Masao Toduro
El niño de los lloros
21-09-2024, 01:28 AM
El grupo finalmente coincidió en su mayoría en que la expedición la lideraría el hippie, incluso el viejito pareció dar un paso al lado aceptando la decisión. Por mi parte no tenía mucho problema, de hecho, estaba acostumbrado a jefes con aptitudes más laxas y relajadas, y en su breve experiencia como marine, solía trabajar mejor con este tipo de personas.
En cuanto a la sargento, tras una verborrea completamente innecesaria, resultó que cumplía con todas y cada unas de sus sospechas. En cuanto escuchó el comentario completamente de lugar que le lanzó al soldado raso, se le enervó la sangre, su ceño se frunció y no pudo evitar hacer una mueca.
-A zu orden mi sargento- y le repliqué como si de una campana se tratará, con un tono ronco como el de un matón de callejón de mala muerte que se mataba a fumar malboros y un acento aún más cerrado.
Iba justo a detener a su compañera de cargar la carga cuando el viejito le interrumpió, para evitar que el sargento bribón se diera el gusto cuando el viejito intercedió en la situación, si bien el suboficial volvió a ser parco en palabras, en ocasiones como aquellas las acciones significaban más un baño de humildad.
Luego, se giró para predicar con el ejemplo, pero vio como la joven hombre-pez se enfiló hacia la carga restante y la levanto en volandas como si no pesará nada, el gesto de sorpresa que hice fue genuino. Ya que al contrario que su complexión musculada, y de la cual era esperable de ese tipo de proezas, la niña no aparentaba esa monstruosa fuerza física, aunque si le daba un segundo pensamiento las leyendas decían que los seres del fondo del mar solían contar con fuerza varias veces superior a la de un humano promedio, por lo que al final del día puede que aquello no resultará tan extraño.
Fuera como fuese, se había quedado sin maletas con las que cargar, ya que un viejo y una niña se le había adelantado, por lo que poniendo brazos en jarra se encontró en un pequeño limbo existencial. En lo que salía de su estupor, un carruaje oscuro irrumpió en el puerto y la sargento enfilo directa hacia él. En lo que se presentaban, me limité a terminar de subir algunas de las cargas restantes con el resto de la tropa, por lo que en un único viaje ya se terminó de subir todas las provisiones, después de todo éramos al menos una veintena de personas trabajando a destajo.
A la que volvía al puerto en búsqueda de algo en lo que trabajar, se fijó en el tipo feúcho del carruaje, era un tipo feúcho de aspecto rechoncho e incluso cómico, su aspecto le recordaba al de un agente del gobierno, aunque por sus palabras debía de tratarse más de un gánster que de otra cosa. Andaba hablando con la sargento Bribón, y por lo que alcanzaba a escuchar le daba la sensación de que debían de tener algún tipo de relación previa, fuera como fuese tampoco era algo de su incumbencia, en lo que a él le respectaba se puso al lado del perroflauta que iba a ser su jefe, que andaba a pie de puerto esperando a la sargento y coordinando el operativo.
Tras que la sargento terminará la cháchara sin mucha trascendencia, esta emergió con una maleta. Fue entonces cuando un pensamiento impuro atravesó mi cabeza, aguarde a que la mujer terminará a dirigirse a suboficial para ejecutar su diabólico plan acabo.
-Si me permite, mi sargento- dije extendiendo la mano para recoger la maleta -No debería dejar que una mujer cargue maletas pesadas, mucho menos una superior de como usteh- dijo con su particular gracia típica del sur, con un tono servicial y carismático que lo definía.
Tenía dudas de que la mujer le dejará la mercancía, o de que su jefe intercediera a su favor en caso de que esta se negará, pero en el caso de que lo hiciera, tomaría la maleta con seguridad y mucho mimo, tratando de estimar cuanto pesaba esta y si podía intuir su interior por el ruido que hacía esta. Independientemente de que esto se cumpliera o no, acompañaría a sus jefes en el más estricto silencio, cargando o no la mercancía hasta al contendor metálico u hasta donde sus superiores le permitieran, observando a su paso el barco y tratando de familiarizarse con su distribución, algo que sería de vital importancia más adelante. Y estando atento a los rostros con los que se cruzaba, por si veía alguno que no coincidía con lo que había visto en el puerto, después de todo no podía permitirse polizones a bordo.
-Con su permiso- diría haciendo el saludo marcial y marchándose a examinar el resto del barco, dispuesto a terminar la tarea de examinar todo lo que le fuera posible del interior del barco antes de que este zarpara, después de todo, era el punto más fácil en el que uno podía colarse en el barco, o al menos es lo que él habría intentado hacer en sus tiempos de buscavidas. En caso de que encontrará algo o alguien indebido, daría la voz de alarma, antes de enfrentarlo.
Una vez que el barco hubiera zarpado y hubiera terminado aquella búsqueda que con suerte sería estéril volvería a buscar a su fumador de crack de confianza, aunque esta vez procuraría ir saludándose y presentándose al resto de la tripulación de la que se encontrará dando a cada uno de los viajeros una de sus estampitas de la virgen del Carmen, patrona de Loguetown, de las cuales se había ido aprovisionando antes de salir. Las estampitas puede que no fueran, nada más allá de un suvenir para aquellos viajeros, pero el realizar aquel regalo con sus compañeros de viaje le resultaba reconfortante al mismo tiempo que servía para confraternizar con sus compañeros.
-Suboficial Gallardo- saludaría, confundiéndose sin malicia con el nombre -Masao Toduro, vengo a presentar mis servicios- arrancaría antes de comentar que efectivamente no había encontrado nada en su patrulla -En Loguetown hasia mis servicios en la cosina, por lo que si usteh lo considerah puede asignarme ahí o en cualquier otra tarea que estime usteh- informó a su oficial, el cual ya debería estar acostumbrándose a su tono de voz -Si es así, infórmeme de que horarios va a querer seguir para desayunos, comidas y cenas- preguntaría en caso de que le pusieran al mando de los fogones, después de todo hasta donde se había enterado solo algunos civiles sabían cocinar.
Antes de despedirse le daría su respectiva estampita de la virgen, y enfilaría a hacer las tareas que le tocarán, con suerte podría estrenar el delantal de florecitas que le había enviado su hermana pequeña hacía unas pocas semanas.
En lo que respectaba al resto de jornada, se dedicaría a sus típicas tareas, aprovechando la hora de la comida para presentarse formalmente al resto de compañeros, en especial al viejito, a la mujer pez, a la chica mona, al rebelde y en menor medida al perroflauta.
-Pos yo me llamo Masao Toduro, nasi en el barrio de treh Hermana en la isla de Malbuena, encantado de conoseroh- se presentaría a la que les servía el desayuno en la mesa de oficiales y se sentaba con ellos -Y vosotros de donde venih- preguntó al grupo, con un poco de suerte arrancaría algo más de cuatro palabras al viejo. Fuera como fuera, esperaba que a lo largo del desayuno y de la comida averiguara algo más de aquella extraña brigada.
El resto de la jornada paso sin pena ni gloría, ocupado con los quehaceres típicos de un barco o una cocina. No fue hasta que una sonora voz de alarma y una campana que lo alertaron de salir a cubierta, sin quitarme mi rosado y colorido delantal, salí a cubierta, avisado por un soldado que había enviado el hippie a buscarme.
Al parecer un barco había aparecido por el horizonte y nadie tenía muy claras sus intenciones, ubicando donde sus superiores le indicarán, y con todavía algunas de sus herramientas en el bolsillo del delantal que no había tenido más remedio que guardar ahí, se dispuso a hacer gala de lo que estaban hechos los marines del G-31.
En cuanto a la sargento, tras una verborrea completamente innecesaria, resultó que cumplía con todas y cada unas de sus sospechas. En cuanto escuchó el comentario completamente de lugar que le lanzó al soldado raso, se le enervó la sangre, su ceño se frunció y no pudo evitar hacer una mueca.
-A zu orden mi sargento- y le repliqué como si de una campana se tratará, con un tono ronco como el de un matón de callejón de mala muerte que se mataba a fumar malboros y un acento aún más cerrado.
Iba justo a detener a su compañera de cargar la carga cuando el viejito le interrumpió, para evitar que el sargento bribón se diera el gusto cuando el viejito intercedió en la situación, si bien el suboficial volvió a ser parco en palabras, en ocasiones como aquellas las acciones significaban más un baño de humildad.
Luego, se giró para predicar con el ejemplo, pero vio como la joven hombre-pez se enfiló hacia la carga restante y la levanto en volandas como si no pesará nada, el gesto de sorpresa que hice fue genuino. Ya que al contrario que su complexión musculada, y de la cual era esperable de ese tipo de proezas, la niña no aparentaba esa monstruosa fuerza física, aunque si le daba un segundo pensamiento las leyendas decían que los seres del fondo del mar solían contar con fuerza varias veces superior a la de un humano promedio, por lo que al final del día puede que aquello no resultará tan extraño.
Fuera como fuese, se había quedado sin maletas con las que cargar, ya que un viejo y una niña se le había adelantado, por lo que poniendo brazos en jarra se encontró en un pequeño limbo existencial. En lo que salía de su estupor, un carruaje oscuro irrumpió en el puerto y la sargento enfilo directa hacia él. En lo que se presentaban, me limité a terminar de subir algunas de las cargas restantes con el resto de la tropa, por lo que en un único viaje ya se terminó de subir todas las provisiones, después de todo éramos al menos una veintena de personas trabajando a destajo.
A la que volvía al puerto en búsqueda de algo en lo que trabajar, se fijó en el tipo feúcho del carruaje, era un tipo feúcho de aspecto rechoncho e incluso cómico, su aspecto le recordaba al de un agente del gobierno, aunque por sus palabras debía de tratarse más de un gánster que de otra cosa. Andaba hablando con la sargento Bribón, y por lo que alcanzaba a escuchar le daba la sensación de que debían de tener algún tipo de relación previa, fuera como fuese tampoco era algo de su incumbencia, en lo que a él le respectaba se puso al lado del perroflauta que iba a ser su jefe, que andaba a pie de puerto esperando a la sargento y coordinando el operativo.
Tras que la sargento terminará la cháchara sin mucha trascendencia, esta emergió con una maleta. Fue entonces cuando un pensamiento impuro atravesó mi cabeza, aguarde a que la mujer terminará a dirigirse a suboficial para ejecutar su diabólico plan acabo.
-Si me permite, mi sargento- dije extendiendo la mano para recoger la maleta -No debería dejar que una mujer cargue maletas pesadas, mucho menos una superior de como usteh- dijo con su particular gracia típica del sur, con un tono servicial y carismático que lo definía.
Tenía dudas de que la mujer le dejará la mercancía, o de que su jefe intercediera a su favor en caso de que esta se negará, pero en el caso de que lo hiciera, tomaría la maleta con seguridad y mucho mimo, tratando de estimar cuanto pesaba esta y si podía intuir su interior por el ruido que hacía esta. Independientemente de que esto se cumpliera o no, acompañaría a sus jefes en el más estricto silencio, cargando o no la mercancía hasta al contendor metálico u hasta donde sus superiores le permitieran, observando a su paso el barco y tratando de familiarizarse con su distribución, algo que sería de vital importancia más adelante. Y estando atento a los rostros con los que se cruzaba, por si veía alguno que no coincidía con lo que había visto en el puerto, después de todo no podía permitirse polizones a bordo.
-Con su permiso- diría haciendo el saludo marcial y marchándose a examinar el resto del barco, dispuesto a terminar la tarea de examinar todo lo que le fuera posible del interior del barco antes de que este zarpara, después de todo, era el punto más fácil en el que uno podía colarse en el barco, o al menos es lo que él habría intentado hacer en sus tiempos de buscavidas. En caso de que encontrará algo o alguien indebido, daría la voz de alarma, antes de enfrentarlo.
Una vez que el barco hubiera zarpado y hubiera terminado aquella búsqueda que con suerte sería estéril volvería a buscar a su fumador de crack de confianza, aunque esta vez procuraría ir saludándose y presentándose al resto de la tripulación de la que se encontrará dando a cada uno de los viajeros una de sus estampitas de la virgen del Carmen, patrona de Loguetown, de las cuales se había ido aprovisionando antes de salir. Las estampitas puede que no fueran, nada más allá de un suvenir para aquellos viajeros, pero el realizar aquel regalo con sus compañeros de viaje le resultaba reconfortante al mismo tiempo que servía para confraternizar con sus compañeros.
-Suboficial Gallardo- saludaría, confundiéndose sin malicia con el nombre -Masao Toduro, vengo a presentar mis servicios- arrancaría antes de comentar que efectivamente no había encontrado nada en su patrulla -En Loguetown hasia mis servicios en la cosina, por lo que si usteh lo considerah puede asignarme ahí o en cualquier otra tarea que estime usteh- informó a su oficial, el cual ya debería estar acostumbrándose a su tono de voz -Si es así, infórmeme de que horarios va a querer seguir para desayunos, comidas y cenas- preguntaría en caso de que le pusieran al mando de los fogones, después de todo hasta donde se había enterado solo algunos civiles sabían cocinar.
Antes de despedirse le daría su respectiva estampita de la virgen, y enfilaría a hacer las tareas que le tocarán, con suerte podría estrenar el delantal de florecitas que le había enviado su hermana pequeña hacía unas pocas semanas.
En lo que respectaba al resto de jornada, se dedicaría a sus típicas tareas, aprovechando la hora de la comida para presentarse formalmente al resto de compañeros, en especial al viejito, a la mujer pez, a la chica mona, al rebelde y en menor medida al perroflauta.
-Pos yo me llamo Masao Toduro, nasi en el barrio de treh Hermana en la isla de Malbuena, encantado de conoseroh- se presentaría a la que les servía el desayuno en la mesa de oficiales y se sentaba con ellos -Y vosotros de donde venih- preguntó al grupo, con un poco de suerte arrancaría algo más de cuatro palabras al viejo. Fuera como fuera, esperaba que a lo largo del desayuno y de la comida averiguara algo más de aquella extraña brigada.
El resto de la jornada paso sin pena ni gloría, ocupado con los quehaceres típicos de un barco o una cocina. No fue hasta que una sonora voz de alarma y una campana que lo alertaron de salir a cubierta, sin quitarme mi rosado y colorido delantal, salí a cubierta, avisado por un soldado que había enviado el hippie a buscarme.
Al parecer un barco había aparecido por el horizonte y nadie tenía muy claras sus intenciones, ubicando donde sus superiores le indicarán, y con todavía algunas de sus herramientas en el bolsillo del delantal que no había tenido más remedio que guardar ahí, se dispuso a hacer gala de lo que estaban hechos los marines del G-31.