Ray
Kuroi Ya
15-09-2024, 10:11 PM
Día 28 del Verano del año 724
Los últimos días en el Cuartel General del G-31 habían sido cuanto menos ajetreados. Y calificarlos así era realmente quedarse corto, ya que la cantidad de redadas y operaciones especiales llevadas a cabo por los marines de la base bajo las órdenes de la Capitana Montpellier era absolutamente desorbitada en comparación con los niveles previos de actividad que solían tener. El motivo de todo esto no estaba claro, pero había coincidido sospechosamente en el tiempo con la llegada al Cuartel de un misterioso mink león que vestía con una gabardina y un sombrero y que, por alguna razón, disponía de una autorización firmada de puño y letra por la Capitana para desplazarse a su antojo por cualquier rincón de las instalaciones de la Marina. El joven peliblanco había deducido que sería alguna clase de empleado del Gobierno Mundial enviado al G-31 por algún motivo que desconocía. Era curioso, sí, pero no encontraba ninguna otra explicación que tuviera sentido.
Y en mitad de aquella interminable cola de tareas, un mensaje que llevaba también el sello y la firma de su superiora le fue entregado en el desayuno. En la misiva Montpellier le informaba sobre la presencia en la isla del célebre Vicealmirante Bâtard Morelli, así como de que le ha sido encomendada la misión de asegurarse de que su estancia en Loguetown no se veía alterada por nada. A decir verdad le resultaba ligeramente molesto tener que hacer de escolta de alguien importante simplemente para que nadie le molestara, pero por otro lado... No sabía mucho sobre el Vicealmirante Morelli, pero su nombre era conocido a lo largo y ancho del mundo como uno de los marines más poderosos y admirados. Su nombre, así como su apodo, "El Rayo Verde de la Marina", eran pronunciados a menudo con admiración en el Cuartel General. El joven no recordaba en aquel momento ninguna de sus hazañas, pero estaba más que seguro de que le habían contado alguna de ellas en más de una ocasión. Sin embargo sus ocasionales problemas de atención habían hecho que no fuese capaz de evocar en su mente ninguna de aquellas batallitas que había oído.
Al parecer el oficial iba a visitar el Casino Missile, un lugar que el peliblanco no conocía. Era de los pocos sitios de la isla que aún no había visitado. El concepto de apostar dinero en juegos de azar en los que tan fácil era ganar como perderlo todo le resultaba ajeno por completo dado su pasado. Para alguien que había vivido en la más absoluta pobreza y que había tenido que vérselas y deseárselas para conseguir algo que llevarse a la boca resultaba inconcebible arriesgarse a perder el dinero que tanto le había costado conseguir en un simple juego en el que, además, la pericia, habilidad o inteligencia no tenían ningún papel y todo dependía de la fortuna.
Dado que iba a tener que trabajar durante la tarde, el joven marine aprovechó la mañana para descansar. El sol brillaba con fuerza aquel día, y en el cielo no se veía una sola nube, por lo que Ray pudo aprovechar para hacer una de las cosas que más le gustaban: tumbarse sobre la hierba sin camiseta y simplemente dejar que los rayos del astro rey acariciasen suavemente su piel. No se durmió, pero sí alcanzó un estado de relajación tal que nada podía perturbarle.
Finalmente, cuando llegó la hora indicada el peliblanco se dirigió hacia el infame templo del vicio al que le habían encargado acudir. Sentía una mezcla de hastío ante la aparente levedad de la misión que se le había encomendado y emoción por conocer en persona a una de las actuales leyendas de la Marina. ¿Habría algo que pudiese aprender de él? Seguro que sí.