¿Sabías que…?
... el concepto de isla Demontooth hace referencia a una rivalidad legendaria en la obra.
Comercio entre Ratas
Percival Höllenstern
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-Ellos no te ayudaran. Yo si- comentó a mi espalda un hombre ocioso, que portaba un tricornio sobre su cabeza que dejaba atisbar un largo cabello castaño, vestía también una chaqueta larga de color negro con detalles rojos. Debajo de la misma portaba una camisa blanca con el cuello abierto, aunque lo más llamativo de aquel rudo hombre era que se caracterizaba por tener solo una mano, en la cual enarbolaba la manzana que ya estaba comiendo.

Era mi contacto después de todo, así que le seguí el juego interesado, viendo adónde éramos capaces de llegar con nuestras habilidades de negociación. Claramente aquel hombre era un férreo combatiente de mar, y la sonrisa de sus dientes aserrados así lo reafirmaba, pues en sus ojos dorados podía atisbarse el ímpetu de las mareas.

-Ven. Tengo lo que buscas- comentó mientras reanudaba la marcha, con esa cara particular que siempre ponen los hombres ávidos de dinero, sin paciencia y con cierto resquemor por los tratos en las zonas de peor calaña. Interesante es que tampoco buscaba mucho estar por esta zona, así que confiaba en poder sacar una buena tajada del trato que acontecía, lo que nuevamente reafirmaba la idea de su fijación por la venta.

Sonreí, cauto y asintiendo desde una posición de aparente impotencia, con una respuesta meramente física que consistía en comenzar a comer mi propia manzana, fruto de un gesto de correspondencia pero no de una tácita sumisión. Procedí a seguirle, guiándole yo mismo por la zona con un ápice de iniciativa que al mismo tiempo tasaba a aquella persona.

Continuamos hasta un pequeño túnel de chatarra que se encontraba circundante, poblado por un par de mendigos que ante nuestra aparición se vieron sofocados por la situación y se limitaron a cambiar de zona. En estos lugares del océano, si eres uno de los desafortunados que lo ha perdido todo, estás literalmente en el estrato más bajo del escalafón.

-Muy bien, supongo que eres el tal Percival, ¿No? Dime, ¿Cuánto ofrecer por la pagina que tanto deseas? -comentó de manera directa con una sonrisa tangible que no se hizo esperar, al tiempo que yo casi de manera desinteresaba, agarraba un bidón cercano.

Esperé a que aquel hombre se terminara la manzana y me senté en el bidón con una calma deliberada. No había espacio para movimientos apresurados en este juego; la paciencia, como siempre, era mi aliada más fiel. Observé su sonrisa, esa grotesca exhibición de dientes aserrados que parecía más una advertencia que un gesto amigable. Aun así, mantuve mi compostura.

-Doce millones y medio de berries- dije con la frialdad de alguien que lanza una moneda al aire, sabiendo que caerá en su favor.

Vi cómo sus ojos dorados destellaban, una chispa de interés apenas oculta tras esa máscara de rudeza. Sabía que esa cifra le tentaba, pero no lo suficiente como para cerrarle la boca de golpe. Lo conocía bien, o mejor dicho, conocía a los de su tipo. No importaba el precio, siempre buscarían un poco más. El riesgo, para ellos, era tanto una tentación como una maldición.

Lo dejé hablar, dejé que la insatisfacción se cociera a fuego lento en su interior. Lo que no entendía todavía era que ya había mordido el anzuelo, y lo peor de todo, lo sabía. Pero la avaricia tiene una forma particular de nublar el juicio, y yo estaba más que dispuesto a aprovecharlo.

Cuando finalmente su postura sugirió que otros podrían pagar más por esa página, sentí una ligera oleada de satisfacción. Era exactamente lo que esperaba. Lo miré directamente a los ojos, y aunque sonreí, lo hice solo en el alma, no en el rostro. 

-Sé de buen grado que es su precio de mercado -dije, modulando mi voz para que pareciera casual, como si todo esto fuera un simple trámite burocrático, pero adelantándome a su potencial respuesta-. Pero esos otros que buscan pagarte no están aquí. Yo sí.- espeté ocioso, jugueteando y crujiéndome los dedos con el propio pulgar de la mano.

Dejé que las palabras flotaran entre nosotros por un segundo. Lo medí con la mirada, midiendo también el impacto mordaz de mis siguientes palabras.

-Además, ellos no te ofrecerán lo que yo puedo y que tanto valor tiene aquí. Un favor. - añadí con calma, un gesto de ojos cansados y en calma, de manera bastante directa.

Sabía que esa frase lo descolocaría, al menos momentáneamente. En estos círculos, los favores eran moneda de cambio tan valiosa como el oro, si no más. Y yo estaba dispuesto a ofrecérselo, pero no sin antes hacerle comprender exactamente lo que significaba recibir algo de mí. Un favor no era solo una promesa; era una deuda.

Ahí estaba, el momento en que la conversación dejaba de ser una cuestión de dinero y se convertía en una danza de poder. Podía sentir cómo el ambiente cambiaba, cómo los mendigos restantes, que antes habían observado en silencio se alejaban más, casi como si temieran presenciar lo que vendría. Me incliné un poco hacia adelante, con el cuidado de no perder la postura relajada que tan hábilmente había adoptado.

Podía ver cómo el interés en sus ojos se volvía tangible, como si la promesa de lo que yo ofrecía fuera un eco lejano de algo que había estado buscando sin saberlo. Los hombres como él, aquellos que vivían con una mano aferrada a la espada y la otra al botín, siempre buscaban más que dinero. Buscaban poder, control, y sobre todo, escapatoria. Y ahí estaba yo, entregándole la llave.

Y en el silencio que siguió, supe que se había sentado la primera parte de la negociación.
#3


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Comercio entre Ratas - por Percival Höllenstern - 14-09-2024, 08:30 PM
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