Terence Blackmore
Enigma del East Blue
29-07-2024, 10:38 PM
(Última modificación: 29-07-2024, 10:40 PM por Terence Blackmore.)
Día 12 de primavera del año 724.
Los bajos fondos habían sido siempre una cloaca, y aunque había decidido venir a este entrañable pueblo costero para tratar de sacarme esa ponzoñosa polución que se me había pegado y luchaba por permanecer, aun con severas duchas de por medio. Quizá era una sensación pegajosa y pesada al mismo tiempo, fruto del largo periodo que había pasado en Grey Terminal, un nido de alimañas al que, con suerte, sería un lugar al que no volvería salvo por dos casos; extremo beneficio o extrema estupidez.Pero hoy me encontraba en Rostock, un lugar que había tenido la suerte de conocer hacía unos meses, y que se caracterizaba por un aire de jolgorio que emanaba de sus gentes llenas de ilusión y trasmitida por el júbilo de sus más jóvenes.
Por suerte aquí, no habían llegado los horrores de la guerra o la codicia. Era un pequeño oasis de paz y tranquilidad, tristemente de los pocos que quedaban en el Mar del Este.
Alcé la vista al horizonte, encontrando entre escasas nubes el brillo rojizo, quizá casi castaño, que se producía fruto del choque del sol con la superficie de los mismos y aminoraba el reflejo. Había leído en algún lado que era una técnica que los constructores de países soleados hacían para evitar que el calor y el brillo del sol, los deslumbrara a determinadas horas del día.
Todo era tan sencillo, tan anodino y tan calmado que no podía evitar sentir cierta familiaridad con este paisaje, una que, a pesar de ser diagonalmente distinta con la realidad que había conocido desde la más tierna infancia, en cierto modo contenía parte de ese sabor dulce.
Jugué a recortar las figuras de los transeúntes que pasaban caminando sin prisa y colocarlas en un retazo de mis peores memorias, entendiendo lo que debía significar una familia convencional o una vida perfectamente estructurada, casi planeada, que se vivía con ilusión a la novedad, pero sin el miedo a lo desconocido.
Debía ser bastante sencillo poder lograr todos los objetivos mundanos en una realidad tan lineal y desprovista de peligros, sin nadie que esperara algo distinto a que te unieras en matrimonio y comenzaras a procrear, o en el peor de los casos, en convertirte en el borracho del pueblo.
Una figura tragicómica ciertamente, pues durante mis andanzas siempre existía la figura del borracho del pueblo como un interminable estribillo anexado a la canción que se rumiaba en los pueblos más humildes y parcos en servicios. Probablemente, se debía a un inconformista con la realidad plana de estas aldeas, un deseo ulterior por medrar de un vacío inexistente que se generaba en el profundo ser inconsciente de alguien con mucho más que ofrecer de lo que podía, o derivado del hastío que arañaba las esperanzas de un hombre como la arena desértica arañaba todo lo que se cruzara en su camino.
O quizá, simplemente un desdichado que había caído en las suaves garras que la adicción etílica podía ofrecer como consuelo del alma y amante peligrosa.
Me decidí a bajar el mirador donde me encontraba, algo más relajado y tranquilo mientras repasaba metódicamente mis pensamientos concienzudamente. Bajé por las escaleras de caracol, posando la mano encima de la barandilla que se encontraba carcomida por el óxido usual que se podía encontrar en un lugar costero, con cierto cuidado para no caerme ante las empinadas escaleras. Finalmente tome tierra, y salí del callejón rumbo a una vieja conocida: la plaza portuaria de Rostock.
Caminando a paso firme, sin prisa por el suelo formado de cantos rodados que estaba cubierto por una ligera capa de musgo debido a la humedad, no tardé mucho en descubrir el sol salpicando de calor la entereza del lugar y sus gentes y, como otro bellaco doblegado por el poder del astro rey, quedé doblegado torciendo la mirada y cerrando los ojos buscando descanso en la sombra más próxima. Nada que no pudiera solventar en unos segundos al desplegar las gafas de sol de montura en plata y cristales teñidos en violeta, que esconderían mis cansados ojos ámbares.
Presto, descubrí una escena de lo más particular. Otro hombre de pelo cano y facciones equilibradas que tenía la complexión de un aventurero que se encontraba en postura animada, comiendo y explicándole algo a un chaval con porte desgarbado y pelo oscuro, pero con un ímpetu y curiosidad que me recordaba a mí de pequeño, y sendos ensombrecidos por la figura de un masivo hombre de rasgos duros, pero a la vez exóticos, con un extraño acento que hacía las veces de cocinero. Finalmente, un hombre con semblante preocupado y gesto cavilante, y cabello descuidado del color de la madera recia, estaba en su proximidad. Encontraba algo en la mirada endurecida de este hombre, quizá su historia contaba más de lo que parecía.
Puede que no soliera mezclarme con la gente por causa natural, pues la compañía de los libros y la música siempre solían ser mejores compañeras, pero ese grupo parecía digno de atención, de inspección y un curioso objeto de estudio. Además, en cierto modo, sentía simpatía por aquel improvisado grupo.
Me apresuré a entablar contacto con ellos.
-¿No sois de por aquí, verdad? - dije, ofreciendo una sonrisa no fingida, mientras bajaba un poco las gafas para acertar directamente la mirada de mis interlocutores. Hoy vestía una camisa amplia arremangada de tintes grisáceos, pantalones de lino negro que no parecían especialmente lujosos, pero ofrecían comodidad y traspiración y unos zapatos también oscuros, que sí eran de diseño.