Asradi
Völva
19-09-2024, 06:52 PM
Los rumores eran algo cotidiano en el día a día de muchas personas. Sobre todo en el de gente trabajadora y sencilla como de los pescadores. Allí en el muelle, mientras faenaban, había conversaciones varías. Desde el precio de la captura del día, hasta otros hablando sobre fulanito o sobre cuándo pensaban jubilarse y dejar el negocio familiar a los hijos. Lo que vendría siendo normal en un pueblo costero como aquel. Acostumbrado a la presencia de turistas y de piratas, para bien o para mal. Pero uno de los rumores que estaba ganando fuerza era sobre algo, o alguien, que se había pertrechado en una cala no demasiado lejana, a tres o cuatro kilómetros del pueblo principal.
Los rumores, generalmente, no solían ser más que eso, rumores. La mayoría simples invenciones. Aunque ese no estaba falto de razón.
Llevaba un par de días acomodada en el interior de esa cueva marítima. Se había quedado ahí porque había escuchado, de los lugareños, que era un lugar maldito, donde varias almas habían fallecido a causa de las corrientes marinas. Mucho mejor para ella. No que se muriesen, claro, sino el hecho de que tuviesen miedo de aproximarse a ese lugar. No tendría que lidiar con humanos que quisieran, probablemente, capturarla. Ya había tenido experiencias desagradables al respecto. Y lo mejor era ser precavida por ahora. Solo salía lo justo y lo necesario y, al estar el lugar tan pegado a la playa, podia aprovechar para huír rápidamente si la ocasión lo ameritaba. Era un incordio tener que vivir así. Pero debía hacerlo por dos factores. Uno, solo por el hecho de ser una sirena. Y dos, por la marca que, a fuego, le habían hecho en la espalda y que la señalaba como una “pertenencia” de los Dragones Celestiales. Pensar en eso le arrancaba un escalofrío de temor y de indignación a partes iguales.
Fuese como fuese, tenía que salir ese día. De forma imperativa. Necesitaba no solo abastecerse de víveres, sino también de hierbas medicinales. Se había terminado con gran parte de sus suministros durante el viaje. Y un descanso también le vendría bien. Así pues, se atrevió a abandonar la seguridad que aquel lugar le confería. Por suerte la orilla no estaba lejos, y había rocas grandes con musgo marino que podía recolectar, al menos para ir empezando.
Eso fue, literalmente, lo que hizo. Armada con su mochila, donde solía resguardar esas cosas, comenzó a recolectar, con la confianza de que, por suerte, nadie aparecería por eses lugares. Aunque no solía bajar la guardia, los ladrones y matones siempre estaban a la orden del día. Y no le apetecía tener un encontronazo cuando por fin lograba un poco de tranquilidad.
Los rumores, generalmente, no solían ser más que eso, rumores. La mayoría simples invenciones. Aunque ese no estaba falto de razón.
Llevaba un par de días acomodada en el interior de esa cueva marítima. Se había quedado ahí porque había escuchado, de los lugareños, que era un lugar maldito, donde varias almas habían fallecido a causa de las corrientes marinas. Mucho mejor para ella. No que se muriesen, claro, sino el hecho de que tuviesen miedo de aproximarse a ese lugar. No tendría que lidiar con humanos que quisieran, probablemente, capturarla. Ya había tenido experiencias desagradables al respecto. Y lo mejor era ser precavida por ahora. Solo salía lo justo y lo necesario y, al estar el lugar tan pegado a la playa, podia aprovechar para huír rápidamente si la ocasión lo ameritaba. Era un incordio tener que vivir así. Pero debía hacerlo por dos factores. Uno, solo por el hecho de ser una sirena. Y dos, por la marca que, a fuego, le habían hecho en la espalda y que la señalaba como una “pertenencia” de los Dragones Celestiales. Pensar en eso le arrancaba un escalofrío de temor y de indignación a partes iguales.
Fuese como fuese, tenía que salir ese día. De forma imperativa. Necesitaba no solo abastecerse de víveres, sino también de hierbas medicinales. Se había terminado con gran parte de sus suministros durante el viaje. Y un descanso también le vendría bien. Así pues, se atrevió a abandonar la seguridad que aquel lugar le confería. Por suerte la orilla no estaba lejos, y había rocas grandes con musgo marino que podía recolectar, al menos para ir empezando.
Eso fue, literalmente, lo que hizo. Armada con su mochila, donde solía resguardar esas cosas, comenzó a recolectar, con la confianza de que, por suerte, nadie aparecería por eses lugares. Aunque no solía bajar la guardia, los ladrones y matones siempre estaban a la orden del día. Y no le apetecía tener un encontronazo cuando por fin lograba un poco de tranquilidad.