Takahiro
La saeta verde
18-09-2024, 05:30 PM
La sensación de asco y repulsión que sentía hacia sí mismo, después de haber tenido que alabar a Shawn, era una emoción que iba a tardar en marcharse. El peliverde nunca se había sentido de aquella forma, era como si le hubiera dado una cuchillada a sus principios. Sin embargo, pese a ello, sus amigos captaron el mensaje. Tras ello, con los criminales maniatados, pusieron rumbo hacia el Cuartel General del G-31.
Fue un camino que se les hizo largo, pues el caos que había sumido a la ciudad le hacía querer pararse en cada calle a socorrer a alguien. Lo único bueno de aquella situación era contemplar como los ciudadanos se ayudaban entre ellos, independientemente de su raza o clase social. Un hombre trajeado ayudando a un mendigo de avanzada edad a ponerse a salvo. Jóvenes infantes socorriendo a ancianos que podían valerse por si mismo… Una estampa que, por desgracia para el mundo, tan solo podía verse en circunstancias tan tristes como aquella.
Nada más llegar al cuartel el caos era mayor. El fuego estaba consumiendo una parte del cuartel, mientras que los marines intentaban apagarlo mediante cubos de agua y una manguera sujeta a una válvula de paso situada en un edificio anexo. El grupo de marines dejaron a los criminales con dos reclutas que estaban allí, ordenándoles que los vigilaran y si intentaban algo que tenían permiso para herir a matar. Takahiro era consciente de que aquellos reclutas no harían tal cosa, pero no estaba de más meterles el miedo en el cuerpo a aquellos terroristas.
Fue en ese momento, cuando en mitad de aquel infierno de fuego y angustia, cuando una risa resonó con fuerza en todo el lugar, por encima de los gritos de auxilio de sus compañeros del cuartel, que parecían estar agonizando del calor. Takahiro alzó la mirada y allí se encontraba la cara que tantas noches le habían impedido dormir, la del hombre, que se jactaba con el pecho erguido de haberse vengado de ellos.
—Hijo de la gran…
Instintivamente, el peliverde se aferró a la empuñadura de su espada para impulsarse y atacarle con su Battojutsu, pero antes de poder hacer nada escuchó el lamento de una compañera, gritaba auxilio con todo su ser y no podía obviarlo… Su filosofía no se lo permitía. Miró a sus compañeros durante un instante y todos estaban igual. El sentimiento de impotencia se había apoderado de ellos. ¿Otra derrota? Sí, eso parecía. No obstante, no había ser más temido que aquel a quien habían herido el orgullo, y el del peliverde había sido apuñalado por segunda vez.
Desenfundó a Samidare y apuntó hacia el rostro del hombre trajeado. En ese momento el arma parecía pesarle un quintal, por la angustia que sentía dentro. Era un sentimiento que le estaba haciendo hervir de rabia y odio; algo que iba completamente en contra de sus ideales. No obstante, como espadachín que era, aquel gesto no era una amenaza vacía, o un gesto para desahogarse, sino una promesa de que en algún momento iba a atravesarle el pecho con su arma, siendo su juez y su verdugo.
—La próxima vez será nuestro —comentó el peliverde, enfundando su arma con rabia y yendo hacia donde había escuchado aquel grito.
Trataría de ayudar en todo lo posible, después de todo aquel lugar que ardía era su hogar.