Ray
Kuroi Ya
17-09-2024, 06:32 PM
El camino hacia el Cuartel General fue largo. La noche era húmeda y fría para ser pleno verano, y el aire daba la sensación de ser más denso de lo habitual. Como si la neblina del mar estuviera metiéndose tierra adentro, colándose en los huecos entre los edificios bajo la tenue luz de la luna. Los prisioneros no parecían saber nada más aparte de lo que inicialmente les habían contado, pero aún así todo aquello seguía resultando considerablemente sospechoso. Pese a no haber admitido que hubiera recibido órdenes de soltar toda la información en cuanto viese que la batalla estaba perdida, el peliblanco tenía la sensación de que eso era justo lo que había pasado. O tal vez quienes le contrataron contaban con que aquel hombre se comportaría así. Era bastante posible incluso que el comentario sobre el Casino Missile que el maleante afirmaba haber escuchado hubiese sido lanzado a propósito en un momento en el que él pudiera oírlo, de forma que lo mencionara después ante la Marina y contribuyera a despistarles. Definitivamente toda esa situación olía a chamusquina.
Y en ese momento lo percibió. Olía de verdad a chamusquina. Bueno, no era un olor lo que había captado, sino uno de los extraños estímulos que sus antenas podían procesar y enviar a su cerebro. Levantó la mano instintivamente, indicando a sus compañeros que se detuvieran un momento. Una columna de humo que no estaba allí hacía apenas un momento se levantaba ante ellos. Procedía del Cuartel General. Un incendio.
Ray echó a volar en dirección al Cuartel General tan rápido como fue capaz y deseando que sus compañeros pudieran seguirle. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca no pudo sino ahogar un grito. La base militar, el que era desde hacía un tiempo su hogar, o al menos lo más parecido a uno que había conocido desde que ocho años atrás abandonase el orfanato de Morena, se encontraba en el caos más absoluto. El ala oeste había sido atacada, y ardía con fuerza en un incendio que había avanzado con extraordinaria rapidez. La mayor parte de los pabellones de esa zona eran ya pasto de las llamas, que danzaban sobre las ruinas en un macabro y letal baile.
El joven de cabellos plateados, incrédulo, observó la tétrica escena durante unos instantes. La Marina había sido engañada. Ellos habían sido engañados. Quien quiera que fuese el responsable de aquello se había salido con la suya. En ese momento una estruendosa y macabra carcajada llamó su atención. Y cuando miró en la dirección de la que provenía y vio quién la había emitido cada fibra muscular de su cuerpo se tensó producto de la rabia. El hombre del traje blanco, no había ninguna duda de que era él. Aunque se encontraba entre las sombras y portaba una gabardina que impedía ver la ropa que llevaba de bajo su voz y su rostro resultaban inconfundibles para Ray.
Una lágrima recorrió la mejilla del suboficial, que temblaba de rabia. Aquel hombre se la había jugado ya en dos ocasiones. En la primera de ellas habían conseguido evitar que hubiera ningún herido, pero en esta ocasión dudaba mucho de que tuvieran la misma suerte. El fuego se había extendido demasiado. Y lo peor era que tampoco esta vez podía centrar su atención en él y darle su merecido, pues era prioritario rescatar a quienes hubiesen podido quedar atrapados entre las llamas y asegurarse de que el número de víctimas fuese el menor posible. Su orgullo debía quedar en un segundo plano, no importaba lo herido que estuviera. Daba igual que aquel delincuente hubiera sido más listo que ellos nuevamente. Ya habría tiempo para asumir eso más adelante. Ahora solo había una prioridad: salvar a cuantas personas fuera posible del incendio.
Así que sin tiempo que perder el joven marine se acercó al edificio en ruinas y trató de percibir movimientos en su interior con sus antenas. No pudo evitar pensar en la mala suerte y la ironía que suponían el hecho de que el Cuartel General se incendiase justo cuando Octojin estaba en una misión. El gyojin seguramente podría haber apagado el fuego con facilidad con sus habilidades acuáticas, pero tendrían que apañarse sin él. No quedaba más remedio. Así que una vez percibiera la presencia de alguien en el interior del edificio o viese a alguien que necesitase ayuda, volaría hacia su posición para intentar ayudarle. Era lo menos que podía hacer.
Y en ese momento lo percibió. Olía de verdad a chamusquina. Bueno, no era un olor lo que había captado, sino uno de los extraños estímulos que sus antenas podían procesar y enviar a su cerebro. Levantó la mano instintivamente, indicando a sus compañeros que se detuvieran un momento. Una columna de humo que no estaba allí hacía apenas un momento se levantaba ante ellos. Procedía del Cuartel General. Un incendio.
Ray echó a volar en dirección al Cuartel General tan rápido como fue capaz y deseando que sus compañeros pudieran seguirle. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca no pudo sino ahogar un grito. La base militar, el que era desde hacía un tiempo su hogar, o al menos lo más parecido a uno que había conocido desde que ocho años atrás abandonase el orfanato de Morena, se encontraba en el caos más absoluto. El ala oeste había sido atacada, y ardía con fuerza en un incendio que había avanzado con extraordinaria rapidez. La mayor parte de los pabellones de esa zona eran ya pasto de las llamas, que danzaban sobre las ruinas en un macabro y letal baile.
El joven de cabellos plateados, incrédulo, observó la tétrica escena durante unos instantes. La Marina había sido engañada. Ellos habían sido engañados. Quien quiera que fuese el responsable de aquello se había salido con la suya. En ese momento una estruendosa y macabra carcajada llamó su atención. Y cuando miró en la dirección de la que provenía y vio quién la había emitido cada fibra muscular de su cuerpo se tensó producto de la rabia. El hombre del traje blanco, no había ninguna duda de que era él. Aunque se encontraba entre las sombras y portaba una gabardina que impedía ver la ropa que llevaba de bajo su voz y su rostro resultaban inconfundibles para Ray.
Una lágrima recorrió la mejilla del suboficial, que temblaba de rabia. Aquel hombre se la había jugado ya en dos ocasiones. En la primera de ellas habían conseguido evitar que hubiera ningún herido, pero en esta ocasión dudaba mucho de que tuvieran la misma suerte. El fuego se había extendido demasiado. Y lo peor era que tampoco esta vez podía centrar su atención en él y darle su merecido, pues era prioritario rescatar a quienes hubiesen podido quedar atrapados entre las llamas y asegurarse de que el número de víctimas fuese el menor posible. Su orgullo debía quedar en un segundo plano, no importaba lo herido que estuviera. Daba igual que aquel delincuente hubiera sido más listo que ellos nuevamente. Ya habría tiempo para asumir eso más adelante. Ahora solo había una prioridad: salvar a cuantas personas fuera posible del incendio.
Así que sin tiempo que perder el joven marine se acercó al edificio en ruinas y trató de percibir movimientos en su interior con sus antenas. No pudo evitar pensar en la mala suerte y la ironía que suponían el hecho de que el Cuartel General se incendiase justo cuando Octojin estaba en una misión. El gyojin seguramente podría haber apagado el fuego con facilidad con sus habilidades acuáticas, pero tendrían que apañarse sin él. No quedaba más remedio. Así que una vez percibiera la presencia de alguien en el interior del edificio o viese a alguien que necesitase ayuda, volaría hacia su posición para intentar ayudarle. Era lo menos que podía hacer.