Atlas
Nowhere | Fénix
23-09-2024, 01:45 AM
—La mayor parte del tiempo que estoy por ahí perdido no estoy mirando a las nubes sin más. A ratos sí, vale, pero también dedico tiempo a pensar y decidir un poco cómo ver el mundo. Desde que llegué le he estado dando vueltas a muchas cosas, como qué es o debería ser la Marina y cómo funciona. A mi modo de ver, creo que podríamos compararla con una caja de música de esas que funcionan con una manivela. Para que funcione es necesario que haya una gran cantidad de pequeños engranajes perfectamente entrelazados y conectados. Es necesario que se muevan y acoplen sin pensar ni cuestionarse nada, porque si no no habría melodía alguna. Son fundamentales, sí —expliqué, haciendo un gesto con la mano con el que quería señalar a todos los marines que había en la zona y a ninguno al mismo tiempo—, pero es igual de necesario que alguien mueva la manivela. Según la fuerza y la velocidad con la que lo haga la música sonará de un modo u otro. Si se le da muy lento o muy rápido, sin pararse a pensar o cuestionarse cómo debe hacerlo, la canción no sonará como debe de sonar. No hay forma de que un engranaje pueda darle a la manivela, y mucho menos ser engranaje y manivela al mismo tiempo... Yo prefiero ser de los que mueven la manivela para que la música suene bien. No sé si me he explicado bien.
Sí, no hacer nada, paradójicamente, daba para mucho. No tenía claro en qué momento ese símil había nacido en mi mente, pero debía admitir que reflejaba con bastante precisión el discurrir de mis pensamientos. Tal vez se tratase de una reflexión más profunda de la cuenta, una de ésas que se cuentan con un café a un viejo amigo —amiga en este caso—. Sin embargo, percibía en Camille a alguien a quien podía hacer partícipe de mis inquietudes. Bicho raro atrae bicho raro, supongo. En cualquier caso, la idea de la ducha previa a la investigación de qué debía venir después me pareció muy atractiva.
Nos disponíamos a separarnos cuando el sargento Garnett llegó a nuestra posición, realizando el saludo que distinguía a quienes conocían la existencia del Torneo del Calabozo. Había visto todo lo que había sucedido durante el ejercicio de simulación, lo que en cierto modo me enorgulleció. Nuestro primer encuentro había tenido lugar en unas condiciones bastante lamentables —las mías, vaya— y, pese a que más tarde me hubiese visto en todo mi esplendor, no estaba mal que también me hallase en un momento triunfal. Porque sí, restregarle nuestra victoria de ese modo a Shawn era todo un triunfo para mí.
—Me envía la capitana Montpellier para citaros esta tarde en su despacho. Hay algo de lo que quiere hablar con vosotros referente a... ciertas actividades irregulares que han estado aconteciendo en la base del G-31 en los últimos días. Id a los barracones, adecentaos y quitaos el olor a tigre y, después de comer algo para reponeros después de semejante runda, id hacia allí —finalizó, guiñándonos un ojo antes de despedirse con gesto marcial.
—Pues supongo que nos vemos en... ¿media hora en el comedor?
Si a Camille le parecía bien, ejecutaría la secuencia tal cual había propuesto el sargento y, junto a la oni, nos dirigiríamos al despacho de la capitana. No era demasiado habitual que convocase únicamente a dos miembros de una brigada o grupo. La posibilidad de que nos cayese un buen rapapolvo por barrer el suelo con a saber cuántos compañeros —si es que se les podía llamar así— estaba ahí, así como la de que nos felicitase pro el buen desempeño que habíamos tenido. Lo que no esperaba en absoluto era que, nada más poner un pie dentro del despacho y cerrar la puerta, al cuadrarnos tanto Garnett como ella ejecutaron la serie de movimientos que les identificaba como conocedores del Torneo del Calabozo. En el caso del sargento era algo evidente, pero ¿la capitana también? La estupefacción se debió materializar con violencia en mi cara, porque ambos, ella sentada y el de pie a su derecha, esbozaron una amplia sonrisa.
—¿Sorprendidos? —preguntó ella.
Sí, no hacer nada, paradójicamente, daba para mucho. No tenía claro en qué momento ese símil había nacido en mi mente, pero debía admitir que reflejaba con bastante precisión el discurrir de mis pensamientos. Tal vez se tratase de una reflexión más profunda de la cuenta, una de ésas que se cuentan con un café a un viejo amigo —amiga en este caso—. Sin embargo, percibía en Camille a alguien a quien podía hacer partícipe de mis inquietudes. Bicho raro atrae bicho raro, supongo. En cualquier caso, la idea de la ducha previa a la investigación de qué debía venir después me pareció muy atractiva.
Nos disponíamos a separarnos cuando el sargento Garnett llegó a nuestra posición, realizando el saludo que distinguía a quienes conocían la existencia del Torneo del Calabozo. Había visto todo lo que había sucedido durante el ejercicio de simulación, lo que en cierto modo me enorgulleció. Nuestro primer encuentro había tenido lugar en unas condiciones bastante lamentables —las mías, vaya— y, pese a que más tarde me hubiese visto en todo mi esplendor, no estaba mal que también me hallase en un momento triunfal. Porque sí, restregarle nuestra victoria de ese modo a Shawn era todo un triunfo para mí.
—Me envía la capitana Montpellier para citaros esta tarde en su despacho. Hay algo de lo que quiere hablar con vosotros referente a... ciertas actividades irregulares que han estado aconteciendo en la base del G-31 en los últimos días. Id a los barracones, adecentaos y quitaos el olor a tigre y, después de comer algo para reponeros después de semejante runda, id hacia allí —finalizó, guiñándonos un ojo antes de despedirse con gesto marcial.
—Pues supongo que nos vemos en... ¿media hora en el comedor?
Si a Camille le parecía bien, ejecutaría la secuencia tal cual había propuesto el sargento y, junto a la oni, nos dirigiríamos al despacho de la capitana. No era demasiado habitual que convocase únicamente a dos miembros de una brigada o grupo. La posibilidad de que nos cayese un buen rapapolvo por barrer el suelo con a saber cuántos compañeros —si es que se les podía llamar así— estaba ahí, así como la de que nos felicitase pro el buen desempeño que habíamos tenido. Lo que no esperaba en absoluto era que, nada más poner un pie dentro del despacho y cerrar la puerta, al cuadrarnos tanto Garnett como ella ejecutaron la serie de movimientos que les identificaba como conocedores del Torneo del Calabozo. En el caso del sargento era algo evidente, pero ¿la capitana también? La estupefacción se debió materializar con violencia en mi cara, porque ambos, ella sentada y el de pie a su derecha, esbozaron una amplia sonrisa.
—¿Sorprendidos? —preguntó ella.