Atlas
Nowhere | Fénix
18-09-2024, 08:54 AM
—No sé cómo lo hace para saber siempre de todo sin salir de su negocio. Si fuese un espía sería el mejor, seguro.
¿Que de quién hablaba? De Gsú, el propietario del negocio donde Masao me había encontrado una de tantas veces que me había intentado escapar de Shawn. En aquella ocasión le había mandado a él a buscarme, dando conmigo en un local donde, de vez en cuando, invitaban grupos de música de lo más variopinto para atraer clientela y dar un poco de color a Loguetown. Uno de sus preferidos, y nada más y nada menos que el que estaba en plena acción el día que coincidimos allí, provenía de Dressrosa. Llevaban por bandera un estilo musical visceral que el de Tres Hermanas conocía muy bien de su tierra natal, por lo que incluso se había animado a unirse al espectáculo.
—Gsú suele tener buena información —expliqué a mis compañeros una vez los grupos estuvieron hechos y cada uno se había perfilado hacia una zona en concreto—. De todos modos tened cuidado. A pesar de que el capitán esté allí, si es que está, no sería de extrañar que otros miembros de su tripulación estuviesen repartidos por otros puntos de la isla.
Tras una despedida y muchos deseos de suerte, finalmente nos separamos. Cualquiera que nos viese pensaría que ahí iba un chiste andante, sobre todo si supiese algo acerca de nosotros. No obstante, por desgracia o por fortuna las miradas indiscretas y los comentarios desafortunados en voz baja no iban a empezar a molestarnos a esas alturas.
Cualquiera que hubiese caminado por Loguetown más de media hora en las últimas semanas conocía las Cuatro Esquinas. Como en toda ciudad relevante, los marginados de la sociedad y las personas con menos recursos económicos tendían a reunirse de manera indiscriminada en determinadas áreas suburbiales. El cóctel de delincuencia y miseria no tardaba en convertir esos puntos en zonas con mayores tasas de violencia y venta de drogas. Lugares como ése eran el caladero perfecto para el perfil de sinvergüenza que un capitán pirata querría para su tripulación. No había cartel alguno que anunciase que las calles Raya y Hierbabuena se llamaban así, de la misma manera que ninguna placa indicaba que nos encontrábamos en más Cuatro Esquinas. Sospechaba que aquello eran nombres populares asignados, en este caso, por una cuestión de utilidad y pragmatismo a la hora discernir dónde ir para adquirir qué.
La zona era una ratonera que había sido construida casi a la fuerza en un socavón natural de la orografía de la isla. Entre dos largas u anchas escalinatas, cuatro bloques con viviendas malamontonadas en cuatro pisos satisfacía buena parte de la actividad ilegal de Loguetown. Ya desde lo alto de las escalinatas se podía apreciar el trapicheo en todo su esplendor a plena luz del día. Balcones abiertos con vistas a las escaleras servían para dar el agua mientras quienes llevaban el peso económico de la zona con sus ventas se repartían en esquinas y bajos. Estaría allí o no, pero no sé me ocurría un lugar mejor para iniciar la búsqueda del pirata.
Descendimos las escaleras con toda la naturaleza posible. Intentaba mantener oculta la tensión que iba creciendo dentro de mí, alerta por si en algún momento se diese la voz de alarma o, por el contrario, decidiesen atacarnos. Estaba tranquilo con respecto a Masao y yo mismo, pero no sería de extrañar que algún delincuente de Loguetown conociese a la oni del G-31... Todo pasaba por la verosimilitud de su pañuelo.
¿Que de quién hablaba? De Gsú, el propietario del negocio donde Masao me había encontrado una de tantas veces que me había intentado escapar de Shawn. En aquella ocasión le había mandado a él a buscarme, dando conmigo en un local donde, de vez en cuando, invitaban grupos de música de lo más variopinto para atraer clientela y dar un poco de color a Loguetown. Uno de sus preferidos, y nada más y nada menos que el que estaba en plena acción el día que coincidimos allí, provenía de Dressrosa. Llevaban por bandera un estilo musical visceral que el de Tres Hermanas conocía muy bien de su tierra natal, por lo que incluso se había animado a unirse al espectáculo.
—Gsú suele tener buena información —expliqué a mis compañeros una vez los grupos estuvieron hechos y cada uno se había perfilado hacia una zona en concreto—. De todos modos tened cuidado. A pesar de que el capitán esté allí, si es que está, no sería de extrañar que otros miembros de su tripulación estuviesen repartidos por otros puntos de la isla.
Tras una despedida y muchos deseos de suerte, finalmente nos separamos. Cualquiera que nos viese pensaría que ahí iba un chiste andante, sobre todo si supiese algo acerca de nosotros. No obstante, por desgracia o por fortuna las miradas indiscretas y los comentarios desafortunados en voz baja no iban a empezar a molestarnos a esas alturas.
Cualquiera que hubiese caminado por Loguetown más de media hora en las últimas semanas conocía las Cuatro Esquinas. Como en toda ciudad relevante, los marginados de la sociedad y las personas con menos recursos económicos tendían a reunirse de manera indiscriminada en determinadas áreas suburbiales. El cóctel de delincuencia y miseria no tardaba en convertir esos puntos en zonas con mayores tasas de violencia y venta de drogas. Lugares como ése eran el caladero perfecto para el perfil de sinvergüenza que un capitán pirata querría para su tripulación. No había cartel alguno que anunciase que las calles Raya y Hierbabuena se llamaban así, de la misma manera que ninguna placa indicaba que nos encontrábamos en más Cuatro Esquinas. Sospechaba que aquello eran nombres populares asignados, en este caso, por una cuestión de utilidad y pragmatismo a la hora discernir dónde ir para adquirir qué.
La zona era una ratonera que había sido construida casi a la fuerza en un socavón natural de la orografía de la isla. Entre dos largas u anchas escalinatas, cuatro bloques con viviendas malamontonadas en cuatro pisos satisfacía buena parte de la actividad ilegal de Loguetown. Ya desde lo alto de las escalinatas se podía apreciar el trapicheo en todo su esplendor a plena luz del día. Balcones abiertos con vistas a las escaleras servían para dar el agua mientras quienes llevaban el peso económico de la zona con sus ventas se repartían en esquinas y bajos. Estaría allí o no, pero no sé me ocurría un lugar mejor para iniciar la búsqueda del pirata.
Descendimos las escaleras con toda la naturaleza posible. Intentaba mantener oculta la tensión que iba creciendo dentro de mí, alerta por si en algún momento se diese la voz de alarma o, por el contrario, decidiesen atacarnos. Estaba tranquilo con respecto a Masao y yo mismo, pero no sería de extrañar que algún delincuente de Loguetown conociese a la oni del G-31... Todo pasaba por la verosimilitud de su pañuelo.