Octojin
El terror blanco
16-09-2024, 01:12 PM
Octojin esperó en la sombra, escondido en la penumbra de la noche mientras su mente divagaba en preguntas que no solía hacerse muy a menudo. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿De verdad era prudente unirse a ese humano en la búsqueda de un objeto brillante que, sin duda, tenía un gran valor? No parecía muy de fiar, pero sí que aparentaba tener un don para hacerse con lo ajeno. Desde que había dejado la Isla Gyojin y comenzado a moverse entre los humanos, había tomado decisiones arriesgadas, pero ahora, con cada paso que daba, la duda empezaba a arraigarse. No conocía realmente a ese tal Masao, y confiar en humanos nunca había sido su primera opción. Aunque no todos los humanos eran iguales, algunos habían demostrado ser dignos de respeto, otros eran lo peor de la basura terrestre. Y aún no sabía en qué categoría encajaría su nuevo "socio".
Mientras esas preguntas seguían carcomiéndole por dentro, su mirada se perdió en la luna llena, que lucía preciosa en el oscuro cielo. Aquel círculo plateado siempre le había fascinado, desde niño. Era un recuerdo constante de las noches pasadas bajo el agua, cuando los rayos de la luna penetraban las profundidades y daban una luz suave y misteriosa al mundo subacuático. Se preguntaba si sería posible llegar hasta ella, si en algún momento la tecnología o la fuerza podrían permitirle tocarla, como tocaba las aguas de la superficie cuando emergía del océano. Era una idea absurda, pero en la inmensidad de la noche y con las dudas que lo rodeaban, era un pensamiento que le ofrecía una pausa momentánea.
El crujido de pasos lo sacó de sus cavilaciones. Masao había regresado, cargando algo entre sus manos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el humano le lanzó una botella. Un Jereh, que debía ser una buena marca de vinos.
Octojin atrapó la botella en el aire sin esfuerzo, pero la miró con escepticismo. Nunca había probado vino antes. No solía consumir alcohol, a excepción de cerveza o sake, y eso en raras ocasiones. Su paladar estaba acostumbrado a los sabores fuertes de las bebidas tradicionales de su isla natal, no a los refinados gustos de la superficie, que bajo su juicio, postureaba mucho con ciertas bebidas que parecían sacadas para niños pequeños. Decidió darle una oportunidad, si bien más por cortesía que por auténtico interés. Levantó la botella y bebió un trago. Al bajar la botella y notar el sabor metálico y fuerte en su boca, vio el líquido en la botella, de un color tan oscuro que le recordó a la sangre.
Inmediatamente, una sensación extraña lo invadió. Algo en su interior despertó. Sus ojos, por un breve instante, se tornaron rojizos como si el vino hubiese desatado algún instinto más primitivo en él. No era realmente sangre, lo sabía, pero la similitud visual fue suficiente para que su semblante cambiara, volviéndose más serio y un poco más agresivo. ¿Qué diablos era aquél brebaje? Se tomó unos segundos más para tranquilizarse mientras notaba como su corazón bombeaba más rápido para después ir volviendo a la normalidad. Aquella sustancia desde luego le producía algún tipo de alteración.
—No iremos a medias —dijo con una voz más grave de lo habitual, mientras bajaba la botella y miraba directamente a Masao—. Mi objetivo es el cristal brillante que están custodiando esos mafiosos. No me interesa el resto de sus tesoros o mercancías. A cambio de tu ayuda, recibirás tres contenedores llenos de algunas cajas como la que metí en tu casa. Son las de la orilla, que ahora están en el fondo del mar. Las recuperaré cuando todo se tranquilice y te las daré, no me interesa lo más mínimo lo que hay ahí dentro.
Octojin hizo una pausa y su mirada se fijó en los ojos de Masao, como si estuviera evaluando la reacción del humano ante lo que acababa de decir. Le tenía bastante desconcertado con sus reacciones y quería intentar aprender a valorarlas. ¿Con qué saldría ahora?
—¿Las viste caer? —preguntó, queriendo confirmar si el humano había notado el cargamento que él había arrojado al fondo del mar antes de que se encontraran. El tiburón estaba casi seguro de que le había visto, pues una persona había dado la voz de alarma y en un principio pensó que era él.
Mientras esperaba la respuesta de Masao, Octojin se apartó ligeramente, tomando otro trago del vino. Esta vez, ya preparado para el sabor y el color, lo bebió con más calma, aunque no se podía deshacer de la sensación que le había causado el primer trago. Algo en el vino seguía recordándole a la sangre, lo que encendía una chispa en su interior, pero supo controlarla.
La noche seguía avanzando, y aunque las dudas iniciales seguían presentes en su mente, Octojin empezaba a sentir que esta alianza con Masao, por muy temporal que fuera, podía ser beneficiosa.
—Dale un trago si quieres —comentó a la par que le tendía la botella sin muchas ganas. Aquella bebida le había gustado —. Pero déjame un par de tragos al final.
Mientras esas preguntas seguían carcomiéndole por dentro, su mirada se perdió en la luna llena, que lucía preciosa en el oscuro cielo. Aquel círculo plateado siempre le había fascinado, desde niño. Era un recuerdo constante de las noches pasadas bajo el agua, cuando los rayos de la luna penetraban las profundidades y daban una luz suave y misteriosa al mundo subacuático. Se preguntaba si sería posible llegar hasta ella, si en algún momento la tecnología o la fuerza podrían permitirle tocarla, como tocaba las aguas de la superficie cuando emergía del océano. Era una idea absurda, pero en la inmensidad de la noche y con las dudas que lo rodeaban, era un pensamiento que le ofrecía una pausa momentánea.
El crujido de pasos lo sacó de sus cavilaciones. Masao había regresado, cargando algo entre sus manos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el humano le lanzó una botella. Un Jereh, que debía ser una buena marca de vinos.
Octojin atrapó la botella en el aire sin esfuerzo, pero la miró con escepticismo. Nunca había probado vino antes. No solía consumir alcohol, a excepción de cerveza o sake, y eso en raras ocasiones. Su paladar estaba acostumbrado a los sabores fuertes de las bebidas tradicionales de su isla natal, no a los refinados gustos de la superficie, que bajo su juicio, postureaba mucho con ciertas bebidas que parecían sacadas para niños pequeños. Decidió darle una oportunidad, si bien más por cortesía que por auténtico interés. Levantó la botella y bebió un trago. Al bajar la botella y notar el sabor metálico y fuerte en su boca, vio el líquido en la botella, de un color tan oscuro que le recordó a la sangre.
Inmediatamente, una sensación extraña lo invadió. Algo en su interior despertó. Sus ojos, por un breve instante, se tornaron rojizos como si el vino hubiese desatado algún instinto más primitivo en él. No era realmente sangre, lo sabía, pero la similitud visual fue suficiente para que su semblante cambiara, volviéndose más serio y un poco más agresivo. ¿Qué diablos era aquél brebaje? Se tomó unos segundos más para tranquilizarse mientras notaba como su corazón bombeaba más rápido para después ir volviendo a la normalidad. Aquella sustancia desde luego le producía algún tipo de alteración.
—No iremos a medias —dijo con una voz más grave de lo habitual, mientras bajaba la botella y miraba directamente a Masao—. Mi objetivo es el cristal brillante que están custodiando esos mafiosos. No me interesa el resto de sus tesoros o mercancías. A cambio de tu ayuda, recibirás tres contenedores llenos de algunas cajas como la que metí en tu casa. Son las de la orilla, que ahora están en el fondo del mar. Las recuperaré cuando todo se tranquilice y te las daré, no me interesa lo más mínimo lo que hay ahí dentro.
Octojin hizo una pausa y su mirada se fijó en los ojos de Masao, como si estuviera evaluando la reacción del humano ante lo que acababa de decir. Le tenía bastante desconcertado con sus reacciones y quería intentar aprender a valorarlas. ¿Con qué saldría ahora?
—¿Las viste caer? —preguntó, queriendo confirmar si el humano había notado el cargamento que él había arrojado al fondo del mar antes de que se encontraran. El tiburón estaba casi seguro de que le había visto, pues una persona había dado la voz de alarma y en un principio pensó que era él.
Mientras esperaba la respuesta de Masao, Octojin se apartó ligeramente, tomando otro trago del vino. Esta vez, ya preparado para el sabor y el color, lo bebió con más calma, aunque no se podía deshacer de la sensación que le había causado el primer trago. Algo en el vino seguía recordándole a la sangre, lo que encendía una chispa en su interior, pero supo controlarla.
La noche seguía avanzando, y aunque las dudas iniciales seguían presentes en su mente, Octojin empezaba a sentir que esta alianza con Masao, por muy temporal que fuera, podía ser beneficiosa.
—Dale un trago si quieres —comentó a la par que le tendía la botella sin muchas ganas. Aquella bebida le había gustado —. Pero déjame un par de tragos al final.