasta rozar su mejilla. —Con permiso, Akari... —murmuró suavemente mientras usaba el pulgar para limpiar las migas de sus labios, en un gesto que combinaba cuidado con coquetería. Ubben retiró la mano lentamente, sonriendo al verla un tanto desconcertada, aunque con una leve sonrisa en los labios.
—Tenías unas miguitas en los labios— dijo entre risas suaves, sus ojos dorados achinándose ligeramente mientras inclinaba la cabeza, sabiendo que su gesto había surtido efecto. Con un vistazo al estuche del violín que ella había traído consigo, Ubben añadió —Me alegra que hayas traído tu violín. Me gusta la idea de compartir un momento tocando música juntos— comentó, su tono genuino reflejando un interés real en la joven. —¿Tienes algún género que prefieras tocar más que otros?— preguntó, cambiando hábilmente de tema para mantener la conversación ligera y entretenida, pero sin dejar de lado la conexión que había establecido.
Mientras hablaban, el mesero volvió con los platos, y con un gesto respetuoso, colocó las comidas en la mesa. —Que lo disfruten, esperamos sea de su agrado— dijo con cortesía antes de retirarse. Ubben tomó su cuchillo y tenedor, pero antes de empezar, alzó su copa hacia Akari. —Por nuestra pequeña coincidencia y por las que vendrán— dijo con una sonrisa antes de brindar, aprovechando cada momento para mantener la tensión entre ellos, jugando entre la cordialidad y el coqueteo que había establecido desde el principio.
Era una mentira, por supuesto. Ubben, en su constante paranoia y necesidad de control, había captado las miradas y susurros dirigidos hacia él, pero los había desestimado, considerándolos insignificantes. Su mente, mucho más calmada que durante la mañana, había dejado de lado las prisas. No había necesidad de acelerar el plan, pues entre más orgánico se dieran las cosas, mejor le resultaría. Quería dejar una huella duradera en Akari, con esa sutil y juguetona seducción que le caracterizaba. Además, si todo iba bien, quizás conseguiría un poco de diversión antes de abandonar la isla, y con ello, una excusa para regresar pronto.
Cuando ella mencionó que no debía preocuparse por el accidente anterior, Ubben sonrió con mayor naturalidad. Sus ojos brillaron con ese peculiar encanto que solo emergía cuando bajaba sus defensas ligeramente. —Puedes tratarme de tú, no es necesario ser tan formal— dijo en un tono relajado, buscando acortar cualquier distancia innecesaria entre ambos. Al escuchar la pregunta sobre qué le recomendaría, Ubben fingió una breve pausa para pensar, aunque en realidad ya había planeado su respuesta, con platos que probablemente el pediría. Con una seguridad que apenas parecía merecida, pero que le otorgaba un aire de experto, respondió con naturalidad. —Te recomendaría los ravioles de pollo, espinaca y mozzarella a la tinta de calamar, acompañados de un vino blanco, de preferencia uno ligero— sugirió, manteniendo una sonrisa. No era un gran conocedor de la alta cocina ni de vinos, pero había aprendido lo suficiente en sus travesías como para sonar convincente.
—Yo, por mi parte, pediré risotto con champiñones y cerdo salteado, acompañado de un Merlot— añadió con la misma seguridad que antes. La mención de su preferencia por repetir el momento en que se conocieron pareció intensificar el sonrojo en las mejillas de Akari, y Ubben no pudo evitar sentir una sutil satisfacción al ver cómo sus palabras la afectaban. Cada pequeño gesto de ella, como acomodar un mechón de cabello tras la oreja, le daba a Ubben más oportunidades de disfrutar ese tira y afloja silencioso que se desarrollaba entre ambos. Y entonces, como si estuviera esperando el momento perfecto, dejó que el mechón rebelde volviera a caer sobre el rostro de Akari.
Con un gesto cuidadoso, deslizó su mano hacia ella y, con la excusa perfecta, fue él quien acomodó el mechón tras la oreja de la joven, permitiendo que la punta de sus dedos rozara con suavidad la piel de su rostro. El mesero llegó poco después, y Ubben se encargó de hacer el pedido, manteniendo una postura relajada, pero siempre atento a la reacción de Akari. Cuando el mesero se retiró, trayendo consigo las bebidas, Ubben tomó un sorbo de su vino, fijando sus ojos dorados en los de ella, sosteniendo su mirada con un destello coquetón.
—Bueno, supongo que si ambos queremos repetirla, solo tenemos que volver a encontrarnos, ¿no crees?— dijo, inclinándose ligeramente hacia ella, dejando que sus palabras llevaran el peso del deseo implícito. En ese momento, el peliblanco notó algo peculiar en los labios de Akari. Unas migas de pan que habían quedado en ellos ofrecían la oportunidad perfecta para su siguiente movimiento. Ubben, siempre astuto y calculador, sonrió para sus adentros mientras decidía cómo proceder. Con una naturalidad que rozaba lo atrevido, se inclinó hacia ella, su diestra se movió lentamente hasta rozar su mejilla. —Con permiso, Akari... —murmuró suavemente mientras usaba el pulgar para limpiar las migas de sus labios, en un gesto que combinaba cuidado con coquetería. Ubben retiró la mano lentamente, sonriendo al verla un tanto desconcertada, aunque con una leve sonrisa en los labios.
—Tenías unas miguitas en los labios— dijo entre risas suaves, sus ojos dorados achinándose ligeramente mientras inclinaba la cabeza, sabiendo que su gesto había surtido efecto. Con un vistazo al estuche del violín que ella había traído consigo, Ubben añadió —Me alegra que hayas traído tu violín. Me gusta la idea de compartir un momento tocando música juntos— comentó, su tono genuino reflejando un interés real en la joven. —¿Tienes algún género que prefieras tocar más que otros?— preguntó, cambiando hábilmente de tema para mantener la conversación ligera y entretenida, pero sin dejar de lado la conexión que había establecido.
Mientras hablaban, el mesero volvió con los platos, y con un gesto respetuoso, colocó las comidas en la mesa. —Que lo disfruten, esperamos sea de su agrado— dijo con cortesía antes de retirarse. Ubben tomó su cuchillo y tenedor, pero antes de empezar, alzó su copa hacia Akari. —Por nuestra pequeña coincidencia y por las que vendrán— dijo con una sonrisa antes de brindar, aprovechando cada momento para mantener la tensión entre ellos, jugando entre la cordialidad y el coqueteo que había establecido desde el principio.