Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
23-09-2024, 02:04 AM
(Última modificación: 23-09-2024, 02:04 AM por Suzuka D. Hanami.)
El felino gigantesco permanecía al acecho de su presa dejando que este fuera quien tomara la iniciativa, sus incontables y largos dientes se mostraban como una hilera casi infinita de perdición, su larga lengua que parecía moverse con vida propia se escapaba de entre esos dientes relamiéndose. Sus ojos eran dorados como el mismo oro, pero con un iris oscuro completamente delgado perfilado casi como una aguja, casi como si apuntara con el a Percival y su vida.
Con la iniciativa tomada por el intrépido humano que avanzaría un poco hacia el centro de la sala para buscar tener mejor posición y trazar una sucesión de movimientos con sus armas liberando unas ráfagas de aire con bastante intensidad contra la inmensa criatura, su objetivo era sacar al animal de la plataforma para librarse de él, devolverlo al oscuro abismo del que había escapado. La respuesta de la criatura no se hizo esperar, las ráfagas eran fuertes y causadas con movimientos confusos los cuales apenas le permitieron a la bestia dar un golpe con su cola para amortiguar el impacto.
Aun con el daño recibido la criatura a penas retrocedería unos pocos metros, pero no eran lo suficientemente buenos como lograr sacarla del circulo de cristal - Pobrecito Percival, tratando de lidiar todo por la vía más cómoda - El gato sacaría sus zarpas en su pata delantera diestra encajando en su rostro la daga voladora que le lanzo Pecival, notando un poco de daño de la misma, más no viéndose su piel afectada por algo como una hemorragia - Ha sido un buen intento, pero eso tampoco te servirá - La bestia comenzó a correr con la tracción y potencia que le daban sus hasta 7 patas, mientras su octava iba rasgando el suelo haciendo estallar partículas del mosaico de cristal por los aires hasta alcanzar a Percival en un movimiento ascendente de la misma que buscaba cortarle en pedazos.
Para posteriormente con su garra aun alzada, responder a la cortesía del joven diletante con la misma moneda trazando con su zurda un simple golpe descendente con su uña por delante a modo de estocada sobre el cuerpo del chico. Los destellos de los trozos de cristal aun centelleaban en el aire como una pequeña lluvia de diamantes, la cristalera rota solo dejaba ver una superficie blanca bajo de ella como si de una piedra se tratara.
Con la iniciativa tomada por el intrépido humano que avanzaría un poco hacia el centro de la sala para buscar tener mejor posición y trazar una sucesión de movimientos con sus armas liberando unas ráfagas de aire con bastante intensidad contra la inmensa criatura, su objetivo era sacar al animal de la plataforma para librarse de él, devolverlo al oscuro abismo del que había escapado. La respuesta de la criatura no se hizo esperar, las ráfagas eran fuertes y causadas con movimientos confusos los cuales apenas le permitieron a la bestia dar un golpe con su cola para amortiguar el impacto.
Aun con el daño recibido la criatura a penas retrocedería unos pocos metros, pero no eran lo suficientemente buenos como lograr sacarla del circulo de cristal - Pobrecito Percival, tratando de lidiar todo por la vía más cómoda - El gato sacaría sus zarpas en su pata delantera diestra encajando en su rostro la daga voladora que le lanzo Pecival, notando un poco de daño de la misma, más no viéndose su piel afectada por algo como una hemorragia - Ha sido un buen intento, pero eso tampoco te servirá - La bestia comenzó a correr con la tracción y potencia que le daban sus hasta 7 patas, mientras su octava iba rasgando el suelo haciendo estallar partículas del mosaico de cristal por los aires hasta alcanzar a Percival en un movimiento ascendente de la misma que buscaba cortarle en pedazos.
Para posteriormente con su garra aun alzada, responder a la cortesía del joven diletante con la misma moneda trazando con su zurda un simple golpe descendente con su uña por delante a modo de estocada sobre el cuerpo del chico. Los destellos de los trozos de cristal aun centelleaban en el aire como una pequeña lluvia de diamantes, la cristalera rota solo dejaba ver una superficie blanca bajo de ella como si de una piedra se tratara.