Atlas
Nowhere | Fénix
21-09-2024, 09:21 PM
Desde las alturas pude apreciar cómo el incendio por fin se extinguía. Después de mantener a raya la expansión del mismo, había permanecido en lo alto unos minutos para descubrir cualquier camino que el fuego intentase abrirse para seguir destruyendo. Sin embargo, el excelente trabajo de Camille, Ray y Taka había sido capaz de controlarlo tras no pocos esfuerzos. Sí, aquello había quedado reducido al mal menor, pero eso no implicaba que dejase de ser un mal.
Observé todas las instalaciones desde lo alto. Los puntos más alejados lucían igual que siempre, aparentemente ajenos al caos y la destrucción que habían inundado durante largos minutos la base del G-31 en Loguetown. El ala este se mostraba devastada, reducida a cenizas y escombros. Como pequeñas y atareadas hormigas, contemplé a los marines que, bajo mi posición, ultimaban las tareas de sofocación del incendio y se sentaban a descansar. En la zona aledaña al área este, el hollín y las cenizas habían impregnado los muros, dejando un tatuaje sobre la piel del cuartel que nunca podría ser borrado del todo. El ala este sería reconstruida, los almacenes rellenados de nuevo y los campos de entrenamiento puestos en pie una vez más, pero no serían los mismos. Quien deambulase por allí en el futuro sabía que toda esa zona había sido pasto de las llamas, que un grupo de delincuentes se había conseguido reír en nuestra cara no sólo una, sino dos veces seguidas.
Iracundo y frustrado por igual, me precipité en picado desde las alturas para expandir mis alas cuan largas eran poco antes de llegar al suelo. Las llamas azuladas fueron disminuyendo en potencia y tamaño, menguando y reduciéndose hasta consumirse por completo y dejar mi cuerpo humano expuesto. Aterricé con suavidad en el extremo del incendio opuesto a la posición que ocupaban mis compañeros. Allí abajo el panorama mostraba la derrota con más claridad si cabía. Si bien no había llamas, el calor seguía reinando en la zona y el humo lanzado por los últimos rescoldos antes de consumirse por completo emergía de entre los escombros. Pequeñas columnas oscuras cargadas de derrota y abatimiento levitaban hasta difuminarse en lo alto.
Atravesé la zona, pisando piedras, trozos de madera ennegrecida y fragmentos de metal. Con las manos en los bolsillos, la cabeza baja y la moral en rompan filas, me tomé mi tiempo para cruzar el área que antes había ocupado el ala este. Propinaba patadas suaves hacia los lados a todo aquel objeto que se interponía en mi camino, dejando al descubierto más restos tras cada uno de los golpes.
Llegué a la posición de mis compañeros justo en el momento en que Taka se intentaba hacer responsable de todo lo sucedido. Se me ocurrieron un par de cosas que decirle, pero los demás se adelantaron a mí y le dejaron las cosas o más claras de lo que iba a hacerlo yo. A Shawn no le miré. No por animadversión, odio o resentimiento, no. Aquélla fuese quizás la única vez que el calvo habría estado en su derecho de ponernos de inútiles para arriba. Nos habíamos dejado engañar hasta en dos ocasiones por pistas falsas que nos habían alejado del objetivo real. Nuestra incompetencia había permitido que la base fuese atacada sin piedad y una de sus alas reducidas a escombros. Sin embargo, hasta la persona que menos apego nos tenía dejaba de lado cualquier ataque y, a su manera, intentaba darnos ánimos. No, no le miré por vergüenza.
—Pues... creo que tenía seis años cuando me comí esa fruta —respondí a mis compañeros tras, una vez se hubo marchado el calvo, dejarme caer sobre un trozo de cubierta metálica que se había desprendido de a saber dónde durante el incendio—. En realidad lleva conmigo casi toda la vida, pero el tipo que me la dio me advirtió de que había muchas personas que querían hacerse con ese poder y que podría convertirme en su objetivo. Digamos que la he estado guardando hasta que ha sido verdaderamente necesaria y soy capaz de defenderme por mí mismo, como me dijo ese hombre en su momento. Unas horas después tenía una bala metida en la cabeza.
Hice una pausa, dejándome caer cual largo era sobre la cubierta y dirigiendo la mirada hacia el cielo. Tanto tiempo buscando la ausencia de obligaciones o responsabilidades, eludiendo cualquier tarea o entrenamiento que me fuera posible y, sin embargo, en esos momentos sólo quería formar un grupo de ataque y remover cielo y tierra. ¿Para qué? Para localizar a esos tipos y hacerles pagar por lo que habían hecho. Pero no, debía calmarme. Hasta el más imbécil sabía que las decisiones tomadas en caliente solían ser las que peores resultados producían. Con parte de la base consumida por las llamas, estábamos en un momento de especial fragilidad. Debíamos reagruparnos, hacernos fuertes de nuevo y volver a la carga con ánimos renovados y más poder que nunca. Sin que sirviera de precedente, era momento de empezar a trabajar para conseguir la victoria.
Observé todas las instalaciones desde lo alto. Los puntos más alejados lucían igual que siempre, aparentemente ajenos al caos y la destrucción que habían inundado durante largos minutos la base del G-31 en Loguetown. El ala este se mostraba devastada, reducida a cenizas y escombros. Como pequeñas y atareadas hormigas, contemplé a los marines que, bajo mi posición, ultimaban las tareas de sofocación del incendio y se sentaban a descansar. En la zona aledaña al área este, el hollín y las cenizas habían impregnado los muros, dejando un tatuaje sobre la piel del cuartel que nunca podría ser borrado del todo. El ala este sería reconstruida, los almacenes rellenados de nuevo y los campos de entrenamiento puestos en pie una vez más, pero no serían los mismos. Quien deambulase por allí en el futuro sabía que toda esa zona había sido pasto de las llamas, que un grupo de delincuentes se había conseguido reír en nuestra cara no sólo una, sino dos veces seguidas.
Iracundo y frustrado por igual, me precipité en picado desde las alturas para expandir mis alas cuan largas eran poco antes de llegar al suelo. Las llamas azuladas fueron disminuyendo en potencia y tamaño, menguando y reduciéndose hasta consumirse por completo y dejar mi cuerpo humano expuesto. Aterricé con suavidad en el extremo del incendio opuesto a la posición que ocupaban mis compañeros. Allí abajo el panorama mostraba la derrota con más claridad si cabía. Si bien no había llamas, el calor seguía reinando en la zona y el humo lanzado por los últimos rescoldos antes de consumirse por completo emergía de entre los escombros. Pequeñas columnas oscuras cargadas de derrota y abatimiento levitaban hasta difuminarse en lo alto.
Atravesé la zona, pisando piedras, trozos de madera ennegrecida y fragmentos de metal. Con las manos en los bolsillos, la cabeza baja y la moral en rompan filas, me tomé mi tiempo para cruzar el área que antes había ocupado el ala este. Propinaba patadas suaves hacia los lados a todo aquel objeto que se interponía en mi camino, dejando al descubierto más restos tras cada uno de los golpes.
Llegué a la posición de mis compañeros justo en el momento en que Taka se intentaba hacer responsable de todo lo sucedido. Se me ocurrieron un par de cosas que decirle, pero los demás se adelantaron a mí y le dejaron las cosas o más claras de lo que iba a hacerlo yo. A Shawn no le miré. No por animadversión, odio o resentimiento, no. Aquélla fuese quizás la única vez que el calvo habría estado en su derecho de ponernos de inútiles para arriba. Nos habíamos dejado engañar hasta en dos ocasiones por pistas falsas que nos habían alejado del objetivo real. Nuestra incompetencia había permitido que la base fuese atacada sin piedad y una de sus alas reducidas a escombros. Sin embargo, hasta la persona que menos apego nos tenía dejaba de lado cualquier ataque y, a su manera, intentaba darnos ánimos. No, no le miré por vergüenza.
—Pues... creo que tenía seis años cuando me comí esa fruta —respondí a mis compañeros tras, una vez se hubo marchado el calvo, dejarme caer sobre un trozo de cubierta metálica que se había desprendido de a saber dónde durante el incendio—. En realidad lleva conmigo casi toda la vida, pero el tipo que me la dio me advirtió de que había muchas personas que querían hacerse con ese poder y que podría convertirme en su objetivo. Digamos que la he estado guardando hasta que ha sido verdaderamente necesaria y soy capaz de defenderme por mí mismo, como me dijo ese hombre en su momento. Unas horas después tenía una bala metida en la cabeza.
Hice una pausa, dejándome caer cual largo era sobre la cubierta y dirigiendo la mirada hacia el cielo. Tanto tiempo buscando la ausencia de obligaciones o responsabilidades, eludiendo cualquier tarea o entrenamiento que me fuera posible y, sin embargo, en esos momentos sólo quería formar un grupo de ataque y remover cielo y tierra. ¿Para qué? Para localizar a esos tipos y hacerles pagar por lo que habían hecho. Pero no, debía calmarme. Hasta el más imbécil sabía que las decisiones tomadas en caliente solían ser las que peores resultados producían. Con parte de la base consumida por las llamas, estábamos en un momento de especial fragilidad. Debíamos reagruparnos, hacernos fuertes de nuevo y volver a la carga con ánimos renovados y más poder que nunca. Sin que sirviera de precedente, era momento de empezar a trabajar para conseguir la victoria.