Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
18-09-2024, 04:32 PM
Las más que fundadas sospechas del grupo se fueron confirmando a medida que se aproximaban al G-31. La columna de humo se había iniciado horas atrás se encontraba ahora acompañada por varias más, siendo la primera de un tamaño mucho más imponente que cuando se produjo la explosión. Las cenizas y el olor a quemado llegaron a ellos como un torrente violento de frustración y rabia. No solo no habían sido capaces de hacer absolutamente nada por el bien de los ciudadanos de Loguetown, incapaces de prever las explosiones que habían asolado la estación y el puerto, sino que además habían cometido el error de dejar la base —su hogar— desprotegida ante aquella amenaza. Buscar culpables y echar balones fuera, tal vez culpando al capitán de no haber sido capaz de cumplir su parte, fue una opción tentadora que rechazaron rápidamente. No había señalamientos allí, solo remordimientos.
En el caso particular de Camille, algo se sacudió en su interior y provocándole ganas de vomitar que no llegaron a cumplirse. No fue el olor ni la impresión, sino más bien la culpa lo que retorció su estómago. Tal vez si no se hubiera apresurado a ofrecerse a ir al puerto, quizá si no hubiera delegado en su superior aquella parte del trabajo, la base que había sido su hogar durante quince años no estaría consumiéndose por las llamas. El labio le tembló y la respiración se le agitó mientras el fuego se reflejaba en sus ojos carmesíes, un tono que parecía haberse propagado por entre las nubes que se mezclaban con el humo.
Ray fue el primero en salir disparado, aprovechando sus capacidades para acercarse lo antes posible al incendio. Los demás salieron corriendo tan rápido como les fue posible, aunque la oni fue quedándose atrás poco a poco al ser notablemente más lenta que sus compañeros. Aprovechó esto para seguir dirigiendo a los prisioneros, los cuales delegaría más tarde a algún oficial o sargento antes de ponerse a ayudar con el incendio si tenía la posibilidad. Sin embargo, cuando se puso a la altura del resto, la aparición de un hombre de extravagante vestimenta rodeado de quienes no parecían más que delincuentes con ropa de marines les cortó el aliento. Por la reacción del resto de su brigada y las palabras que el desconocido había soltado no le cupo la menor duda: ese bastardo era el responsable de la frustración original de Ray, Atlas y Takahiro. Ella ya compartía su rencor, pero esta sensación se había vuelto incluso más real. Tanto era así que sintió el impulso de lanzarse de cabeza a por él, rugiendo como una bestia para partirlo por la mitad con su odachi; a él y a todos sus compinches. Los gritos en la base y la decisión de sus compañeros le ayudaron a renunciar a esa posibilidad.
—Pagarás por esto —escupió, apretando los dientes y haciéndolos rechinar de la presión—. Tú y todos los responsables, aunque sea lo último que haga en esta vida.
No perdió de vista a los maleantes en ningún momento, pero una vez se cerciorara de que se marchaban de allí antes de que toda la base se volviera contra ellos se pondría manos a la obra.
Tras entregar a los bandidos capturados o dejarles en algún sitio seguro fuera del alcance de las llamas, Camille se apresuró a unirse a la refriega que todo el G-31 estaba viviendo contra el fuego y el humo. El calor dejó de importarle, sudando a mares pero sin que esto pudiera detenerla, asegurándose de buscar cualquier cosa que sirviera para almacenar agua —a mayor el tamaño, mejor— y ayudar al resto de marines a extinguir las llamas. Aparte de esto, se aseguraría de servir como «grúa» para alzar aquellos escombros que sus compañeros no pudieran apartar a base de fuerza bruta, habilitando accesos e intentando rescatar a quienes hubieran quedado atrapados.
En el caso particular de Camille, algo se sacudió en su interior y provocándole ganas de vomitar que no llegaron a cumplirse. No fue el olor ni la impresión, sino más bien la culpa lo que retorció su estómago. Tal vez si no se hubiera apresurado a ofrecerse a ir al puerto, quizá si no hubiera delegado en su superior aquella parte del trabajo, la base que había sido su hogar durante quince años no estaría consumiéndose por las llamas. El labio le tembló y la respiración se le agitó mientras el fuego se reflejaba en sus ojos carmesíes, un tono que parecía haberse propagado por entre las nubes que se mezclaban con el humo.
Ray fue el primero en salir disparado, aprovechando sus capacidades para acercarse lo antes posible al incendio. Los demás salieron corriendo tan rápido como les fue posible, aunque la oni fue quedándose atrás poco a poco al ser notablemente más lenta que sus compañeros. Aprovechó esto para seguir dirigiendo a los prisioneros, los cuales delegaría más tarde a algún oficial o sargento antes de ponerse a ayudar con el incendio si tenía la posibilidad. Sin embargo, cuando se puso a la altura del resto, la aparición de un hombre de extravagante vestimenta rodeado de quienes no parecían más que delincuentes con ropa de marines les cortó el aliento. Por la reacción del resto de su brigada y las palabras que el desconocido había soltado no le cupo la menor duda: ese bastardo era el responsable de la frustración original de Ray, Atlas y Takahiro. Ella ya compartía su rencor, pero esta sensación se había vuelto incluso más real. Tanto era así que sintió el impulso de lanzarse de cabeza a por él, rugiendo como una bestia para partirlo por la mitad con su odachi; a él y a todos sus compinches. Los gritos en la base y la decisión de sus compañeros le ayudaron a renunciar a esa posibilidad.
—Pagarás por esto —escupió, apretando los dientes y haciéndolos rechinar de la presión—. Tú y todos los responsables, aunque sea lo último que haga en esta vida.
No perdió de vista a los maleantes en ningún momento, pero una vez se cerciorara de que se marchaban de allí antes de que toda la base se volviera contra ellos se pondría manos a la obra.
Tras entregar a los bandidos capturados o dejarles en algún sitio seguro fuera del alcance de las llamas, Camille se apresuró a unirse a la refriega que todo el G-31 estaba viviendo contra el fuego y el humo. El calor dejó de importarle, sudando a mares pero sin que esto pudiera detenerla, asegurándose de buscar cualquier cosa que sirviera para almacenar agua —a mayor el tamaño, mejor— y ayudar al resto de marines a extinguir las llamas. Aparte de esto, se aseguraría de servir como «grúa» para alzar aquellos escombros que sus compañeros no pudieran apartar a base de fuerza bruta, habilitando accesos e intentando rescatar a quienes hubieran quedado atrapados.