Silver D. Syxel
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17-09-2024, 12:55 AM
El ambiente se había vuelto más denso conforme se adentraban en las calles, y la ausencia de vida nocturna solo alimentaba el mal presentimiento del capitán. Aquello no era normal. Frunció el ceño, manteniendo sus sentidos alerta. El hedor del pescado podrido y la basura no lograba distraer su mente del extraño silencio, roto únicamente por los pasos de él y Balagus. Algo en el aire le decía que habían tomado el camino correcto, aunque el panorama seguía siendo inquietante.
La luz de las antorchas en la esquina lo hizo frenar en seco, con el instinto adelantándose al razonamiento. Con un gesto rápido, indicó a su compañero que se detuviera, y ambos se pegaron a la pared más cercana. Lo que observaron les hizo contener el aliento: un grupo de figuras encapuchadas y enmascaradas, rodeadas por una escolta de soldados del reino, avanzaban en perfecta sincronización, como si cada paso hubiera sido ensayado. La visión resultaba siniestra, cargada de tensión.
El pirata entrecerró los ojos, observando con detenimiento desde las sombras. Aunque no alcanzaba a oír las palabras, la vista de los soldados protegiendo tan celosamente a las figuras confirmaba sus sospechas: aquello era demasiado sospechoso. Era evidente que algo importante estaba a punto de suceder. Las palabras de los balleneros en la taberna resonaban en su cabeza: la subasta. Era lo más cerca que habían estado de una pista sólida sobre todo ese asunto.
—Bien... parece que encontramos lo que buscábamos, —murmuró en un susurro, inclinándose hacia Balagus sin perder de vista a las figuras. Su mente trabajaba rápidamente, trazando posibles rutas de escape en caso de que los descubrieran—. No podremos seguirlos facilmente, los soldados están demasiado atentos. —añadió en voz baja, con el ceño fruncido.
Se tomó una pausa mientras una idea empezaba a tomar forma en su cabeza. Rápidamente, escaneó el entorno buscando una forma de seguirlos sin levantar sospechas. Alzó la vista hacia los tejados cercanos, que formaban una red perfecta para vigilar desde arriba sin ser visto. Sonrió de lado; aquella ruta le convenía más a él que al gigantón.
—Escucha... yo treparé a los tejados y los seguiré desde allí. Podré vigilar cada movimiento desde cerca sin ser detectado. —susurró con convicción, ya preparándose para moverse—. Tú sigue entre los callejones, mantente cerca. Si algo sale mal o necesito comunicarme, no estarás muy lejos.
Sin esperar respuesta, apoyó un pie en una caja vacía cercana y, con una agilidad sorprendente, saltó para aferrarse al borde de un ventanal. En un par de movimientos fluidos, como si lo hubiera hecho cientos de veces, ya estaba sobre las tejas, observando desde las alturas.
Se movió con rapidez, manteniendo el equilibrio en las estrechas cornisas y avanzando de una casa a otra sin hacer más ruido del necesario. Desde su posición privilegiada, podía ver mejor el extraño desfile que recorría las calles. Los soldados seguían alertas, pero ninguno miraba hacia arriba. Perfecto.
A lo lejos, notó cómo las figuras encapuchadas continuaban su marcha por las calles. Con un gesto rápido, miró hacia abajo, buscando a Balagus entre la oscuridad de los callejones. Allí estaba su compañero, un gigante envuelto en sombras, avanzando con la discreción que su enorme tamaño le permitía gracias a su destreza como cazador. Si el grandullón lograba mantenerse cerca sin ser descubierto, tendrían una buena ventaja. Con su agilidad y velocidad, podía vigilar desde arriba mientras su compañero permanecía en el suelo, listo para intervenir si la situación lo requería.
Los pasos sobre las tejas eran suaves, calculados. Desde las alturas, el capitán no perdía detalle de la ruta de aquellos misteriosos encapuchados, y aunque no sabía con exactitud hacia dónde los llevaban, esperaba que se tratase de esa dichosa subasta. Con una sonrisa en los labios y la adrenalina fluyendo, continuó su avance por los tejados, listo para aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara.
La luz de las antorchas en la esquina lo hizo frenar en seco, con el instinto adelantándose al razonamiento. Con un gesto rápido, indicó a su compañero que se detuviera, y ambos se pegaron a la pared más cercana. Lo que observaron les hizo contener el aliento: un grupo de figuras encapuchadas y enmascaradas, rodeadas por una escolta de soldados del reino, avanzaban en perfecta sincronización, como si cada paso hubiera sido ensayado. La visión resultaba siniestra, cargada de tensión.
El pirata entrecerró los ojos, observando con detenimiento desde las sombras. Aunque no alcanzaba a oír las palabras, la vista de los soldados protegiendo tan celosamente a las figuras confirmaba sus sospechas: aquello era demasiado sospechoso. Era evidente que algo importante estaba a punto de suceder. Las palabras de los balleneros en la taberna resonaban en su cabeza: la subasta. Era lo más cerca que habían estado de una pista sólida sobre todo ese asunto.
—Bien... parece que encontramos lo que buscábamos, —murmuró en un susurro, inclinándose hacia Balagus sin perder de vista a las figuras. Su mente trabajaba rápidamente, trazando posibles rutas de escape en caso de que los descubrieran—. No podremos seguirlos facilmente, los soldados están demasiado atentos. —añadió en voz baja, con el ceño fruncido.
Se tomó una pausa mientras una idea empezaba a tomar forma en su cabeza. Rápidamente, escaneó el entorno buscando una forma de seguirlos sin levantar sospechas. Alzó la vista hacia los tejados cercanos, que formaban una red perfecta para vigilar desde arriba sin ser visto. Sonrió de lado; aquella ruta le convenía más a él que al gigantón.
—Escucha... yo treparé a los tejados y los seguiré desde allí. Podré vigilar cada movimiento desde cerca sin ser detectado. —susurró con convicción, ya preparándose para moverse—. Tú sigue entre los callejones, mantente cerca. Si algo sale mal o necesito comunicarme, no estarás muy lejos.
Sin esperar respuesta, apoyó un pie en una caja vacía cercana y, con una agilidad sorprendente, saltó para aferrarse al borde de un ventanal. En un par de movimientos fluidos, como si lo hubiera hecho cientos de veces, ya estaba sobre las tejas, observando desde las alturas.
Se movió con rapidez, manteniendo el equilibrio en las estrechas cornisas y avanzando de una casa a otra sin hacer más ruido del necesario. Desde su posición privilegiada, podía ver mejor el extraño desfile que recorría las calles. Los soldados seguían alertas, pero ninguno miraba hacia arriba. Perfecto.
A lo lejos, notó cómo las figuras encapuchadas continuaban su marcha por las calles. Con un gesto rápido, miró hacia abajo, buscando a Balagus entre la oscuridad de los callejones. Allí estaba su compañero, un gigante envuelto en sombras, avanzando con la discreción que su enorme tamaño le permitía gracias a su destreza como cazador. Si el grandullón lograba mantenerse cerca sin ser descubierto, tendrían una buena ventaja. Con su agilidad y velocidad, podía vigilar desde arriba mientras su compañero permanecía en el suelo, listo para intervenir si la situación lo requería.
Los pasos sobre las tejas eran suaves, calculados. Desde las alturas, el capitán no perdía detalle de la ruta de aquellos misteriosos encapuchados, y aunque no sabía con exactitud hacia dónde los llevaban, esperaba que se tratase de esa dichosa subasta. Con una sonrisa en los labios y la adrenalina fluyendo, continuó su avance por los tejados, listo para aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara.