Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
Tema cerrado 
[Aventura] [Autonarrada] Ayudas que queman.
Takahiro
La saeta verde
Día 9 del verano de 724.
 
La cantina tenía un fuerte hedor a quemado, y cuando se abrieron las ventanas, una columna de humo comenzó a salir por ella muy lentamente, alertando a varios marines que estaban entrenando en alguno de los campos de entrenamientos. 
 
¡Fuego, fuego! —se escuchaba desde el exterior, desde personas completamente distintas-
 
¡Coged los extintores! —se escuchó también.
 
No pasaron ni dos minutos cuando las puertas de la cafetería se abrieron de par en par, haciendo pasar a medio centenar de marines que venían a ayudar con toda su buena intención, cargados con cubos de agua, extintores y una manguera que apenas llegaba a la mitad de la estancia. Sin embargo, no hacía falta.
 
El humo procedía de una olla que habían puesto en la ventana, pues su interior se había calcinado casi por completo. ¿El culpable? Un marine castigado de cabellos verde, que sonreía con cierta pasividad mientras el jefe de cocina hacía aspavientos con las manos. Sí. Takahiro, en uno de sus castigos en la cocina, había intentado ayudar en algo que no fuera pelar patatas y había quemado una olla del tamaño de la bañera de un niño chico.
 
¡Eres un incompetente! —gritaba el jefe de cocina—. ¡Y ese maldito de Shawn también! —continuaba diciendo—. ¡El día que me lo cruce de frente lo voy a matar! ¡Le he dicho un centenar de veces que no te quiero aquí! ¿Acaso es que no lo entiende?
 
El Soldado Raso continuaba de pie, mirando la nada mientras el jefe de cocina le reñía. En su mente estaba repasando que iba a hacer al día siguiente, pues le tocaba librar después de una guardia y dos días de castigo en la cocina. «Tal vez podría ir a la playa y ver que se cuece por allí. Hay mucha niña mona en esta isla y no estaría de más conocer gente nueva, que desde que se fue Helen no he tenido oportunidad de conocer a nadie más… ¡Ay, Helen…, como te echo de menos! O tal vez podría dar una vuelta por los exteriores, y así estirar las piernas, que me encuentro algo engarrotado estos días…», pensaba el peliverde, mientras esquivaba casi sin querer la mano del cocinero rozando su oreja. Sin embargo, eso no iba a poder ser. En su intento de querer impresionar a todos con esas dotes culinarias de las que carecía, había dejado a medio cuartel sin comida, algo que el jefe de cocina hizo saber a todos los presentes, entre los que se encontraba el Comandante Buchanan, quien no tuvo más remedio que castigarlo.
 
¡¿Cómo?! —se quejó Takahiro—. No lo entiendo. Yo solo quería ayudar.
 
¡Soldado Raso Kenshin! —alzó la voz Buchanan, con tono severo, dándole una colleja estirando todo el brazo debido a la diferencia de altura—. ¡Has dejado sin comida a medio cuartel! ¿A quién se le ocurre flamear el estofado sin tener nociones de cocina? —preguntó retóricamente—. ¡Solo a ti!
 
Vi como un recluta lo hacía y yo también quería —le respondió—. Parecía guay —hizo una leve pausa—, digo fácil, parecía fácil.
 
Buchanan lo miró, y Takahiro se encogió de hombros.
 
Te quiero a las quince, cero, cero en la puerta principal —le ordenó—. ¡Y vestido con tu uniforme, gorra incluida! ¿Entendido?
 
Señor…, sí, señor… —le dijo con desgana.
 
Alejándose de las miradas de odio de sus compañeros del cuartel, el peliverde se retiró al barracón. Se tumbó sobre la cama y dejó las horas pasar hasta que dieron las dos de la tarde. Cabizbajo se fue hacia la ducha, desnudo y con la toalla sobre los hombros, para quitarse el olor a fritanga de la piel y el cabello. Luego, tras la ducha y buen friegue, se puso el uniforme, incluyendo la gorra, y se dirigió a la puerta. Cuando llegó faltaban diez minutos para la hora acordada, así que se apoyó sobre la pared para esperar más cómodamente.
 
Aquel día era menos caluroso que los anteriores, pero el nivel de humedad era muy superior, haciendo que su ropa estuviera humedecida y pegada al cuerpo. Era bastante incómodo. Mientras se quejaba para sus adentros, Buchanan apareció junto a Shawn, que portaba una libreta en la mano. Ambos marines se saludaron por pura cordialidad, sobre todo porque estaba uno de sus superiores delante, aunque la mirada que se echaron ambos dejaba entrever que no se soportaban.
 
Bien —saltó a decir Buchanan, tras toser—. Vamos a patrullar los exteriores del casino, ya que últimamente hay un grupo de carteristas que roba a ciudadanos ebrios a la salida.
 
Y si es una patrulla… —comentó Takahiro—. ¿No sería mejor de paisano? Entramos al casino, nos hacemos los borrachos y salimos. Cuando nos intenten robar… ¡ZAS! Los apresamos.
 
Buchanan alzó la ceja y se rio, mientras que el Sargento Shawn negaba con la cabeza como si hubiera dicho una tontería.
 
No estás en una película, Kenshin —le dijo Shawn.
 
Takahiro suspiró y no dijo nada más.
 
* * * * *
 
Takahiro caminaba relajado a la izquierda del Comandante Buchanan, observando los alrededores sin demasiado interés. Se fijó en una anciana que regaba una planta con una regadera de color azul, con detalles verdosos en la cabeza que expulsaba el agua y en el mango de sujeción de la parte superior. La planta que regaba era preciosa. Takahiro no era un experto, pero era de un color rojizo bastante claro, casi rosáceo, de cuatro hojas bastante largas con un centro en color amarillento. Entretanto, Shawn estaba diciendo algo, ¿el qué? No tenía ni idea, pues su mente continuaba en la maceta de que tenia la anciana colgando en su balcón. «¿Y si compramos una maceta para el barracón? Sería bonito decorarlo con una. Pero seguramente me olvidaría de regarla. ¿Y si compro un cactus? Poca agua y también es bonito», discurría mientras caminaba.
 
Pasados casi cuarenta minutos, llegaron a los alrededores del casino de la ciudad, el Cassino Misile. Era un lugar grande y estrafalario, cuya estética no era nada armónica con los edificios que tenía alrededor. Era mucho más alto, de un color más oscuro y con detalles dorados y rojizos. Bastante hortera para el gusto del peliverde, cuyos gustos eran más humildes y estéticos.
 
Bien —dijo Buchanan, llamando la atención del peliverde, cuya mirada le dejaba entrever que estaba disconforme de estar allí. Su superior era consciente que esa desgana provenía de estar con Shawn, pues ya que eran como el agua y el aceite—. Vosotros dos vais a dar una vuelta por los alrededores, mientras yo hablo con el dueño del casino. Si veis algo raro notificádmelo por den den mushi —le entregó un caracol telefónico a Shawn—. ¿Entendido? —preguntó, mirando a Takahiro—.  Nada de heroicidades.
 
Takahiro asintió.
 
El comandante se fue y se quedaron solos Shawn y el peliverde. El ambiente era tenso, tan tenso que un cuchillo sin afilar podría haberla rajado sin problema alguno. Ninguno de los dos marines articulaba palabra alguna, tan solo se miraban con asco y suspiraban. Shawn estaba en a la izquierda de la puerta del casino, mirando a los alrededores con mucha desconfianza.
 
«Si hubiéramos venido de paisano fijo que le robaban…», pensaba el marine, que se encontraba relajado, apoyando la mano sobre su katana.
 
Fue en aquel preciso momento cuando escuchó el grito de una mujer. Procedía de un callejón no muy lejos de allí. Takahiro alzó mirada, mientras que Shawn cogía el den den mushi para hablar con el comandante, mientras con su otra mano le indicaba al peliverde que se estuviese quieto. No obstante, no podía hacerlo Si había alguien en apuros tenía que ir en su ayuda, y más si era mujer. Sin tan siquiera pensarlo, se fue de la entrada en dirección al callejón. Apenas tardó unos segundos y se encontró a una mujer de mediana edad, cabello rubio de bote y vestido azul. Estaba apoyada en el suelo, mientras gritaba que fueran a por el ladrón.
 
El marine alzó la mirada y una sombra corría en dirección sur. Ante eso, aferrándose a la empuñadura de su espada, comenzó a ir tras ella. Aquella sombra se movía con mucha soltura entre los callejones, usando las paredes estrechas como apoyo para impulsarse. Takahiro sentía que estaba dando un rodeo a la manzana, pero cuando quiso darse cuenta estaba en un callejón sin salida, frente a una figura encapuchada, que no tardó en quitarse.
 
No debiste perseguirme, merinerito —dijo quien resultó ser un hombre que sobrepasaba la treintena, de ojos verdosos y una cicatriz que le cruzaba el rostro. Su altura era de apenas un metro setenta, bastante delgado y con el cabello castaño, e iba vestido con un chándal negro con líneas blancas—. Ahora prepárate.
 
El maleante silbó y de la nada aparecieron tres individuos más, vestidos de la misma forma. Uno de ellos era más corpulento y más alto, mientras que los otros dos tenían una complexión parecida al primero.
 
¿Estáis seguro de querer invitarme a comer? —preguntó Takahiro con aires de superioridad—. Porque te aseguro que soy insaciable.
 
Y en ese momento apareció Shawn, que había ido tras él.
 
¿No te he ordenado que no te movieras? —le preguntó, casi al mismo tiempo que uno de los maleantes los atacaba con un hacha de mano por un lado al Sargento.
 
Casi por instinto, el peliverde desenfundó su espada y con un movimiento rápido bloqueo el ataque, protegiendo a su superior.
 
No es momento para reproches, señor —le respondió, aprovechando su fuerza física para empujar con todas sus fuerzas al criminal y haciéndolo retroceder un par de metros—. Son cuatro. Dos para ti y dos para mi —le dijo, mientras guardaba la espada de nuevo en su funda
 
¡Esto no era lo que estaba en los planes! —alzó la voz el sargento, que parecía que le temblaban las piernas—. ¿Y porqué demonios enfundas tu arma?
 
«¿Pero y este tío?», pensó Takahiro, poniéndose frente a su superior para protegerlo.
 
Battojutsu… —se escuchó decir al peliverde, mientras adelantaba su pierna derecha e inclinaba su cuerpo hacia adelante, flexionando sus piernas y poniendo sus músculos en máxima tensión. Su mano derecha esta sobre la empuñadura de su espada, al tiempo que su mirada se clavaba su mirada sobre el ladrón que tenía más lejos. Tras ello, la pierna flexionada del espadachín se activó como un muelle, impulsándose en un abrir y cerrar de ojos, recorriendo en apenas un paso la distancia que lo separaba de su objetivo, para propinarle un espadazo a media altura—. Destello Glauco —culmino diciendo, enfundando su espada justo después.
 
El primero de los objetivos cayó al suelo con un feo corte en el abdomen.
 
¡Hijo de puta! —gritó uno de los delincuentes—. ¿Qué le has hecho a mi hermano?
 
Y sin tan siquiera responder, completamente concentrado, el peliverde se impulsó hacia el siguiente criminal, que pudo esquivarlo echándose hacia un lado. Ante esto, el peliverde dio un giro de doscientos setenta grados hacia la izquierda, posicionándose frente a su objetivo y volviendo a desenfundar, trazó una diagonal ascendente rasgando el suelo de la calle, en cuyo trazo golpeó con la mano la cara del criminal. Seguidamente, se echó hacia delante y le clavó el arma a la altura de la clavícula, retorciéndola al mismo tiempo que golpeaba con la planta del pie al carterista para alejarlo, acrecentando la gravedad de la herida.
 
Os dije que nos os iba a gustar sacarme a bailar —comentó el peliverde, sacudiendo la sangre de su arma haciendo un movimiento horizontal hacia la derecha.
 
El Soldado Raso alzó la mirada y observaba como Shawn esquivaba con una velocidad y una agilidad pasmosa, superior a la del resto de marines que había visto en la base. Sin embargo, no era capaz de atacar, tan solo reculaba como si estuviera huyendo de la confrontación directa. Verlo era un placer que el peliverde no sabía describir, pero le otorgaba una sensación de regocijo que quiso saborear durante un par de segundo más.
 
Sin embargo, en aquellos segundos, a una velocidad que hubiera definido como inhumana apreció el Comandante Buchanan, que noqueó al carterista que estaba frente al Sargento de un puñetazo en el costado, mientras que sacaba un juego de cuchillos de su manga y los lanzaba hacia el cuarto en discordia, con tanta fuerza que atravesaron su cuerpo como si fuera papel.
 
¿No te dije que no te hicieras el héroe? —preguntó Buchanan, clavando sus ojos sobre el peliverde.
 
No fue mi intención —le respondió—. Actúe por puro instinto. Fue escuchar un grito de auxilio y cuando me di cuenta ya estaba tras el ladrón. Además, lo tenía bajo control. Que fueran cuatro no significaba que fueran fuertes.
 
No tienes remedio, muchacho —le dijo, riéndose justo después.
 
No le veo la gracia, comandante —intervino Shawn—. Aunque nuestros rivales no fueran tan poderosos, ha sido una temeridad adentrarse en estas calles tan laberínticas sin un plan de acción.
 
No siempre vas a poder crear un plan de acción, te lo he repetido infinidad de veces —le dijo—. Si os he traído juntos es porque creo que tú puedes aprender de marines como Takahiro y que él puede aprender de ti.
 
Sí, a esquivar —musitó el peliverde en voz tan baja que se confundió con un suspiró. Sin embargo, algo le decía que Shawn lo había escuchado.
 
Inmovilizarlos y llevarlos al cuartel para interrogarlos —les ordenó—. Al final, pese a todo, nuestro cometido ha sido un éxito.
 
* * * * *
 
Una vez llegado al cuartel, Shawn fue el encargado de llevar a los criminales a los calabozos. Iban maniatados con esposas y cuerdas, en línea y con cara de pocos amigos. Takahiro se iba a retirar a los barracones, pero en ese momento Buchanan lo llamó.
 
¿Desea algo? —le preguntó.
 
¿Desobedeces una orden directa y ahora me hablas de usted? —espetó el comandante—. No hay quien te entienda, muchacho —carcajeó justo después—. Bien —hizo una pausa, tornando su rostro algo más serio—. Como te habrás percatado, las habilidades de Shawn en lo que concierne al combate no son todo lo excelentes que debería ser para alguien de su rango.
 
No si ya…
 
Así que te instaría a que no dijeras nada a tus compañeros —le interrumpió—. Aunque parezca un cretino es alguien bastante válido en lo que concierne a la estrategia y no es mal tirador de larga distancia. Si le perdiese el miedo a recibir una herida, seguramente se convertiría en un fantástico marine.
 
Mis labios están sellados —le dijo, guiñándole un ojo y dándose la vuelta con las manos tras la nuca, con los dedos entrelazados—. Pero yo evitaría darle trabajo de campo si vela por su seguridad. No puedo estar ahí siempre para protegerlo.
 

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[Autonarrada] Ayudas que queman. - por Takahiro - 17-09-2024, 08:54 PM

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