Takahiro
La saeta verde
16-09-2024, 06:38 PM
Tan solo pasó un instante, tan breve como el mismo suspiro de amante pensado en su enamorada, cuando la compuerta metálica comenzó a abrirse lentamente, emitiendo un leve chirrido bastante incómodo durante el tiempo que tardó en abrirse. Se notaba que la humedad del faro había hecho mella en la puerta, pese a que por su aspecto pareciera que estaba bien cuidada.
Nada más abrirse sonó una voz, que dejo ver un hombre que estaba más cerca de una residencia de ancianos que de la vida misma. Un señor muy bajito, cojo, manco y tuerto. El cliché de la piratería hecho persona.
—¿Y lo dices tú? —comentó el peliverde con ironía al verlo—. Si parece que te han construido por partes y han perdido las mitad piezas.
A la grandullona parecía que tampoco le gustaba el hombre al que se había visto obligados a proteger, un pirata deshonroso. ¿Qué como sabía eso el suboficial? Era simple. La forma de mirarlo, la manera de dirigirse a él, la cara de asco… Eran, incluso, más severas y antipáticas que las formas a las que se dirigía a él, y no había que mirara con asco a nadie más. «Como se pase… Misión falida», pensó el marine, a sabiendas de que una hostia de la recluta podía mandar al anciano a hablar con el santísimo; si es que existía algo más allá de la muerte.
Fue en ese momento, cuando un zumbido resonó en la lejanía. Era un sonido familiar, pero que hasta que no estuvo más cerca no fue capaz de identificar. Todo tembló durante un instante, en los que el peliverde perdió el equilibrio, teniendo que apoyarse sobre la pared. Tras eso, un olor fuerte, como a huevos podridos inundó sus fosas nasales. Octojin tenía razón: olía a pólvora.
—Parece que tu gente viene buscando tu cabeza—comentó el peliverde—. ¡Voy contigo, Octo! —le dijo, asintiendo con la cabeza, pero no sin antes mirar a Camille—. Si te ves en apuros, mejor tu vida que la de él —le dijo—. Después de todo..., es una rata. Si vendió a su gente para salvar el cuello, lo haría contigo por salvar su vida.
Dicho aquello, a gran velocidad, con la mano puesta sobre la empuñadura de su espada, corrió tras el gyojin. Sobre tierra era más rápido que él, así que le cogió rápido hasta colocarse a su par. Lo cierto era que varias decenas de balas de cañón apuntaban al faro, lo que hizo ver al peliverde que debía haber más de un barco. Uno se vislumbraba al frente, que es al que se dirigía el habitante de las profunidades, Octojin, así que intentando afinar sus sentidos trató de buscar otro navío antes de lanzarse al mar, impulsándose con sus piernas tomando un ángulo de cuarenta y cinco grados, para alcanzar una mayor distancia de caída.
Tras eso, buscaría un barco y trataría de subir en él de alguna manera, sin llamar mucho la atención. A fin de cuentas, no iba vestido como un marine, sino con sus ropajes habituales y podía llamar menos la atención. ¿Qué no encontraba otro? Aprovecharía que estarían pendiente del gyojin para subir al barco que habían visto sin llamar mucho la atención.
Nada más abrirse sonó una voz, que dejo ver un hombre que estaba más cerca de una residencia de ancianos que de la vida misma. Un señor muy bajito, cojo, manco y tuerto. El cliché de la piratería hecho persona.
—¿Y lo dices tú? —comentó el peliverde con ironía al verlo—. Si parece que te han construido por partes y han perdido las mitad piezas.
A la grandullona parecía que tampoco le gustaba el hombre al que se había visto obligados a proteger, un pirata deshonroso. ¿Qué como sabía eso el suboficial? Era simple. La forma de mirarlo, la manera de dirigirse a él, la cara de asco… Eran, incluso, más severas y antipáticas que las formas a las que se dirigía a él, y no había que mirara con asco a nadie más. «Como se pase… Misión falida», pensó el marine, a sabiendas de que una hostia de la recluta podía mandar al anciano a hablar con el santísimo; si es que existía algo más allá de la muerte.
Fue en ese momento, cuando un zumbido resonó en la lejanía. Era un sonido familiar, pero que hasta que no estuvo más cerca no fue capaz de identificar. Todo tembló durante un instante, en los que el peliverde perdió el equilibrio, teniendo que apoyarse sobre la pared. Tras eso, un olor fuerte, como a huevos podridos inundó sus fosas nasales. Octojin tenía razón: olía a pólvora.
—Parece que tu gente viene buscando tu cabeza—comentó el peliverde—. ¡Voy contigo, Octo! —le dijo, asintiendo con la cabeza, pero no sin antes mirar a Camille—. Si te ves en apuros, mejor tu vida que la de él —le dijo—. Después de todo..., es una rata. Si vendió a su gente para salvar el cuello, lo haría contigo por salvar su vida.
Dicho aquello, a gran velocidad, con la mano puesta sobre la empuñadura de su espada, corrió tras el gyojin. Sobre tierra era más rápido que él, así que le cogió rápido hasta colocarse a su par. Lo cierto era que varias decenas de balas de cañón apuntaban al faro, lo que hizo ver al peliverde que debía haber más de un barco. Uno se vislumbraba al frente, que es al que se dirigía el habitante de las profunidades, Octojin, así que intentando afinar sus sentidos trató de buscar otro navío antes de lanzarse al mar, impulsándose con sus piernas tomando un ángulo de cuarenta y cinco grados, para alcanzar una mayor distancia de caída.
Tras eso, buscaría un barco y trataría de subir en él de alguna manera, sin llamar mucho la atención. A fin de cuentas, no iba vestido como un marine, sino con sus ropajes habituales y podía llamar menos la atención. ¿Qué no encontraba otro? Aprovecharía que estarían pendiente del gyojin para subir al barco que habían visto sin llamar mucho la atención.