Percival Höllenstern
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20-09-2024, 01:43 AM
4 de Verano de 724
—Pf… joder… como tengo las cervicales… — mascullé, más para mí que para nadie, mientras me escabullía por la cubierta del bergantín. Las tablas bajo mis pies crujían suavemente, pero en la quietud de la noche, aquel sonido resonaba en mis oídos como si estuviera gritando mi presencia. No era la primera vez que me metía en un barco sin pedir permiso, pero siempre había un riesgo añadido cuando tus planes personales se interponían con los negocios de la banda. La Hyozan no era precisamente conocida por su flexibilidad o tolerancia.
Pero esta vez no era un trabajo de la Hyozan. No era un encargo de los líderes, ni un movimiento para reforzar nuestras redes en el submundo de Grey Terminal. Era algo personal. Una búsqueda que, si jugaba bien mis cartas, podría cambiar las tornas en mi favor. No me embarqué en esta misión para servir a otros. Buscaba algo que me permitiera finalmente liberarme de las cadenas invisibles que me ataban a la banda, un poder que me diera la ventaja que tanto necesitaba.
El pergamino que había conseguido de Jack D. Ignis, un pirata con una lengua tan afilada como la mía, era la clave. No había sido un intercambio fácil, como cualquier trato con Ignis, ese imbécil siempre buscaba la ventaja. Pero después de horas de tiras y aflojas, amenazas veladas y promesas de futuros favores, me había hecho con el documento que, según él, contenía la ubicación de una Fruta del Diablo.
—Una Fruta del Diablo… — susurré, casi con incredulidad, mientras pensaba en las posibilidades y me crujía los dedos. A lo largo de los años, había escuchado suficientes historias sobre esas frutas para saber que, aunque otorgaban poderes increíbles, también traían consigo maldiciones. Pero si quería avanzar en este maldito mundo, una maldición era un precio que estaba dispuesto a pagar.
El documento revelaba que aquella fruta estaba cerca de Grey Terminal. A primera vista, no podía haber sido más conveniente, pero la experiencia me había enseñado a desconfiar de las cosas que parecían demasiado fáciles. Así que, después de asegurarme de que el barco atracaría cerca de esta aldea pequeña y tranquila en las afueras del Monte Colubo, me las arreglé para escabullirme.
Foosha... me giré para observar la pequeña aldea desde el puerto improvisado donde el barco había lanzado el ancla. La luna proyectaba su pálida luz sobre las casas dispersas, pintando las sombras con un tinte plateado que se extendía sobre los campos que bordeaban la aldea. Una paz inquietante reinaba en el lugar. Era casi surrealista pensar que un objeto tan poderoso pudiera estar oculto en un lugar tan mundano.
El viento fresco de la noche me recordó que no tenía mucho tiempo. No era el único que sabía de la existencia de esa fruta, y aunque había evitado una confrontación directa con Jack D. Ignis, podían suceder más cosas o esa información podía haber sido obtenida por otra persona.
Caminé por las calles vacías de las afueras de Foosha, tratando de mantener la mente clara. Tenía el pergamino, y la ubicación estaba cerca. Pero el problema era que "cerca" en un sitio como este podía significar cualquier cosa. No había ningún punto de referencia evidente, ningún símbolo que indicara el escondite de la fruta. Solo intuición y paciencia, dos cosas que nunca me habían fallado, aunque muchas veces me habían puesto al límite.
Pero algo en dicha intuición me inquietaba. Había algo demasiado… deliberado en todos los sucesos. El destino tenía una forma graciosa de jugar con sus esbirros, los seres pensantes.
Apreté el puño, el crujido de mis nudillos resonando en la quietud. Era hora de comprobarlo. Si ese era el lugar, tenía que ser cuidadoso. No sabía qué tipo de situaciones o qué tipo de personas podría encontrarme... Pero lo que sí sabía era que no podía permitirme fallar.
Avancé con cierto sigilo pasivo, sintiendo la tensión en cada músculo, acercándome a las lindes de la pequeña y humilde villa.
Foosha... quien lo diría.