Octojin
El terror blanco
18-09-2024, 09:09 AM
Octojin se sintió visiblemente aliviado cuando el camarero accedió a cambiarle el plato sin ningún tipo de resistencia. No vio ningún gesto raro ni una cara de desagrado en el camarero, simplemente accedió a su petición, algo que agradeció. No era el momento de ponerse a pelear por un plato de comida. La comida anterior había sido, en una palabra, desastrosa. Pero ahora, con el estofado de carne, las cosas eran muy diferentes. Aunque no era un manjar excepcional, era mucho mejor de lo que había tenido antes, y eso era suficiente para que el gyojin disfrutara de cada bocado que daba. Su apetito era insaciable, y las grandes cucharadas que se llevaba a la boca lo demostraban.
Entre bocado y bocado, Octojin observaba a Bonez con algo de curiosidad. El hombre de aspecto misterioso le había ayudado a evitar una experiencia culinaria horrible, y aunque su presentación había sido breve, algo en su actitud lo hacía interesante. Cuando Bonez se presentó con una reverencia y se refirió a sí mismo como un "viajero en busca de información", Octojin no pudo evitar preguntarse qué tipo de información podría estar buscando alguien como él en un lugar tan tranquilo.
—Un caminante, ¿eh? —dijo Octojin, entre bocado y bocado. A pesar de su naturaleza desconfiada, no sentía que Bonez representara una amenaza, al menos no en ese momento. Tal vez fuera porque él mismo sabía lo que era viajar de un lugar a otro, buscando algo sin saber realmente qué.
Cuando Bonez le preguntó qué hacía un gyojin como él en aquella isla, Octojin se encogió de hombros. No era la primera vez que recibía esa pregunta, y sabía que no sería la última.
—Simplemente, me gano la vida cazando maleantes y haciendo algunos trabajos de carpintería por aquí y allá —respondió, con su voz profunda resonando en la taberna. Dio otro gran bocado al estofado antes de continuar—. Esta isla es solo una parada más. Un sitio para descansar y comer algo... aunque he tenido mejor suerte con la comida después de tu consejo.
Mientras hablaba, Octojin notaba cómo su cuerpo se relajaba poco a poco. El ambiente en la taberna no era tenso, y aunque algunos clientes seguían lanzándole miradas de curiosidad o miedo, ya no se sentía incómodo. Solía pasarle siempre lo mismo, cuando pasaba un tiempo prudencial, quizá diez o quince minutos, las miradas de curiosidad perdían mucha importancia para él. En su mundo, estar rodeado de humanos era lo habitual, y ya había aprendido a ignorar la mayoría de las miradas desconfiadas.
—¿Y tú? —preguntó Octojin mientras levantaba una ceja y dejaba el plato vacío a un lado—. ¿Qué tipo de información buscas? Siempre hay algo más detrás de un simple viajero.
Octojin no esperaba una respuesta directa. Sabía que Bonez no parecía el tipo de persona que revelaría todos sus secretos de inmediato, pero la curiosidad estaba ahí. Mientras esperaba la respuesta, levantó la mano para llamar al camarero de nuevo y pedir otra ronda para ambos. Octojin le dirigió una sonrisa amistosa a Bonez y prosiguió su conversación.
—Bueno, ya que me ayudaste con la comida y has aceptado, lo mínimo que puedo hacer es invitarte a una bebida más fuerte. Cuando te acabes la botella, aquí la tendrás.
La compañía de Bonez resultaba interesante, pero también desconcertante. A pesar de su naturaleza calmada y tranquila, había algo en el hombre que hacía que Octojin mantuviera sus sentidos alerta. ¿Qué sería? Quizá podía tener que ver con su naturalidad a la hora de hablar con él. Aquello era raro, pero quizá igual de raro que aquél hombre. De cualquier manera, solo había una manera de averiguar qué era lo que el humano escondía, y era que él se lo dijese. Si no quería, el tiburón tampoco le forzaría. A fin de cuentas lo que el humano tuviese que hacer, no era su guerra.
El escualo balanceó la jarra que le habían puesto delante, la desplazó en círculos y se la llevó hasta la altura de la nariz, donde tranquilamente inspiró un par de veces para oler aquél alcohol. No era nada del otro mundo, pero era un ritual que le gustaba hacer antes de beber. Oler formaba parte de su instinto, y antes de comer o beber solía hacerlo. Tras ello, dió un par de sorbos pequeños en la jarra y, cuando pudo degustarlo bien, se lo bebió de una única sentada. El alcohol pasó por su gaznate y dejó una estela de calor a través de él. Aquello le sacó una sonrisa al habitante del mar. Ya podría decir que había acabado de comer.
—¿Has estado alguna vez bajo el agua? —preguntó Octojin de repente, rompiendo el silencio con una pregunta que, a su parecer, era natural viniendo de un gyojin. Sonrió levemente, mostrando sus afilados dientes—. Es un mundo completamente diferente al de la superficie.
Era una forma de cambiar de tema, una manera de ver cómo reaccionaría Bonez ante algo que parecía ajeno a su estilo de vida. Mientras esperaba la respuesta, Octojin continuaba observando al hombre, curioso por descubrir qué otras capas se escondían detrás de su tranquila fachada.
Entre bocado y bocado, Octojin observaba a Bonez con algo de curiosidad. El hombre de aspecto misterioso le había ayudado a evitar una experiencia culinaria horrible, y aunque su presentación había sido breve, algo en su actitud lo hacía interesante. Cuando Bonez se presentó con una reverencia y se refirió a sí mismo como un "viajero en busca de información", Octojin no pudo evitar preguntarse qué tipo de información podría estar buscando alguien como él en un lugar tan tranquilo.
—Un caminante, ¿eh? —dijo Octojin, entre bocado y bocado. A pesar de su naturaleza desconfiada, no sentía que Bonez representara una amenaza, al menos no en ese momento. Tal vez fuera porque él mismo sabía lo que era viajar de un lugar a otro, buscando algo sin saber realmente qué.
Cuando Bonez le preguntó qué hacía un gyojin como él en aquella isla, Octojin se encogió de hombros. No era la primera vez que recibía esa pregunta, y sabía que no sería la última.
—Simplemente, me gano la vida cazando maleantes y haciendo algunos trabajos de carpintería por aquí y allá —respondió, con su voz profunda resonando en la taberna. Dio otro gran bocado al estofado antes de continuar—. Esta isla es solo una parada más. Un sitio para descansar y comer algo... aunque he tenido mejor suerte con la comida después de tu consejo.
Mientras hablaba, Octojin notaba cómo su cuerpo se relajaba poco a poco. El ambiente en la taberna no era tenso, y aunque algunos clientes seguían lanzándole miradas de curiosidad o miedo, ya no se sentía incómodo. Solía pasarle siempre lo mismo, cuando pasaba un tiempo prudencial, quizá diez o quince minutos, las miradas de curiosidad perdían mucha importancia para él. En su mundo, estar rodeado de humanos era lo habitual, y ya había aprendido a ignorar la mayoría de las miradas desconfiadas.
—¿Y tú? —preguntó Octojin mientras levantaba una ceja y dejaba el plato vacío a un lado—. ¿Qué tipo de información buscas? Siempre hay algo más detrás de un simple viajero.
Octojin no esperaba una respuesta directa. Sabía que Bonez no parecía el tipo de persona que revelaría todos sus secretos de inmediato, pero la curiosidad estaba ahí. Mientras esperaba la respuesta, levantó la mano para llamar al camarero de nuevo y pedir otra ronda para ambos. Octojin le dirigió una sonrisa amistosa a Bonez y prosiguió su conversación.
—Bueno, ya que me ayudaste con la comida y has aceptado, lo mínimo que puedo hacer es invitarte a una bebida más fuerte. Cuando te acabes la botella, aquí la tendrás.
La compañía de Bonez resultaba interesante, pero también desconcertante. A pesar de su naturaleza calmada y tranquila, había algo en el hombre que hacía que Octojin mantuviera sus sentidos alerta. ¿Qué sería? Quizá podía tener que ver con su naturalidad a la hora de hablar con él. Aquello era raro, pero quizá igual de raro que aquél hombre. De cualquier manera, solo había una manera de averiguar qué era lo que el humano escondía, y era que él se lo dijese. Si no quería, el tiburón tampoco le forzaría. A fin de cuentas lo que el humano tuviese que hacer, no era su guerra.
El escualo balanceó la jarra que le habían puesto delante, la desplazó en círculos y se la llevó hasta la altura de la nariz, donde tranquilamente inspiró un par de veces para oler aquél alcohol. No era nada del otro mundo, pero era un ritual que le gustaba hacer antes de beber. Oler formaba parte de su instinto, y antes de comer o beber solía hacerlo. Tras ello, dió un par de sorbos pequeños en la jarra y, cuando pudo degustarlo bien, se lo bebió de una única sentada. El alcohol pasó por su gaznate y dejó una estela de calor a través de él. Aquello le sacó una sonrisa al habitante del mar. Ya podría decir que había acabado de comer.
—¿Has estado alguna vez bajo el agua? —preguntó Octojin de repente, rompiendo el silencio con una pregunta que, a su parecer, era natural viniendo de un gyojin. Sonrió levemente, mostrando sus afilados dientes—. Es un mundo completamente diferente al de la superficie.
Era una forma de cambiar de tema, una manera de ver cómo reaccionaría Bonez ante algo que parecía ajeno a su estilo de vida. Mientras esperaba la respuesta, Octojin continuaba observando al hombre, curioso por descubrir qué otras capas se escondían detrás de su tranquila fachada.