Percival Höllenstern
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22-09-2024, 11:05 PM
(Última modificación: 22-09-2024, 11:06 PM por Percival Höllenstern.)
El aire en Grey Terminal siempre tiene ese toque agrio, una mezcla de polvo, ruina y desesperanza, como si las mismas entrañas de este lugar respiraran muerte. Mientras me deslizo entre los escombros, mi manto gris flota, ocultando lo que soy y lo que llevo conmigo. Observo desde las sombras, un hábito que nunca he perdido, incluso cuando no hay amenazas inmediatas. Pero hoy, algo es diferente. El silencio que suele reinar aquí ha sido roto por un sonido extraño, casi fuera de lugar: una guitarra.
Es un sonido alegre, vivo, casi imposible en este cementerio de desperdicios. Sigo el rastro de la música con cautela, mis pasos son ligeros, como si flotara entre los restos. Mi mano busca instintivamente la armónica en el bolsillo interior de mi abrigo. Es un objeto sencillo, pero tiene una utilidad que he aprendido a valorar con el tiempo. La música tiene una manera extraña de abrir puertas, y hoy podría necesitarla.
Al acercarme, lo veo. Un mink, uno de esos seres mitad bestia, mitad hombre, tocando con destreza su guitarra eléctrica. El contraste de su música animada con la desolación de Grey Terminal es casi grotesco, pero no puedo negar la habilidad de sus dedos. Alrededor de él, un grupo de niños lo observa con ojos brillantes, como si fuera el mismísimo adalid de la alegría. La inocencia de esos críos todavía no se ha apagado, a pesar del polvo y la ceniza que mancha sus rostros, algo que, no obstante, no tardaría en suceder.
Sin detener mi marcha, me llevo la armónica a los labios. Espero el momento justo, ese preciso instante en el que sus cuerdas necesitan algo más, una especie de compañero melódico. Y entonces soplo, dejando que las primeras notas llenen el aire, uniéndose a la canción que él ya ha empezado. Es una melodía simple, suave, pero efectiva. Algo que pueda entrelazarse con su guitarra sin pisarla, creando una armonía que ninguno de los presentes esperaba escuchar a pesar de no ser la persona más diestra en el arte de la música.
El mink levanta las orejas, notando mi presencia de inmediato. No se detiene, pero puedo ver cómo me busca con la mirada entre las sombras. Mientras dejo que la armónica descanse entre mis dedos y le dedico una mirada calculada, sigo sedente sobre un rincón cercano, casi con una mirada desafiante pero no necesariamente mala.
—No es frecuente encontrar algo vivo en este cementerio —digo, rompiendo el silencio entre nosotros, pero manteniendo el ritmo que todavía flota en el aire. Mis palabras salen con calma, como si formaran parte de la canción anteriormente interpretada, cortando el paso con mis palabras al sujeto. Me incorporo un segundo, observando su faz peluda.
Observo su reacción. El lobo se toma su tiempo antes de responder, pero no parece intimidado. Tampoco es que lo necesite; no soy un predador aquí, solamente un observador, un espectador al que le ha llamado la atención algo inusual en medio de la decadencia.
Mientras mantengo la armónica sujeta en mi mano, mis ojos se deslizan brevemente hacia los niños, ajenos a la tensión sutil entre nosotros, felices en su propia burbuja de música y distracción. Un espectáculo curioso. En cualquier otro lugar, sus risas serían una molestia, una distracción innecesaria en mi concentración. Pero aquí, en Grey Terminal, esas voces son como ecos de algo que hace mucho dejó de existir. Aquí, son la única señal de que la vida no ha sido totalmente sofocada.
—Interesante elección de escenario para un recital — comento, volviendo mi atención al mink, con un tono seco pero no completamente desprovisto de curiosidad. Alguien que toca con tanta pasión en un sitio como este… tiene que tener una razón.
Es un sonido alegre, vivo, casi imposible en este cementerio de desperdicios. Sigo el rastro de la música con cautela, mis pasos son ligeros, como si flotara entre los restos. Mi mano busca instintivamente la armónica en el bolsillo interior de mi abrigo. Es un objeto sencillo, pero tiene una utilidad que he aprendido a valorar con el tiempo. La música tiene una manera extraña de abrir puertas, y hoy podría necesitarla.
Al acercarme, lo veo. Un mink, uno de esos seres mitad bestia, mitad hombre, tocando con destreza su guitarra eléctrica. El contraste de su música animada con la desolación de Grey Terminal es casi grotesco, pero no puedo negar la habilidad de sus dedos. Alrededor de él, un grupo de niños lo observa con ojos brillantes, como si fuera el mismísimo adalid de la alegría. La inocencia de esos críos todavía no se ha apagado, a pesar del polvo y la ceniza que mancha sus rostros, algo que, no obstante, no tardaría en suceder.
Sin detener mi marcha, me llevo la armónica a los labios. Espero el momento justo, ese preciso instante en el que sus cuerdas necesitan algo más, una especie de compañero melódico. Y entonces soplo, dejando que las primeras notas llenen el aire, uniéndose a la canción que él ya ha empezado. Es una melodía simple, suave, pero efectiva. Algo que pueda entrelazarse con su guitarra sin pisarla, creando una armonía que ninguno de los presentes esperaba escuchar a pesar de no ser la persona más diestra en el arte de la música.
El mink levanta las orejas, notando mi presencia de inmediato. No se detiene, pero puedo ver cómo me busca con la mirada entre las sombras. Mientras dejo que la armónica descanse entre mis dedos y le dedico una mirada calculada, sigo sedente sobre un rincón cercano, casi con una mirada desafiante pero no necesariamente mala.
—No es frecuente encontrar algo vivo en este cementerio —digo, rompiendo el silencio entre nosotros, pero manteniendo el ritmo que todavía flota en el aire. Mis palabras salen con calma, como si formaran parte de la canción anteriormente interpretada, cortando el paso con mis palabras al sujeto. Me incorporo un segundo, observando su faz peluda.
Observo su reacción. El lobo se toma su tiempo antes de responder, pero no parece intimidado. Tampoco es que lo necesite; no soy un predador aquí, solamente un observador, un espectador al que le ha llamado la atención algo inusual en medio de la decadencia.
Mientras mantengo la armónica sujeta en mi mano, mis ojos se deslizan brevemente hacia los niños, ajenos a la tensión sutil entre nosotros, felices en su propia burbuja de música y distracción. Un espectáculo curioso. En cualquier otro lugar, sus risas serían una molestia, una distracción innecesaria en mi concentración. Pero aquí, en Grey Terminal, esas voces son como ecos de algo que hace mucho dejó de existir. Aquí, son la única señal de que la vida no ha sido totalmente sofocada.
—Interesante elección de escenario para un recital — comento, volviendo mi atención al mink, con un tono seco pero no completamente desprovisto de curiosidad. Alguien que toca con tanta pasión en un sitio como este… tiene que tener una razón.