Airgid Vanaidiam
Metalhead
19-09-2024, 06:25 PM
El anciano revolucionario parecía estar nadando en una nube de pensamientos , demasiado abstraído de la realidad como para darse cuenta de la pregunta que la rubia le había hecho. Tampoco le importó. Sonrió suavemente mientras ella también aprovechaba ese momento de calma para reflexionar sobre todo lo que acababa de descubrir. Nunca había conocido mucho acerca de la revolución, y no es como si el hecho de saber que sus padres eran revolucionarios fueran a transformarla de repente, como un chasquido de dedos, pero... despertó en ella una curiosidad inevitable. ¿Qué habría sido lo que habría empujado a sus padres a volverse revolucionarios, a luchar contra el gobierno mundial? Quizás podría encontrar algunas de esas respuestas en los libros del sótano, un lugar que tenía por seguro que volvería a visitar más pronto que tarde. Tenía que investigar bien ese sitio, buscar si hay algo importante que pudiera llevarse en su viaje. Por supuesto, también alguna foto de sus padres. De repente había crecido en ella un sentimiento de orgullo que antes no existía. No les había conocido, no sabía qué carácter tenían ni si se enfadaban con facilidad, las manías que tenían, si eran risueños y decían tonterías como ella... había muchas cosas aún que eran una incógnita, pero simplemente por la forma en la que Domsdey hablaba de ellos, con esa sonrisa en la cara, le hacía pensar que debían de tratarse de grandes personas.
Le pilló por sorpresa el notar la mano de Domsdey sobre la suya, un movimiento que la sacó de su trance de forma abrupta pero dulce a la vez. Acababa de conocer a ese ancianito entrañable, pero estaba claro que la unión entre ellos era profunda, como las raíces de un viejo árbol. Para él, ella no era una joven cualquiera, era el vivo reflejo de una gran amistad, y Airgid sentía esa emoción en sus carnes de forma tan intensa que se le erizaban toda la piel del cuerpo. Había poder en su mirada, en sus palabras. La mujer correspondió aquel leve apretón en su mano y guardó aquella frase en un rinconcito especial de su cerebro. No pudo decir nada, solo sonreír.
Entonces se levantó, se acercó a lo más parecido a un "comedor" que había en el interior de la casita y le tendió una tacita de café que no dudó en tomar. Estaba frío, pero eso no le importaba, le dio un trago igualmente mientras le escuchaba mencionar también a Ragnheidr, decir que el mundo les necesitaba a los dos. Que tenían que conseguir grandes cosas. Por un momento la rubia se lo imaginó, la imagen de ellos dos como líderes de la revolución, tratando de hacer del mundo un lugar mejor, codo a codo. Y no le desagradó en absoluto. Pero en un sobresalto, al anciano le fallaron las piernas y casi cayó al suelo. Menos mal que Airgid se dio cuenta a tiempo, sujetándole con sus manos antes de que se estrellara contra la piedra. Le ayudó a sentarse de nuevo en el sillón, colocándose ahora a su lado. — ¿Estás bien? — A pesar de que sentía cierta... tristeza, la sonrisa en el rostro de Airgid era inmutable. No podía evitarlo. El anciano no parecía herido, solo cansado, aturdido por todos los recuerdos que debían estar inundándole. — Yo... no sé aún qué pensará Ragn. Tengo que hablar con él de todo esto. Y tengo que pensar muchas cosas, conocer un poco mejor esta revolución antes de poder prometer nada. — Tampoco quería atarse las manos del todo, no en un arrebato. — Pero estoy segura de que si mis padres eran revolucionarios debía ser porque la causa que defendían era justa, era buena. — La expresión de su rostro se tornó un poco juguetona, afilando la sonrisa. — Creo que va siendo hora de buscar a más revolucionarios. Quiero conocerles, conocer sus planes... parece que estoy destinada a acabar siendo una de ellos, pero antes quiero estar segura de que no lo hago solo por un legado, de que lo hago también por mi misma. — Concluyó, contenta con la decisión que había tomado.
En aquella casita charlaron durante un rato más, antes de que tuviera que volver a sus quehaceres en el pueblo de Rostock. La joven Airgid acompañó a Domsdey Crimsolth hasta una zona más céntrica, solo por asegurarse de que no volvían a traicionarle las piernas y de que llegaba al lugar a salvo. Se despidió de él con un fuerte abrazo antes de volver a su casa, aunque acababa de descubrir que no era del todo suya... pero eso le daba igual. Se tumbó sobre la cama un momento. Solo para descansar de una mañana llena de emociones. Sentía el pecho hinchado, el cuerpo... más "completo" que antes, como si algunas piezas que antes faltaban hubieran encontrado su lugar. Y pudo dormir en paz un par de horas, antes de que tuviera que levantarse de nuevo para una misión muy importante. Era curioso cómo desde la llegada de Ragnheidr a la puerta de su casa no habían dejado de sucederle cosas increíbles. No podía ser casualidad. Ese hombre tenía una extraña magia a su alrededor que le hacía dudar de todo lo que había conocido anteriormente. Una magia que incluso Domsdey había sido capaz de ver también, a pesar de que su encuentro fue bastante breve. Ragn... ¿de qué le sonaba ese nombre?
Le pilló por sorpresa el notar la mano de Domsdey sobre la suya, un movimiento que la sacó de su trance de forma abrupta pero dulce a la vez. Acababa de conocer a ese ancianito entrañable, pero estaba claro que la unión entre ellos era profunda, como las raíces de un viejo árbol. Para él, ella no era una joven cualquiera, era el vivo reflejo de una gran amistad, y Airgid sentía esa emoción en sus carnes de forma tan intensa que se le erizaban toda la piel del cuerpo. Había poder en su mirada, en sus palabras. La mujer correspondió aquel leve apretón en su mano y guardó aquella frase en un rinconcito especial de su cerebro. No pudo decir nada, solo sonreír.
Entonces se levantó, se acercó a lo más parecido a un "comedor" que había en el interior de la casita y le tendió una tacita de café que no dudó en tomar. Estaba frío, pero eso no le importaba, le dio un trago igualmente mientras le escuchaba mencionar también a Ragnheidr, decir que el mundo les necesitaba a los dos. Que tenían que conseguir grandes cosas. Por un momento la rubia se lo imaginó, la imagen de ellos dos como líderes de la revolución, tratando de hacer del mundo un lugar mejor, codo a codo. Y no le desagradó en absoluto. Pero en un sobresalto, al anciano le fallaron las piernas y casi cayó al suelo. Menos mal que Airgid se dio cuenta a tiempo, sujetándole con sus manos antes de que se estrellara contra la piedra. Le ayudó a sentarse de nuevo en el sillón, colocándose ahora a su lado. — ¿Estás bien? — A pesar de que sentía cierta... tristeza, la sonrisa en el rostro de Airgid era inmutable. No podía evitarlo. El anciano no parecía herido, solo cansado, aturdido por todos los recuerdos que debían estar inundándole. — Yo... no sé aún qué pensará Ragn. Tengo que hablar con él de todo esto. Y tengo que pensar muchas cosas, conocer un poco mejor esta revolución antes de poder prometer nada. — Tampoco quería atarse las manos del todo, no en un arrebato. — Pero estoy segura de que si mis padres eran revolucionarios debía ser porque la causa que defendían era justa, era buena. — La expresión de su rostro se tornó un poco juguetona, afilando la sonrisa. — Creo que va siendo hora de buscar a más revolucionarios. Quiero conocerles, conocer sus planes... parece que estoy destinada a acabar siendo una de ellos, pero antes quiero estar segura de que no lo hago solo por un legado, de que lo hago también por mi misma. — Concluyó, contenta con la decisión que había tomado.
En aquella casita charlaron durante un rato más, antes de que tuviera que volver a sus quehaceres en el pueblo de Rostock. La joven Airgid acompañó a Domsdey Crimsolth hasta una zona más céntrica, solo por asegurarse de que no volvían a traicionarle las piernas y de que llegaba al lugar a salvo. Se despidió de él con un fuerte abrazo antes de volver a su casa, aunque acababa de descubrir que no era del todo suya... pero eso le daba igual. Se tumbó sobre la cama un momento. Solo para descansar de una mañana llena de emociones. Sentía el pecho hinchado, el cuerpo... más "completo" que antes, como si algunas piezas que antes faltaban hubieran encontrado su lugar. Y pudo dormir en paz un par de horas, antes de que tuviera que levantarse de nuevo para una misión muy importante. Era curioso cómo desde la llegada de Ragnheidr a la puerta de su casa no habían dejado de sucederle cosas increíbles. No podía ser casualidad. Ese hombre tenía una extraña magia a su alrededor que le hacía dudar de todo lo que había conocido anteriormente. Una magia que incluso Domsdey había sido capaz de ver también, a pesar de que su encuentro fue bastante breve. Ragn... ¿de qué le sonaba ese nombre?