Percival Höllenstern
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22-09-2024, 02:49 PM
(Última modificación: 22-09-2024, 02:52 PM por Percival Höllenstern.)
Día 24 del verano del 724
Aún me resultaba extraño haberme librado del yugo de la Hyozan, la banda criminal que habían sido mis tutores en el arte del asesinato, la infiltración y la supervivencia durante hacía tantos años. Ellos, al igual que otrora fueron los Nobles Mundiales, suponían un grillete al cuello para mis ambiciones y en general para la vida de cualquiera.
Cuando la banda me reclutó, apenas era un chaval tímido y traumatizado por las circunstancias que me habían llevado a Grey Terminal, huyendo del influjo de mis captores, aquellos con quienes curiosamente comparto recuerdos sumamente lejanos de prosperidad, quizá fruto del delirio de una infancia perdida...
Aquella noche en Grey Terminal el hedor a cenizas y escombros lo llenaba todo. Las luces parpadeantes de los fuegos que ardían en la distancia apenas iluminaban los pasadizos estrechos y retorcidos de basura donde reinaba el caos. Mi objetivo, Tenji, un hombre al que la Hyozan consideraba una amenaza, estaba allí, esperando sin saber que venía por él, sin prisa y observando más allá de lo que su mirada revelaba.
Cuando lo encontré, sentado entre montones de chatarra, su rostro sereno me descolocó. Sabía que era ciego, pero lo que no esperaba era el aire de tranquilidad que lo envolvía, como si hubiera anticipado mi llegada desde mucho antes de que yo lo supiera.
—¿Por qué sigues haciéndolo? —su voz rompió el silencio mientras mi mano se deslizaba hacia la empuñadura de mi daga.
Me quedé quieto. No era la primera vez que un objetivo intentaba hablar antes de su fin, pero había algo en su tono, una calma que me desconcertó.
—Simplemente es un trabajo —respondí, seco, mientras tomaba mis armas, con cierta sorpresa, sabiendo que aquel no sería un combate simple.
Tenji inclinó la cabeza, como si pudiera ver más allá de mis palabras, como si hubiera entendido algo simplemente por atisbar algo dentro de mí, pero aun sin tornarse completamente hacia mi ubicación, solo apoyándose en su bastón de madera arcaica.
—Tú sabes que no es solo eso. No eres un hombre de la Hyozan. Ellos te utilizan... —Sus dedos rozaron la tierra, como si leyera el suelo con sus manos. —¿Cuánto tiempo más crees que soportarás esas cadenas? — susurró con cierta carraspera y una sonrisa que podía verse solo parcialmente desde mi punto de vista.
¿Qué demonios le pasaba a todo el mundo? Esa era la pregunta que se repetía, incesante, como un eco maldito en cada interacción, en cada rincón oscuro de mi mente. La Hyozan, al principio, la entendí como un simple medio para sobrevivir, una herramienta para escalar desde el fango en el que me encontraba. Pero, con el tiempo, algo más profundo empezó a enraizarse en mi interior. Los lazos que nunca tuve, los vínculos que me fueron arrebatados, comenzaron a encontrar un perverso reflejo en aquella banda. ¿Era eso lo que me empujaba a tenerlos en cuenta como una familia? ¿Una necesidad basal de pertenencia, de ocupar un lugar en el mundo?
Y entonces, la pregunta inevitable surgió en mi mente: ¿me había aferrado tanto a esa idea que ahora creía que debía medrar dentro de ella, como si fuese lo único que me quedaba?
—No hablo en metáforas —añadió en aquellos instantes de plena pesquisa, un leve susurro que se hundió en mi pecho—. Yo te ofrezco una salida. La Revolución lucha por algo más que el oro o el poder. Luchamos para que hombres como tú nunca más sean esclavos— finalizó con un gesto noble que me invitaba a sentarme a su lado.
La decisión de unirme a la Armada Revolucionaria no fue un acto impulsivo ni una revelación súbita. Fue más bien como una herida que se abría lentamente, desgarrando las fibras de mi ser hasta exponer lo que siempre estuvo ahí, oculto bajo capas de resentimiento y odio.
Había pasado años pensando que la venganza era mi único propósito, que el poder era el único lenguaje que podía hablar en un mundo gobernado por bestias disfrazadas de hombres. La Hyozan me había ofrecido eso: poder, control, una red en la que podía moverme como una sombra. Pero, ¿qué era ese poder en realidad? Otro yugo, solo que más sofisticado. No había escapado de los Nobles Mundiales para terminar siendo un peón de una banda criminal, aunque me convenciera de que yo los utilizaba a ellos.
Tenji, con su ceguera, había visto algo en mí que yo no quería reconocer: un vacío, un anhelo por algo más allá de las monedas de oro y las dagas ocultas. Su oferta me confrontó de una forma que ninguna batalla había logrado. ¿Qué significaba realmente la libertad? No la que me habían vendido mis captores ni la que me ofrecía la Hyozan, sino una que implicaba destruir el sistema que nos había condenado a todos desde el principio. Esa era una idea que resonaba en lo más profundo de mi alma.
Por años, había creído que solo podría encontrar redención a través de la sangre de mis enemigos, pero la Revolución me ofrecía otra forma de lucha. Una que no se trataba solo de venganza, sino de cambio. Un cambio que podría liberar no solo a mí, sino a todos aquellos que, como yo, vivían encadenados a un destino impuesto por otros. Unirme a ellos no era una cuestión de lealtad ni de principios idealistas; era la única manera de romper definitivamente las cadenas que aún me mantenían atado, y quizá con suerte, voltear las tornas del status quo.
Así que allí me encontraba, rememorando la razón por la cual me había unido a un ejército idealista y casi puritano; algo que aún se me hacía totalmente ajeno y me producía cierta contradicción. Mis métodos quizá no eran los más apropiados para la causa, pero ciertamente mis habilidades le podrían ser útiles a esta Revolución.
Mi primera misión oficial, Isla de Oykot. ¿Razón? La liberación del pueblo llano de sus gobernantes opresores. Algo me decía que sería todo un reto.
El primer desafío llegó a la hora de reunirme con mi contacto, un hombre, si se le podía llamar así, que me esperaba en una taberna.
Tofun, un Tontatta recio, cascarrabias y gran bebedor, compartió unas jarras conmigo mientras, de manera velada, me compartía información de una manera inteligente que se basaba en alegorías y símiles, mientras sincronizábamos la frecuencia de nuestros Den Den Mushi.
Básicamente, la artimaña me ubicaría en la Central Eléctrica de Oykot, lugar donde comenzaría mi papel del golpe.
Huelga decir que aquella noche se dilató más de lo que me hubiera gustado, pues era difícil seguirle el rumbo a aquel hombre en lo a que bebida se refería.
Retirándome tras una casi cogorza que inteligentemente palié con pausas donde filtraba el alcohol ingerido con agua, retorné a la vieja posada portuaria encontrando marcas por ciertos lugares de la ciudad que parecían algo recientes a juzgar por la incisión en la madera y sonreí tras ello, pues entendí que la noche de hoy era la predecesora, la calma antes de la tormenta y que se estaba gestando un movimiento inteligente.
Una vez hube llegado al camastro que se encontraba en mi habitación del lugar donde me alojaba, donde el salitre se amontonaba en cada rincón del lugar y ofrecía un aroma entre fresco y húmedo, preparé mis armas y útiles a conciencia para finalmente virar hacia el mundo de los sueños.
[i]Día 25 del verano del 724[/i]
Me levanté temprano en la mañana, concienciado y presto para ducharme y despegarme de todo aquel calor húmedo que se formaba en la habitación en la cual me alojaba.
Como si un viajero más fuera, me atavié con mi ropa común, pero añadí un manto gris grande por encima, cuya capucha tapaba la mayor parte de mis rasgos y me ofrecía cobertura tanto para mi identidad como para almacenar las armas y útiles que portaba y con los cuales me había hecho como preparación previa a la misión, e iban situados en el interior de mi chaqueta, o, en los casos más amplios como la cuerda, anillados a mi cintura como si fuera un fajín, algo que me ofrecía la suficiente comodidad para cualquier situación y además la accesibilidad que tanto me gustaba en aquel tipo de situaciones peliagudas.
En una taberna marinera, próxima al lugar que me había servido de dormitorio, desayuné unos Onigiri que sentaron a gloria, mientras afinaba todavía mis últimos retazos de sueño por medio de una bebida gaseosa que realizaba cosquillas en el paladar casi de manera cómica. Pequeños placeres de los cuales disfrutaba, ya que de donde yo venía, esto significaba solo un lujo. Agradecí esos minutos en silencio y los tomé casi como un pequeño ritual para concienciarme de lo que tenía que hacer.
Después de ese desayuno reparador y vigorizante, pagué la cuenta con la discreción que me caracteriza. No dejé ni una mirada detrás. Las tabernas en lugares como ese no solían hacer preguntas, pero era mejor no tentar a la suerte, y quizá aquello era fruto de la supervivencia que me caracteriza.
Con el estómago lleno y la mente despejada, crují mis dedos mediante la presión del propio pulgar, como si ello supusiera un ritual para poner pies en polvorosa.
Me deslicé por las calles estrechas, donde el bullicio de la mañana empezaba a despertar, pero yo ya había dejado de ser parte de ese paisaje. Con el manto gris cubriendo cada rasgo reconocible, me convertí en una sombra más entre los transeúntes, un mero viajero errante.
El plan había sido trazado meticulosamente; la Central Eléctrica era mi objetivo. Un lugar de importancia estratégica, no solo para los que controlaban la zona, sino también para cualquier intento de subvertir su poder. La única ventaja real que tenía era el conocimiento de los tejados de la ciudad. Desde allí, la vista sería clara, y la posición, segura.
Me deslicé por un callejón lateral, uno de esos pasajes oscuros y malolientes que rara vez son transitados. El edificio a mi derecha tenía un saliente funcional, así que por medio de la cuerda y el garfio, subirla fue cuestión de minutos.
El hierro crujía levemente bajo mi peso, pero conocía bien cómo moverme para evitar el ruido innecesario. Una vez en el tejado, me sentí libre, como si el cielo gris y la brisa marina me hubieran dado una nueva perspectiva.
Desde ahí arriba, la ciudad parecía diferente. Las calles, que momentos antes me habían parecido opresivas, ahora eran meras líneas sinuosas bajo mis pies. La gente, ocupada en sus quehaceres matutinos, apenas reparaba en la existencia de quienes observábamos desde las alturas.
Moviéndome con agilidad por los tejados, pronto alcancé una posición ventajosa. La Central Eléctrica de Oykot se alzaba en la distancia.
La electricidad que corría por sus entrañas era el corazón de la ciudad, y controlarla o desarticularla, suponía una de las claves para cualquier operación que pretendiera subvertir el orden establecido.
Me agaché detrás de una chimenea cercana, sacando un catalejo pequeño y compacto que llevaba colgado al cinto, junto a la cuerda y otros útiles que había traído. A través del cristal, pude ver los detalles de la estructura. Nada que no pudiera manejar, pero sabía que la fuerza bruta no sería suficiente. Inteligencia, paciencia... esos eran los recursos que realmente marcaban una diferencia loable.
Guardé el catalejo y me quedé observando en silencio, mi mano acariciando la empuñadura de uno de mis cuchillos, no como una amenaza, sino como un recordatorio de lo que estaba por venir. La espera era una parte tan crucial como la acción. Mis oídos estaban atentos a cualquier señal, cualquier comunicación de Den Den Mushi que indicara que el momento de actuar se acercaba. Desde esa posición, podría observar y estudiar cada movimiento sin ser detectado.