Airgid Vanaidiam
Metalhead
15-09-2024, 08:23 PM
Durante la estancia de nuestro protagonista en la isla Kilombo, varias habían sido las veces que se había pasado por la casa de Airgid Vanaidiam, esa preciosa rubia de bonitas manos que había conocido hacía más tiempo del que él mismo recordaba. De la misma manera, varias habían sido las veces en las que, sin saberlo, se había cruzado con un curioso Domsdey Crimsolth. Ese anciano se había estado interesando en el buccaner desde aquel furtivo y casual encuentro que tuvieron bajo la solitaria farola durante la noche, cuando le salvó de unos vándalos. El viejo revolucionario ya de por sí solía pasar de forma más o menos recurrente por la calle donde Airgid vivía, por el motivo que fuera, y le sorprendió enterarse de que el enorme rubio también había tomado por costumbre parar en aquel garaje. También, dejándose llevar por la curiosidad, observó aquel encuentro que tuvo con el que llevaba siendo revolucionario casi los mismo años que él. Quizás... quizás estuviera más destinado a la revolución de lo que ni él mismo imaginó en un primer momento. Desde luego, el mundo era un pañuelo, y las casualidades no lo eran tanto.
La noche anterior, Domsdey colocó en la puerta de la casa de Airgid una pequeña nota, como si estuviera seguro de que sería Ragnheidr el que llegara a leerla. Y a la mañana siguiente, todo parecería normal a excepción de la presencia de ese papel pegado en la puerta. El mensaje era escueto, escrito con una bonita y cuidada caligrafía, así es como escribiría alguien minucioso y que dedicaba tiempo a cada una de las palabras. Ya pocas personas tenían paciencia suficiente como para molestarse en la presentación como lo había hecho él. La nota decía así:
"Para Ragnheidr:
Soy Domsdey Crimsolth, el viejete al que salvaste de esos jóvenes, ¡espero que no te hayas olvidado de mí! Me gustaría reunirme contigo, tengo una propuesta que quizás te interese. ¿Te reunirías conmigo esta noche en el faro de Rostock? ¡Te espero!"
Su firma era igual de cuidada y curvilínea que la caligrafía, finalizando así aquella invitación que acababa de lanzarle al rubio. El anciano desconocía si aquel hombre estaría dispuesto a aceptar su propuesta, pero era un hombre de fe, de confianza ciega. Y confiaba en que aparecería. Domsdey esperaba a las afueras del faro, observando el atardecer, cómo cada vez se hacía más y más de noche. Poco a poco se fueron encendiendo las farolas de la ciudad, anunciando el fin del día. Hacía buen tiempo, típico de una noche veraniega, sin una sola nube en el cielo y una ligera brisa que apaciguaba el sofocante calor hasta volver el clima agradable. Mientras se deleitaba con aquella visión, el viejo Domsdey pensaba en la de veces que se había reunido en aquel mismo lugar con sus viejos compañeros de revolución. Aunque en aquellos años no existía la revolución como tal, pero siempre habían existido grupos antisistema, desde el inicio de los tiempos. Y por otro lado, había aceptado que su tiempo estaba pasando, que ya aquella época no le pertenecía. Quizás pudiera relegar ese futuro en una nueva generación de revolucionarios, quizás Ragnheidr pudiera convertirse en un miembro dentro de ese idílico plan. Puede que no le conociera mucho, pero algo dentro de él, llamémoleste intuición, le decía que aquel hombre estaba destinado a una causa mayor. Tenía fe en que así fuera.
La noche anterior, Domsdey colocó en la puerta de la casa de Airgid una pequeña nota, como si estuviera seguro de que sería Ragnheidr el que llegara a leerla. Y a la mañana siguiente, todo parecería normal a excepción de la presencia de ese papel pegado en la puerta. El mensaje era escueto, escrito con una bonita y cuidada caligrafía, así es como escribiría alguien minucioso y que dedicaba tiempo a cada una de las palabras. Ya pocas personas tenían paciencia suficiente como para molestarse en la presentación como lo había hecho él. La nota decía así:
"Para Ragnheidr:
Soy Domsdey Crimsolth, el viejete al que salvaste de esos jóvenes, ¡espero que no te hayas olvidado de mí! Me gustaría reunirme contigo, tengo una propuesta que quizás te interese. ¿Te reunirías conmigo esta noche en el faro de Rostock? ¡Te espero!"
Su firma era igual de cuidada y curvilínea que la caligrafía, finalizando así aquella invitación que acababa de lanzarle al rubio. El anciano desconocía si aquel hombre estaría dispuesto a aceptar su propuesta, pero era un hombre de fe, de confianza ciega. Y confiaba en que aparecería. Domsdey esperaba a las afueras del faro, observando el atardecer, cómo cada vez se hacía más y más de noche. Poco a poco se fueron encendiendo las farolas de la ciudad, anunciando el fin del día. Hacía buen tiempo, típico de una noche veraniega, sin una sola nube en el cielo y una ligera brisa que apaciguaba el sofocante calor hasta volver el clima agradable. Mientras se deleitaba con aquella visión, el viejo Domsdey pensaba en la de veces que se había reunido en aquel mismo lugar con sus viejos compañeros de revolución. Aunque en aquellos años no existía la revolución como tal, pero siempre habían existido grupos antisistema, desde el inicio de los tiempos. Y por otro lado, había aceptado que su tiempo estaba pasando, que ya aquella época no le pertenecía. Quizás pudiera relegar ese futuro en una nueva generación de revolucionarios, quizás Ragnheidr pudiera convertirse en un miembro dentro de ese idílico plan. Puede que no le conociera mucho, pero algo dentro de él, llamémoleste intuición, le decía que aquel hombre estaba destinado a una causa mayor. Tenía fe en que así fuera.