Octojin
El terror blanco
22-09-2024, 04:01 PM
Mientras Octojin caminaba por los pasillos del cuartel, se sumergía en sus pensamientos. Algo rondaba su cabeza desde hacía tiempo: su incapacidad para leer. Sabía que, eventualmente, tendría que contarle aquella historia tan preocupante para él a su brigada. Después de todo, era solo cuestión de tiempo antes de que alguien más, como Camille, se diera cuenta de sus constantes titubeos al respecto. Su comportamiento reciente lo delataba; cada vez que le entregaba una hoja, ella lo miraba con recelo, como si esperara que descubriera algo evidente que él simplemente no podía descifrar. Pero de momento era una batalla perdida contra su orgullo. El escualo no era muy dado a confesar debilidades, y menos una tan claramente humillante para él como aquella.
Mientras reflexionaba, el tiburón continuaba su búsqueda del cartero. Había preguntado a varios marines por su paradero, y aunque muchos parecían quedarse impresionados ante su imponente figura, finalmente uno de ellos le dio la dirección correcta. La base marina aún no estaba acostumbrada a tener a un gyojin entre sus filas, y aunque Octojin entendía que llevaría tiempo, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar.
Llegó a la puerta de la habitación del cartero y lo primero que le llamó la atención fue lo que parecía un hecho insignificante: la puerta estaba cerrada con llave. Eso no era algo común entre los marines rasos, cuyas habitaciones generalmente estaban abiertas o, como mucho, cerradas pero sin llave. Luego notó la música alta que resonaba desde dentro, lo cual era extraño, y apenas tocó la puerta, escuchó un ruido: papeles siendo movidos y lo que parecía un mueble arrastrado.
El gyojin esperó pacientemente, pero no dejaba de pensar que algo estaba mal. No tardó en escuchar la voz del cartero desde dentro, confirmando que estaba ahí y que pronto le abriría. Aunque ese pronto era relativo. Tardó unos segundos que se hicieron eternos y no hicieron más que aumentar las sospechas del escualo.
Finalmente, la puerta se abrió, y allí estaba el cartero, vestido con una camiseta de tirantes. Lo que le sorprendió a Octojin no fue tanto la apariencia relajada del hombre, sino el hecho de que parecía menos nervioso que antes, lo que contrastaba con sus sospechas de que algo se cocía allí.
¿De qué demonios estaba hablando aquél humano? Octojin se quedó perplejo ante las primeras palabras del cartero. Claramente, no entendía a qué se refería, pero decidió no darle importancia de momento. Quizá estaba esperando otra orden de la Marina y se había confundido, o simplemente había malentendido lo que hacía allí el tiburón.
Frunciendo el ceño e intentando ignorar lo último que había pasado, el habitante del mar invitó al humano a acompañarle, algo que este aceptó. Parecía algo confuso, o esas eran las sensaciones que él gyojin percibía.
El cartero se dio la vuelta para ir a ponerse el uniforme, y Octojin vio su oportunidad. Ingresó en la habitación con cuidado, observando cada detalle. El primer olor que golpeó sus sentidos fue lo que parecía un perfume de mujer, algo que le alertó de inmediato. Él no era muy de perfumes, pero estaba harto de olerlos por el cuartel, así que aquél tono afrutado lo asociaba más a una mujer que a un hombre. Las reglas del cuartel prohibían estrictamente traer civiles, y mucho menos para mantener relaciones íntimas, a las habitaciones.
Cerró la puerta tras él, asegurándose de que nadie más entrara, y giró la llave, que posteriormente se guardó en el bolsillo.
—Sabes que está estrictamente prohibido traer mujeres al cuartel, ¿verdad? —preguntó en voz baja, mientras sus ojos inspeccionaban la habitación con cautela.
Se dirigió hacia la mesita de noche, centrándose en los cajones. Si había papeles ocultos, ese sería un buen lugar para guardarlos. Los abriría uno por uno, moviendo los objetos que encontrase dentro, en busca de algo sospechoso. Una vez terminase, y aún con el ruido que había oído antes, como el arrastrar de un mueble, rondando en su cabeza, volvería a ojear la habitación.
Entonces, utilizaría su instinto de carpintero para que le guiase hacia un mueble más grande. Si lo encontraba, se detendría un momento, analizando la estructura. Si podía moverlo lo movería, quizá el ruido que oyó tenía como intención esconder algo en la parte trasera. Pero su experiencia le decía que los muebles podían tener compartimentos ocultos, especialmente si alguien quería conservar algún secreto en él. Así que inspeccionaría el mueble con una u otra opción, e intentaría averiguar qué pasaba allí. Si encontraba algo, no dudaría en preguntar al cartero.
—Sí escondes algo, es el momento de decirlo. O de lo contrario, te meterás en un buen lío. —murmuraría con su agudo sentido de la observación activado.
Esperaba encontrar algo, o que el cartero confesara. Aquello parecía ser la típica situación donde había gato encerrado. Muchas pistas conducían a que el humano tenía algún tipo de secreto. La cuestión era si estaba relacionado con la muerte del marine. Y en cualquier caso, si su olfato de detective estaba apuntando bien, ¿sería suficiente el apoyo de su superior para montar la que había montado? Quizá le caería una bronca, pero esperaba que fuese menor, al fin y al cabo la sospecha estaba plantada.
Mientras reflexionaba, el tiburón continuaba su búsqueda del cartero. Había preguntado a varios marines por su paradero, y aunque muchos parecían quedarse impresionados ante su imponente figura, finalmente uno de ellos le dio la dirección correcta. La base marina aún no estaba acostumbrada a tener a un gyojin entre sus filas, y aunque Octojin entendía que llevaría tiempo, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar.
Llegó a la puerta de la habitación del cartero y lo primero que le llamó la atención fue lo que parecía un hecho insignificante: la puerta estaba cerrada con llave. Eso no era algo común entre los marines rasos, cuyas habitaciones generalmente estaban abiertas o, como mucho, cerradas pero sin llave. Luego notó la música alta que resonaba desde dentro, lo cual era extraño, y apenas tocó la puerta, escuchó un ruido: papeles siendo movidos y lo que parecía un mueble arrastrado.
El gyojin esperó pacientemente, pero no dejaba de pensar que algo estaba mal. No tardó en escuchar la voz del cartero desde dentro, confirmando que estaba ahí y que pronto le abriría. Aunque ese pronto era relativo. Tardó unos segundos que se hicieron eternos y no hicieron más que aumentar las sospechas del escualo.
Finalmente, la puerta se abrió, y allí estaba el cartero, vestido con una camiseta de tirantes. Lo que le sorprendió a Octojin no fue tanto la apariencia relajada del hombre, sino el hecho de que parecía menos nervioso que antes, lo que contrastaba con sus sospechas de que algo se cocía allí.
¿De qué demonios estaba hablando aquél humano? Octojin se quedó perplejo ante las primeras palabras del cartero. Claramente, no entendía a qué se refería, pero decidió no darle importancia de momento. Quizá estaba esperando otra orden de la Marina y se había confundido, o simplemente había malentendido lo que hacía allí el tiburón.
Frunciendo el ceño e intentando ignorar lo último que había pasado, el habitante del mar invitó al humano a acompañarle, algo que este aceptó. Parecía algo confuso, o esas eran las sensaciones que él gyojin percibía.
El cartero se dio la vuelta para ir a ponerse el uniforme, y Octojin vio su oportunidad. Ingresó en la habitación con cuidado, observando cada detalle. El primer olor que golpeó sus sentidos fue lo que parecía un perfume de mujer, algo que le alertó de inmediato. Él no era muy de perfumes, pero estaba harto de olerlos por el cuartel, así que aquél tono afrutado lo asociaba más a una mujer que a un hombre. Las reglas del cuartel prohibían estrictamente traer civiles, y mucho menos para mantener relaciones íntimas, a las habitaciones.
Cerró la puerta tras él, asegurándose de que nadie más entrara, y giró la llave, que posteriormente se guardó en el bolsillo.
—Sabes que está estrictamente prohibido traer mujeres al cuartel, ¿verdad? —preguntó en voz baja, mientras sus ojos inspeccionaban la habitación con cautela.
Se dirigió hacia la mesita de noche, centrándose en los cajones. Si había papeles ocultos, ese sería un buen lugar para guardarlos. Los abriría uno por uno, moviendo los objetos que encontrase dentro, en busca de algo sospechoso. Una vez terminase, y aún con el ruido que había oído antes, como el arrastrar de un mueble, rondando en su cabeza, volvería a ojear la habitación.
Entonces, utilizaría su instinto de carpintero para que le guiase hacia un mueble más grande. Si lo encontraba, se detendría un momento, analizando la estructura. Si podía moverlo lo movería, quizá el ruido que oyó tenía como intención esconder algo en la parte trasera. Pero su experiencia le decía que los muebles podían tener compartimentos ocultos, especialmente si alguien quería conservar algún secreto en él. Así que inspeccionaría el mueble con una u otra opción, e intentaría averiguar qué pasaba allí. Si encontraba algo, no dudaría en preguntar al cartero.
—Sí escondes algo, es el momento de decirlo. O de lo contrario, te meterás en un buen lío. —murmuraría con su agudo sentido de la observación activado.
Esperaba encontrar algo, o que el cartero confesara. Aquello parecía ser la típica situación donde había gato encerrado. Muchas pistas conducían a que el humano tenía algún tipo de secreto. La cuestión era si estaba relacionado con la muerte del marine. Y en cualquier caso, si su olfato de detective estaba apuntando bien, ¿sería suficiente el apoyo de su superior para montar la que había montado? Quizá le caería una bronca, pero esperaba que fuese menor, al fin y al cabo la sospecha estaba plantada.