Todo el aliento de sus pulmones, toda la fuerza de sus piernas y de sus brazos, y todo el valor del endurecido corazón de Balagus flaquearon un instante en el momento de la verdad. La enorme criatura de piel dorada le infundió de un primordial terror que hacía mucho que no había sentido, así como un respeto reverencial que sólo se podía ofrecer a los depredadores alfa. Un terror y un respeto que, aparentemente, le iban a costar la vida, junto al otro pobre desgraciado de la tripulación.
Aunque ya estaba levantando la guardia, era demasiado tarde: las titánicas fauces de pesadilla se cerraban sobre él en un ataúd grotesco y agónico. Balagus había hecho las paces hacía mucho con la posibilidad de morir como un guerrero, y era un destino que se le antojaba incluso apetecible, y sólo lamentaba no poder vengarse de aquellos que trajeron la destrucción sobre su gente, ni poder encontrar en sus viajes a otros supervivientes como Malakus.
“Malakus… Esta tarea te encomiendo: encuéntralos. Sálvalos. Sobrevive a este día en el que yo no puedo...”
- ¡LOK’TAR OGAR! –
El bramido del viejo guerrero le sacó de su apesadumbrado ensimismamiento, arrebatándole también de las garras de la parca tan rápido como esta había intentado hacerle suyo. La visión del avejentado oni clavando uno de los arpones cercanos sobre la bestia, por muy desigual que fuera aquella batalla, reanimó los rescoldos de un fuego en su pecho. Las palabras que el anciano le dedicó en la cocina fueron los fuelles que alimentaron aquel calor incipiente.
Y, de pronto y sin compasión, el desenlace. La explosión de llamas consumiendo el oxígeno de la fragua en su interior. La estupefacción inicial cedió rápidamente ante la ira que lo consumía, hinchando sus músculos y venas, avivando un feroz brillo anaranjado en sus ojos, y desbordando un furioso bramido de guerra que lanzó sin temor alguno.
Y entonces llegó la orden del capitán del barco, y el rugido de los cañones. Balagus estaba ya listo para saltar sobre la criatura, deseoso de vengar al noble Malakus, pero la ADVERSIDAD decidió retirarse con precaución. Una retirada que el oni aprovechó para avanzar hasta el límite de la proa con pasos lentos y pesados, chapoteando en la mugre de la cubierta mientras resoplaba lo que por poco no eran volutas de vapor, y con el filo del hacha siendo arrastrado por la cubierta.
La bestia los observaba, meditando su próxima víctima, mientras los cañones recargaban. No esperaría un ataque directo. No esperaría a Balagus.
Con un impulso inhumano, el gigantón se propulsó con todo el poder que pudo reunir en sus piernas, y se lanzó por los aires hacia su enorme enemigo, enarbolando el hacha de guerra en el aire en un brutal ataque que pretendía dejar clavada el arma en la herida ya abierta de la criatura marina, y así servirle de agarre antes de seguir acosándola cuerpo a cuerpo.
“No dejes que la culpa te domine... la culpa y la vergüenza te pueden destrozar, … a mí me destrozó.”
No tenía más temores ni remordimientos. Moriría, o vencería allí.
Aunque ya estaba levantando la guardia, era demasiado tarde: las titánicas fauces de pesadilla se cerraban sobre él en un ataúd grotesco y agónico. Balagus había hecho las paces hacía mucho con la posibilidad de morir como un guerrero, y era un destino que se le antojaba incluso apetecible, y sólo lamentaba no poder vengarse de aquellos que trajeron la destrucción sobre su gente, ni poder encontrar en sus viajes a otros supervivientes como Malakus.
“Malakus… Esta tarea te encomiendo: encuéntralos. Sálvalos. Sobrevive a este día en el que yo no puedo...”
- ¡LOK’TAR OGAR! –
El bramido del viejo guerrero le sacó de su apesadumbrado ensimismamiento, arrebatándole también de las garras de la parca tan rápido como esta había intentado hacerle suyo. La visión del avejentado oni clavando uno de los arpones cercanos sobre la bestia, por muy desigual que fuera aquella batalla, reanimó los rescoldos de un fuego en su pecho. Las palabras que el anciano le dedicó en la cocina fueron los fuelles que alimentaron aquel calor incipiente.
Y, de pronto y sin compasión, el desenlace. La explosión de llamas consumiendo el oxígeno de la fragua en su interior. La estupefacción inicial cedió rápidamente ante la ira que lo consumía, hinchando sus músculos y venas, avivando un feroz brillo anaranjado en sus ojos, y desbordando un furioso bramido de guerra que lanzó sin temor alguno.
Y entonces llegó la orden del capitán del barco, y el rugido de los cañones. Balagus estaba ya listo para saltar sobre la criatura, deseoso de vengar al noble Malakus, pero la ADVERSIDAD decidió retirarse con precaución. Una retirada que el oni aprovechó para avanzar hasta el límite de la proa con pasos lentos y pesados, chapoteando en la mugre de la cubierta mientras resoplaba lo que por poco no eran volutas de vapor, y con el filo del hacha siendo arrastrado por la cubierta.
La bestia los observaba, meditando su próxima víctima, mientras los cañones recargaban. No esperaría un ataque directo. No esperaría a Balagus.
Con un impulso inhumano, el gigantón se propulsó con todo el poder que pudo reunir en sus piernas, y se lanzó por los aires hacia su enorme enemigo, enarbolando el hacha de guerra en el aire en un brutal ataque que pretendía dejar clavada el arma en la herida ya abierta de la criatura marina, y así servirle de agarre antes de seguir acosándola cuerpo a cuerpo.
“No dejes que la culpa te domine... la culpa y la vergüenza te pueden destrozar, … a mí me destrozó.”
No tenía más temores ni remordimientos. Moriría, o vencería allí.