Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
16-09-2024, 10:00 AM
17 de Verano del año 724.
Ragnheidr estaba agotado después de un día intenso de competición, apenas sentía fuerzas para seguir en pie cuando llegó a la casa de Airgid. Cada músculo de su cuerpo protestaba con cada paso, deseando el refugio del descanso. Sin embargo, al acercarse a la puerta, sus ojos se posaron en un trozo de papel. Al principio no le prestó mucha atención, pensando que sería un mensaje de Airgid, quizás algo sin importancia como que dejara de mearse en el sofá o mierdas así. Pero el nombre que encabezaba la nota llamó su atención al instante, Domsdey Crimsolth. El rostro de Ragn se iluminó con una chispa de reconocimiento y emoción contenida. — ¡El viejete! — Murmuró para sí, esbozando una leve sonrisa. Había pasado algún tiempo desde aquel encuentro, cuando había defendido a ese anciano de un grupo de jóvenes problemáticos en las calles de Rostock. Crimsolth había agradecido su ayuda en su momento, pero nunca imaginó que volvería a saber de él.
Leyó con atención la nota, cada palabra parecía avivar en él una nueva energía. La mención de una "propuesta" hizo que su mente comenzara a trabajar a toda velocidad. ¿Una propuesta? No podía evitar sentir curiosidad. Sabía que aquel anciano no era un hombre común, había notado algo especial en él, algo en sus ojos que delataba una sabiduría y una historia profunda. La emción en el Buccaneer era palpable ... Y la referencia al faro, un lugar solitario y siempre envuelto en misterio, solo añadía más intriga. Ragn respiró hondo, el cansancio físico seguía presente, pero ahora su mente estaba alerta, más despierta que nunca. El faro de Rostock no quedaba lejos, y la noche ya había caído, envolviendo la ciudad en un manto de sombras y silencio. — Perfecto para una conversación importante — Pensó.
Mientras se colocaba su particular capa roja, sintió una emoción creciente en su pecho. Era la oportunidad de saber más sobre Crimsolth, de descubrir lo que se ocultaba tras aquella fachada de "viejete". Además, algo en su interior le decía que esta "propuesta" podría estar relacionada con lo que venía escuchando mucho en sus alrededores (con Asradi, Airgid y Ubben), rumores de la revolución. Todos parecían estar inquietos con el tema de poder hacer más, de llegar más lejos, tanto que el vikingo comenzó a interesarse bastante. Su instinto, fino por naturaleza, le susurraba que Crimsolth estaba envuelto en algo grande, algo que podría cambiarlo todo. Y él quería ser parte de eso. Ragnheidr salió sin dudarlo. Cada paso hacia el faro lo sentía más ligero, como si la promesa de lo desconocido le diera fuerza. La fatiga que lo había abatido minutos antes desapareció, sustituida por una mezcla de anticipación y emoción contenida. Mientras avanzaba por las calles vacías, su mente no dejaba de imaginar lo que podría descubrir esa noche. El faro se alzaba a lo lejos, su luz brillando intermitente en la oscuridad como una señal, como un llamado.
— ¡¡¡Vieeeejoooooo!!! — Se animó a gritar desde el exterior. Había un viejo hogar cerca, si estaba allí también le escucharía. Repetiría el aviso unas tres o cuatro veces, dándole igual si podía molestar o no, no era su estilo desde luego. Esa noche no portaba a Rompetormentas, estaba acostumbrándose a ir sin ella, lo cual le disgustaba de sobre manera, pero debía aprender a moverse sin la fiel ayuda de su filo. De utilizar su akuma, darle una utilidad real. Para algo la tenía. Ragn sentía los músculos tensos, demasiado quizás. Su espalda ancha y sus hombros macizos, acostumbrados al peso de la batalla, ahora se podían herguir como una muralla ante la figura de un frágil anciano. Intentaba, sin éxito, liberar aquella tensión que lo acompañaba desde que tenía memoria. Cada fibra de su cuerpo, cada cicatriz grabada en su piel, era un recordatorio de los innumerables combates que había librado, y por instinto, su cuerpo siempre estaba en alerta, preparado para la lucha. Pero esta vez no había enemigo al que enfrentar. El anciano no representaba ningún peligro. Aun así, Ragn sentía el peso de su propia presencia. Sabía que su tamaño, su aspecto, podía intimidar fácilmente a alguien como el viejete, alguien que no había visto tanto del mundo cruel y violento del que Ragn provenía (O eso creía). Intentó suavizar sus movimientos, aflojar el agarre de sus manos, que casi siempre estaban listas para empuñar una espada, y dejó escapar un suspiro profundo, como queriendo liberar también parte del peso que cargaba en su mente. La tensión en sus músculos no era solo física. Era el rastro invisible llevar el cuerpo al límite. Sin embargo, ahí y ahora, eso no tenía lugar. Hizo un esfuerzo consciente para relajar sus hombros, dejar que sus brazos colgaran un poco más sueltos, pero la dureza de su porte seguía siendo evidente. Lo último que deseaba era joder aquella oportunidad por no saberse controlar.
Leyó con atención la nota, cada palabra parecía avivar en él una nueva energía. La mención de una "propuesta" hizo que su mente comenzara a trabajar a toda velocidad. ¿Una propuesta? No podía evitar sentir curiosidad. Sabía que aquel anciano no era un hombre común, había notado algo especial en él, algo en sus ojos que delataba una sabiduría y una historia profunda. La emción en el Buccaneer era palpable ... Y la referencia al faro, un lugar solitario y siempre envuelto en misterio, solo añadía más intriga. Ragn respiró hondo, el cansancio físico seguía presente, pero ahora su mente estaba alerta, más despierta que nunca. El faro de Rostock no quedaba lejos, y la noche ya había caído, envolviendo la ciudad en un manto de sombras y silencio. — Perfecto para una conversación importante — Pensó.
Mientras se colocaba su particular capa roja, sintió una emoción creciente en su pecho. Era la oportunidad de saber más sobre Crimsolth, de descubrir lo que se ocultaba tras aquella fachada de "viejete". Además, algo en su interior le decía que esta "propuesta" podría estar relacionada con lo que venía escuchando mucho en sus alrededores (con Asradi, Airgid y Ubben), rumores de la revolución. Todos parecían estar inquietos con el tema de poder hacer más, de llegar más lejos, tanto que el vikingo comenzó a interesarse bastante. Su instinto, fino por naturaleza, le susurraba que Crimsolth estaba envuelto en algo grande, algo que podría cambiarlo todo. Y él quería ser parte de eso. Ragnheidr salió sin dudarlo. Cada paso hacia el faro lo sentía más ligero, como si la promesa de lo desconocido le diera fuerza. La fatiga que lo había abatido minutos antes desapareció, sustituida por una mezcla de anticipación y emoción contenida. Mientras avanzaba por las calles vacías, su mente no dejaba de imaginar lo que podría descubrir esa noche. El faro se alzaba a lo lejos, su luz brillando intermitente en la oscuridad como una señal, como un llamado.
— ¡¡¡Vieeeejoooooo!!! — Se animó a gritar desde el exterior. Había un viejo hogar cerca, si estaba allí también le escucharía. Repetiría el aviso unas tres o cuatro veces, dándole igual si podía molestar o no, no era su estilo desde luego. Esa noche no portaba a Rompetormentas, estaba acostumbrándose a ir sin ella, lo cual le disgustaba de sobre manera, pero debía aprender a moverse sin la fiel ayuda de su filo. De utilizar su akuma, darle una utilidad real. Para algo la tenía. Ragn sentía los músculos tensos, demasiado quizás. Su espalda ancha y sus hombros macizos, acostumbrados al peso de la batalla, ahora se podían herguir como una muralla ante la figura de un frágil anciano. Intentaba, sin éxito, liberar aquella tensión que lo acompañaba desde que tenía memoria. Cada fibra de su cuerpo, cada cicatriz grabada en su piel, era un recordatorio de los innumerables combates que había librado, y por instinto, su cuerpo siempre estaba en alerta, preparado para la lucha. Pero esta vez no había enemigo al que enfrentar. El anciano no representaba ningún peligro. Aun así, Ragn sentía el peso de su propia presencia. Sabía que su tamaño, su aspecto, podía intimidar fácilmente a alguien como el viejete, alguien que no había visto tanto del mundo cruel y violento del que Ragn provenía (O eso creía). Intentó suavizar sus movimientos, aflojar el agarre de sus manos, que casi siempre estaban listas para empuñar una espada, y dejó escapar un suspiro profundo, como queriendo liberar también parte del peso que cargaba en su mente. La tensión en sus músculos no era solo física. Era el rastro invisible llevar el cuerpo al límite. Sin embargo, ahí y ahora, eso no tenía lugar. Hizo un esfuerzo consciente para relajar sus hombros, dejar que sus brazos colgaran un poco más sueltos, pero la dureza de su porte seguía siendo evidente. Lo último que deseaba era joder aquella oportunidad por no saberse controlar.