Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Aventura] [A-T3] ¿Una nueva ofensiva?
Percival Höllenstern
-
El humo era denso, asfixiante, llenando cada rincón del Cuartel General del G-31 mientras las llamas se extendían sin piedad. Las estructuras que habían resistido con tenacidad durante años ahora sucumbían ante el avance imparable del fuego. Aun así, había algo que persistía en ese caos, una chispa de voluntad que no podía ser sofocada. Los sobrevivientes, aunque agotados, no habían caído. Sus cuerpos luchaban contra el calor, pero sus mentes se mantenían afiladas, buscando desesperadamente una solución antes de que todo se desmoronara.

Ray seguía siendo una figura espectral en medio del humo, desapareciendo y apareciendo entre las sombras, siempre un paso por delante de las llamas. Su velocidad sobrehumana lo mantenía a salvo mientras rescataba a los heridos, pero incluso él sabía que había un límite para su resistencia. Cada vuelta lo dejaba más exhausto, más cerca de su propio agotamiento. Sin embargo, seguía adelante, empujado por una fuerza que iba más allá del simple instinto de supervivencia. Sabía que el tiempo se agotaba y que, si no encontraban una forma de contener el avance del fuego, todo el cuartel estaría perdido.

Mientras Ray continuaba con su frenética tarea, la marine permanecía en un punto crítico, observando el colapso inminente del Ala Este. Su cuerpo se mantenía firme frente al calor abrasador, sus músculos tensos bajo el peso del fuego que los rodeaba. Ella no era del tipo que esperaba órdenes ni buscaba soluciones a medias; su fuerza, forjada en el campo de batalla, había sido siempre su mayor arma. Y ahora, cuando parecía que todo estaba perdido, Camille sabía que debía hacer algo más que contener las llamas. Tenía que detenerlas por completo, antes de que se propagaran y arrasaran con el resto de la base.

Fue en ese momento, mientras los escombros del Ala Este comenzaban a ceder, que Camille tomó su decisión. Como un ariete viviente, cargó hacia el ala, apuntando directamente a las columnas maestras que aún mantenían la estructura en pie. Su cuerpo chocó contra el metal y la piedra con una fuerza colosal, el impacto resonando por todo el cuartel. La estructura tembló, como si el propio edificio hubiera sido sacudido hasta sus cimientos. El crujido de las vigas resonó en el aire, seguido por un rugido de llamas que se intensificó antes de ser sofocado momentáneamente por la repentina fuerza de dicha titanide.

El área, debilitada por el fuego y ahora sacudida por el golpe masivo, comenzó a derrumbarse de manera controlada. Las vigas cayeron en cascada, pero Camille, con su instinto estratégico, había dirigido su arremetida de tal manera que las estructuras colapsadas formaron una barrera improvisada, un cortafuegos que comenzó a detener el avance del fuego. Las llamas, antes imparables, ahora se encontraban ante un obstáculo inesperado, luchando por encontrar un camino entre los escombros. El impacto había sido tan devastador que, por un instante, el fuego se detuvo, sofocado bajo el peso de los restos del ala derruida.

Takahiro, observando la situación desde su posición elevada, no perdió tiempo en reaccionar. Sabía que la maniobra de Camille no sería suficiente para contener el fuego por completo, pero había creado la oportunidad que necesitaban. Con un gesto preciso, ordenó a los marines que se desplegaran. Los cañones, que habían sido preparados para una última defensa, fueron girados hacia el ala este en ruinas. Dispararon con una sincronización casi perfecta, impactando sobre los restos humeantes y reforzando el cortafuegos improvisado que la oni había creado. Las explosiones resonaron en el aire, cada disparo levantando una nube de escombros que se unía a la barrera.

Los disparos eran precisos, calculados por la mente táctica de Takahiro, quien veía el mapa del desastre como un campo de batalla más que necesitaba ser conquistado. Con cada impacto, las llamas perdían más terreno, sofocadas por las explosiones controladas que lanzaban polvo y escombros sobre ellas. El calor seguía apretando, pero la barrera, ahora reforzada por el esfuerzo combinado de la oni y los cañones, se mantenía firme.

Mientras todo esto sucedía, Atlas sobrevolaba el cuartel, su figura envuelta en las llamas azules del fénix, observando desde las alturas cómo el cortafuegos se extendía. Con su visión amplia, podía ver los puntos en los que el fuego aún amenazaba con escapar, y con rápidos movimientos de sus alas, dirigía ráfagas de aire para contener esos focos. Su cuerpo brillaba como un faro de esperanza, guiando a los que aún luchaban en la base. A pesar de las nubes de humo que lo rodeaban, Atlas seguía siendo visible, un recordatorio para todos de que no estaban solos en esa batalla.

El ninja de cabello plateado, habiendo rescatado a los últimos heridos del ala este antes de su colapso total, ahora observaba el trabajo de Camille y los cañones desde una distancia segura. El sudor corría por su frente, mezclándose con el hollín, pero una leve sonrisa apareció en sus labios. La maniobra había funcionado mejor de lo que esperaba. Las llamas, aunque aún presentes, ya no se expandían de forma desenfrenada. Estaban contenidas, su avance limitado por la combinación de fuerza bruta y estrategia. Se permitía un breve respiro, sabiendo que habían ganado tiempo, aunque la batalla no estaba completamente ganada.

El ala este, sin embargo, estaba perdida. Su colapso era inevitable, y aunque habían logrado detener el fuego en gran parte, las ruinas continuaban humeando. El crujido de las vigas restantes anunciaba su próximo derrumbe, y aunque la masiva marine había logrado evitar una catástrofe mayor, esa parte de la base ya no podría ser salvada. Pero el resto del Cuartel General del G-31 seguía en pie, protegido por el muro de escombros y el trabajo coordinado de los marines.

La hercúlea oni, cubierta de hollín y con su respiración pesada, se mantenía en pie entre los restos de su obra. Sus brazos aún temblaban por el esfuerzo, pero su mirada no mostraba signos de fatiga. Había hecho lo que debía hacerse, y aunque su cuerpo se resentía, su espíritu seguía firme. Sabía que no había tiempo para celebraciones; el fuego aún podía encontrar una grieta en la barrera, pero por el momento, habían conseguido lo imposible: contener la destrucción del Cuartel.
Takahiro, desde su posición elevada, revisaba los últimos informes de sus subordinados. La situación estaba bajo control, o al menos lo estaría si mantenían la disciplina. Los cañones aún estaban preparados para disparar de nuevo si las llamas volvían a intensificarse, y las tropas seguían coordinando los esfuerzos para sofocar los pequeños focos que quedaban. El sacrificio del ala este había sido necesario, pero el resto de la base estaba a salvo.

El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, su luz trémula filtrándose a través del humo. Las sombras de la noche se desvanecían lentamente, revelando el campo de batalla que habían conquistado. El G-31, aunque herido, seguía de pie. La maniobra desesperada de Camille, combinada con la precisión de los cañones y la velocidad de Ray, había logrado lo que parecía imposible: salvar el cuartel de una destrucción total.

Atlas descendió, su cuerpo aún envuelto en un resplandor azul, y se unió a sus compañeros. Su vuelo había mantenido a raya el avance del fuego, pero ahora, con el cortafuegos en su lugar, se permitía un respiro. Al mirar a Camille, Takahiro y Ray, entendió que cada uno había cumplido su papel en esta sinfonía de caos y estrategia. No era una victoria perfecta, pero era una victoria al fin y al cabo.
El Ala Este era ahora un montón de escombros humeantes, pero el corazón de la base seguía latiendo. Aún había mucho trabajo por hacer, muchas heridas que sanar, pero lo más importante era que estaban vivos, y con ellos, la fortaleza del G-31.

Pronto, todos los marines que habían logrado salvar el lugar por medio de esfuerzo y voluntad, comenzaron a vitorear a estos cuatro héroes, aunque en el fondo de sus corazones lamentaban la pérdida de gran parte de su bastión y de su orgullo, y la de sus camaradas caídos.

¿Qué ha sucedido?


En otro lado del East Blue, varias horas más tarde...


El interior de la mansión permanecía en un estado perpetuo de sombra. Las gruesas paredes de piedra negra absorbían la poca luz que lograba filtrarse por las ventanas, apenas iluminadas por una tenue claridad grisácea que se deslizaba a través de los pesados cortinajes de terciopelo. El suelo de mármol, frío y pulido, parecía brillar tenuemente bajo las escasas lámparas de aceite que colgaban de las paredes. A través de una amplia cristalera, el jardín exterior, enmarcado por la arboleda, era un oasis de exuberancia; las flores exóticas y los árboles frondosos se alzaban como testigos mudos de un mundo en el que la naturaleza florecía con una vida opuesta a la opresión que reinaba dentro de la mansión.

Afuera, hombres y mujeres, algunos con grilletes que tintineaban levemente al moverse, trabajaban con una diligencia monótona, cuidando la vegetación bajo la estricta vigilancia de los guardias. Cada uno de esos prisioneros parecía reducirse a un engranaje de la maquinaria controlada por una voluntad implacable que gobernaba cada rincón del lugar. La escena era un recordatorio de la quietud impuesta, una calma que ocultaba el verdadero pulso de la tensión dentro de la casa.
En el centro de la sala principal, en medio de esa penumbra, una figura alta y corpulenta se mantenía en pie, observando sin moverse. 
El aire a su alrededor se espesaba con una energía contenida, como una tormenta a punto de estallar. 
La penumbra envolvía su rostro, dejando a la vista únicamente los contornos vagos de su musculatura imponente, una presencia que exigía respeto con su simple existencia. No necesitaba alzar la voz, ni hacer un solo gesto; la quietud de su postura era suficiente para imponer una autoridad absoluta. Era el centro de gravedad en aquel espacio, alrededor del cual todo giraba, expectante.

El silencio, que había dominado la sala, fue roto de pronto por el repiqueteo inconfundible de un Den Den Mushi: "Purupurpupurup". El sonido resonó como una llamada distante en aquel templo de sombras. Con una lentitud deliberada, calculada, la figura sombría se deslizó hacia la mesa, donde el caracol de comunicación descansaba. Cada movimiento suyo parecía orquestado para amplificar la tensión, como un cazador acechando a su presa, mientras su mano, firme pero sin prisa, se posaba sobre el Den Den Mushi.

Del otro lado, emergió la voz del subordinado, recordando a cierto hombre trajeado, transmitida desde un refugio incierto solo guarecido por maderas.
Señor —comenzó el hombre, intentando que su tono poco firme no revelara del todo el peso de la situación—, el plan ha salido según lo previsto. El sabotaje fue un éxito y hemos logrado evitar la intervención del G-31. Durante un tiempo, los marines dejarán de husmear en Loguetown.

Por un instante, la única respuesta fue el silencio. Un silencio denso, que colgaba en el aire como una neblina sofocante. La figura permanecía quieta, inmóvil, como si estuviera sopesando cada palabra, midiendo la situación con la precisión de un relojero que ajusta un mecanismo delicado. Aunque su rostro seguía envuelto en sombras, el ambiente en la sala pareció cambiar sutilmente, cargado ahora de una energía diferente, aún más oscura, más imponente.

Finalmente, la voz de la figura resonó, profunda y controlada, cargada de una gravedad que ahogaba cualquier atisbo de confianza.
El G-31 dejará de husmear, dices... —murmuró, como si ponderara el alcance de esa afirmación—. Bien. Aunque la sombra de los marines no puede ser eludida para siempre, que se alejen del casino nos concede tiempo. —Hizo una pausa, un silencio calculado que hizo estremecer hasta al caracol, antes de continuar—. Pero asegúrate de que no fue una retirada temporal. Si descubren algo que comprometa nuestra posición, no tendré reparo en hacerte responsable personalmente...

Figura Sombría
#46


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