Asradi
Völva
19-09-2024, 05:30 PM
Sí, un baño le vendría que ni pintado. Le ayudaría a espabilarse y a pensar fríamente.
— ¿Y tú, sirena? ¿Por qué no bebes, serena? Para no abrirte de piernas, ¿eh?
El camino que Asradi estaba siguiendo, directamente, hacia las duchas (o ya directamente hacia el mar) fue interrumpido por ese desafortunado comentario de Tofun. No creía que lo hiciese a mal, o de manera consciente, pero la sirena se detuvo a medio camino, todavía dándole la espalda. ¿Habíamos dicho algo antes de la dignidad? ¿De que no sabía cuánta le quedaba después de la boda? Porque no tenía recuerdos claros de lo que había hecho después de todo el jolgorio de días posteriores al enlace de Tofun y Gertrudis?
Bueno, pues la dignidad se iba a ir al garete porque el orgullo de la habitante del mar comenzó a inflamar su pecho.
Sin mediar palabra, se dió la vuelta, ahora encarándose a Tofun mientras los ojos azules de la fémina de cola de tiburón se iban entornando. Lenta y peligrosamente. La tonalidad clara que siempre esgrimía en su mirada se había tornado de un gris azulado tormentoso. No era de las que soliesen hacer el ridículo. Pero no soportaba un reto. Y más de esa manera. Era terriblemente competitiva si se daba la ocasión.
Los demás ya estaban por los suelos, así que... ¿Qué más daba?
— Trae para aquí, renacuajo. — Y lo dijo así, sin más, cuando llegó a la altura de donde Tofun se encontraba acomodado. O, más bien, a donde todavía estaban algunos chupitos más. Sin mediar palabra, Asradi agarró el primer Ascensor y se lo bebió de una sentada, sin respirar. El alcohol bajó quemando ligeramente por su garganta, hecho que le hizo fruncir el ceño. Era más fuerte que la cerveza a la que estaba habituada a tomar, pero tenía un buen sabor. Dulce pero no demasiado empalagoso para su gusto.
— A ver si ahora dices lo mismo. — Y, ¡pimba! Se metió el segundo Ascensor entre pecho y espalda, dejando el vaso de cristal vacío, con un ligero sonido por lo firme que lo había apoyado de nuevo en la madera.
Por supuesto, el dichoso viaje astral comenzó de inmediato. El alcohol no tardó en subírsele rápidamente a la cabeza, hasta el punto que retrocedió un par de saltitos, con la cabeza dándole vueltas. Asradi frunció el ceño por inercia cuando miró hacia Ragnheidr. De hecho, le señaló con un dedo.
— ¡Ragn! ¿Dónde carajos te has caído? ¡Pareces un arcoiris! — Porque sí, en su cabeza y en su subidón de alcohol estaba viendo al susodicho de Elbaf no con su tono de piel normal, sino a rayas de colores. Como una cebra, pero de forma mucho más estrambótica. — ¿Por qué tienes una tercera pierna?
Sacudió levemente la cabeza y parpadeó cuando escuchó a Airgid referirse a ella.
— ¿Tres tetas? — Se miró a sí misma, pero no vió nada anormal. De hecho, entornó los ojos. — ¿Dónde? ¡Mujer, gradúate la vista, mira!
Y tanto que iba a mirar la rubia, si todavía estaba haciéndolo, porque sin más, la pelinegra se arrancó la parte de arriba de sus prendas. Sí, tal cual. La brisa marina hizo ondear sus cabellos en una estampa totalmente idílica y salida de algún anuncio publicitario. Oscura y brillante cabellera al aire y redondeadas tetas al descubierto.
— ¡Tengo dos! ¿Ves? Una... — Se estrujó una. — ¡Y dos! — E hizo lo mismo con la otra.
Sobra decir que cuando miró a Umibozu y, de hecho, lo señaló, fue para esbozar una tremenda sonrisa divertida. Incluso ladeó la cabeza un par de veces, como un adorable perrito que está intentando ubicarse.
— Oye, oye, ¿por qué hay un sapito montado encima de una pelusa? ¿Me lo puedo comer? — En su cabeza, literalmente, Umibozu era una especie de ranita no más grande que su mano, que iba montado y correteando encima de Pepe. O, en este caso, la pelusa con patas.
Tuvo que sentarse en algún lado. La dignidad se le había ido totalmente, como la vergüenza. Y así, tetas al aire, se acercó a aquella piña gigante de cuatro metros que estaba repartiendo bebidas.
— ¡Dame otra! O mejor aún, dale otro chupito a Airgid. Tiene mal color. Esas manchas verdes no se ven muy sanas. — Sí, cada vez que miraba a Airgid solo veía a una chica con dos piernas y con el cuerpo cubierto de topos verdes fosforitos. Era como ver una de esas bolas de discoteca.
La cuestión fue que, al haberse quitado antes también las únicas prendas que cubrian sus partes superiores femeninas, así como su espalda... En esta última podía verse la marca que yacía entre los omóplatos de la sirena. Una huella marcada a fuego en su piel y que solía pertenecer a aquellos que habían sido marcados por los Dragones Celestiales.
— ¿Y tú, sirena? ¿Por qué no bebes, serena? Para no abrirte de piernas, ¿eh?
El camino que Asradi estaba siguiendo, directamente, hacia las duchas (o ya directamente hacia el mar) fue interrumpido por ese desafortunado comentario de Tofun. No creía que lo hiciese a mal, o de manera consciente, pero la sirena se detuvo a medio camino, todavía dándole la espalda. ¿Habíamos dicho algo antes de la dignidad? ¿De que no sabía cuánta le quedaba después de la boda? Porque no tenía recuerdos claros de lo que había hecho después de todo el jolgorio de días posteriores al enlace de Tofun y Gertrudis?
Bueno, pues la dignidad se iba a ir al garete porque el orgullo de la habitante del mar comenzó a inflamar su pecho.
Sin mediar palabra, se dió la vuelta, ahora encarándose a Tofun mientras los ojos azules de la fémina de cola de tiburón se iban entornando. Lenta y peligrosamente. La tonalidad clara que siempre esgrimía en su mirada se había tornado de un gris azulado tormentoso. No era de las que soliesen hacer el ridículo. Pero no soportaba un reto. Y más de esa manera. Era terriblemente competitiva si se daba la ocasión.
Los demás ya estaban por los suelos, así que... ¿Qué más daba?
— Trae para aquí, renacuajo. — Y lo dijo así, sin más, cuando llegó a la altura de donde Tofun se encontraba acomodado. O, más bien, a donde todavía estaban algunos chupitos más. Sin mediar palabra, Asradi agarró el primer Ascensor y se lo bebió de una sentada, sin respirar. El alcohol bajó quemando ligeramente por su garganta, hecho que le hizo fruncir el ceño. Era más fuerte que la cerveza a la que estaba habituada a tomar, pero tenía un buen sabor. Dulce pero no demasiado empalagoso para su gusto.
— A ver si ahora dices lo mismo. — Y, ¡pimba! Se metió el segundo Ascensor entre pecho y espalda, dejando el vaso de cristal vacío, con un ligero sonido por lo firme que lo había apoyado de nuevo en la madera.
Por supuesto, el dichoso viaje astral comenzó de inmediato. El alcohol no tardó en subírsele rápidamente a la cabeza, hasta el punto que retrocedió un par de saltitos, con la cabeza dándole vueltas. Asradi frunció el ceño por inercia cuando miró hacia Ragnheidr. De hecho, le señaló con un dedo.
— ¡Ragn! ¿Dónde carajos te has caído? ¡Pareces un arcoiris! — Porque sí, en su cabeza y en su subidón de alcohol estaba viendo al susodicho de Elbaf no con su tono de piel normal, sino a rayas de colores. Como una cebra, pero de forma mucho más estrambótica. — ¿Por qué tienes una tercera pierna?
Sacudió levemente la cabeza y parpadeó cuando escuchó a Airgid referirse a ella.
— ¿Tres tetas? — Se miró a sí misma, pero no vió nada anormal. De hecho, entornó los ojos. — ¿Dónde? ¡Mujer, gradúate la vista, mira!
Y tanto que iba a mirar la rubia, si todavía estaba haciéndolo, porque sin más, la pelinegra se arrancó la parte de arriba de sus prendas. Sí, tal cual. La brisa marina hizo ondear sus cabellos en una estampa totalmente idílica y salida de algún anuncio publicitario. Oscura y brillante cabellera al aire y redondeadas tetas al descubierto.
— ¡Tengo dos! ¿Ves? Una... — Se estrujó una. — ¡Y dos! — E hizo lo mismo con la otra.
Sobra decir que cuando miró a Umibozu y, de hecho, lo señaló, fue para esbozar una tremenda sonrisa divertida. Incluso ladeó la cabeza un par de veces, como un adorable perrito que está intentando ubicarse.
— Oye, oye, ¿por qué hay un sapito montado encima de una pelusa? ¿Me lo puedo comer? — En su cabeza, literalmente, Umibozu era una especie de ranita no más grande que su mano, que iba montado y correteando encima de Pepe. O, en este caso, la pelusa con patas.
Tuvo que sentarse en algún lado. La dignidad se le había ido totalmente, como la vergüenza. Y así, tetas al aire, se acercó a aquella piña gigante de cuatro metros que estaba repartiendo bebidas.
— ¡Dame otra! O mejor aún, dale otro chupito a Airgid. Tiene mal color. Esas manchas verdes no se ven muy sanas. — Sí, cada vez que miraba a Airgid solo veía a una chica con dos piernas y con el cuerpo cubierto de topos verdes fosforitos. Era como ver una de esas bolas de discoteca.
La cuestión fue que, al haberse quitado antes también las únicas prendas que cubrian sus partes superiores femeninas, así como su espalda... En esta última podía verse la marca que yacía entre los omóplatos de la sirena. Una huella marcada a fuego en su piel y que solía pertenecer a aquellos que habían sido marcados por los Dragones Celestiales.