Sowon
Luna Sangrienta
17-09-2024, 11:53 PM
El día se erigía radiante ante la Isla Kilombo, lugar donde Sowon había estado haciendo pequeños encargos para mejorar su reputación y sobre todo labrarse un camino que le permitiese explorar sus límites. A lo largo de los días había combatido bandidos, cazado forajidos y rescatado animales de los árboles, la rutina comenzaba a hacerle pesado el interés por otra tarea similar. La mujer buscaba una tarea poco común, algo que le sacase de la típica rutina y como si fuese obra de los dioses la acción llegó desde el lugar menos pensado. Mientras caminaba por las calles buscando algo que hacer, escuchó los rumores que se corrían entre los comerciantes, de dos niños que abusando de su posición robaban a los civiles. Era curioso que la supuesta responsable de la seguridad no hiciera nada al respecto, el trabajo parecía implicar contenerse algo complicado para una mujer de cuatro metros que en su espalda cargaba una espada gigantesca y que lo único que había hecho en sus encargos era encargarse definitivamente de los problemas. Una oni distinguía poco entre dar una lección y cortar de raíz las cosas, se encargó de aclararlo cuando algunos comerciantes le abordaron, no quería entrar en una disputa innecesaria.
―No me malentiendan, puedo encargarme pero no prometo que resuelva esto bajo sus términos. Lo intentaré, pero si un susto no es suficiente, mi espada se cobrará algunas libertades. Aunque, si han llegado al punto de necesitar a alguien como yo, creo que no les importa que la tierra se manche un poco con la sangre de los pecadores que ustedes buscan ajusticiar.―
Sonrió mientras tomaba el encargo casi a regañadientes, no deseaba llegar a tales extremos con unos niñatos pero ella se conocía muy bien y no era complicado sacarle de quicio. Lo peor es que cuando montaba en cólera podía llegar a extremos muy crudos, ya le había pasado cazando bandidos el hecho de sacrificar vidas y tomar la justicia por el filo de su arma no era algo ajeno a ella. Su familia había existido como un clan de mercenarios, tomaban el trabajo y cobraban, las consecuencias eran algo que muchas veces se escapaban de sus manos. No era la primera vez que tomaba un encargo peligroso, al menos no en el ámbito moral, muchas de sus aventuras antes de llegar a la Isla habían consistido en malinterpretaciones de los encargos. Por ejemplo, una vez un niño le había pedido castigar a sus padres por prohibirle jugar con un balón y ella simplemente les había cortado la cabeza, aprendiendo por las malas que un castigo era algo un poco más suave.
―Uhmm, quizás deba cortarle las manos, así no podrían volver a robar o tal vez las piernas para que no puedan huir. Hmm, no lo sé, muchas veces esos humanos lloran demasiado. Quizás con una advertencia lo logre, no necesito mucho para que la mayoría salga corriendo, pero lo más importante es que no tengo idea de como lucen o como encontrarlos. ¡Rayos! Deberé volver...―
A veces se olvidaba de lo más importante, teniendo que retroceder sobre sus pasos y volver a encontrarse con los comerciantes que le habían contratado. Por suerte estos humanos no eran tan descuidados, de hecho tenían un plan pensado, esperarían a que llegasen montando un puesto falso de baratijas donde ella sería la encargada de montar guardia y cuando aparecieran podría asustarlos un poco. Para la mujer demonio sonaba a un trato justo, simplemente tenía que sentarse a esperar con la mano en la empuñadura de su espada y su kimono listo para la acción, el ropaje mostraba algunos parches de las anteriores aventuras de su portadora lo que le hacía lucir aún más intimidante. No solo era alta, tenía cuernos y ojos extraños, una gran espada y su ropa era casi una advertencia de no meterse en problemas si no que comía de forma tan salvaje que muchos pensaban que les tomaría con una mano para llevarlos a su boca. El estigma social hacia su raza ya no le molestaba, había aprendido a vivir con ello y a aceptar que no caería bien a todo el mundo pero dejaba que su trabajo hablase por ella.
―Oye viejo, ¿Seguro que vendrán? Ha pasado un buen rato y solo veo gatos trepándose a los árboles, supongo que querrás que luego de esto los baje.―
Gruñó con cierta impaciencia terminando un trozo de carne, le fastidiaba que los felinos quisieran siempre subirse a la copa de los árboles y luego los lugareños le contratasen como una escalera o una podadora de ramas. Sin embargo, el viejo comerciante le hizo una seña de que guardase silencio, a lo mejor los mocosos estaban por llegar, se encogió de hombros y siguió comiendo cubierta en unas mantas por el señor. El plan era que ella saltase a la acción cuando las cosas se descontrolasen, el hecho de ocultarle como un bulto de mercancías seguramente atraería la codicia de los pequeños malhechores quienes esperarían encontrarse una pila de objetos valiosos y no a su verdugo esperando con bastantes pocas pulgas dado el tiempo que había estado contando gatos o ramas para no caer dormida del mero aburrimiento. Los segundos corrían gracias al reloj de arena, el sol se había movido un poco, las sombras empezaban a decorar la ciudad y el horario donde los primeros maleantes salían a sembrar el caos estaba cada vez más cerca. El sonido de la arena y la respiración del anciano era lo único que llenaba los oídos de la aguerrida mujer, su mente dibujaba los rostros de los supuestos niños ricos, debería darles un buen susto y su espada reclamaba un poco de acción pero no era momento de tomar medidas. Debía limitarse a que aquello fuese lo último, podría tener problemas por atacar sin ser atacada, los hechos podían ser manipulados por su influencia y había otros medios de convencer a unos inadaptados.
―Solo un poco más, no necesitamos apresurarnos, estoy segura que si las cosas salen bien podremos ir a cazar una presa que realmente valga la pena de blandirte...―