Octojin
El terror blanco
23-09-2024, 10:09 AM
Octojin sonrió mientras escuchaba al humano hablar sobre su peculiar estilo de vida nocturno y bohemio. El gyojin, aún saboreando el estofado, no pudo evitar notar el aire enigmático y algo irónico con el que Bonez se refería a su trabajo como cazador. El comentario sobre construir sarcófagos con sus habilidades de carpintero hizo que Octojin soltase una risa suave, algo raro en él, pero se estaba sintiendo más cómodo con la presencia del humano de lo que realmente cabía esperar en un primer momento.
—Claro... no lo había pensado de esa manera, pero sí, supongo que podría hacerlos —respondió Octojin, mirando a Bonez mientras daba una nueva cucharada del estofado—. Aunque prefiero atraparlos antes de tener que hacerles una caja de madera, al fin y al cabo no podría cobrársela.
El gyojin, aunque generalmente taciturno, estaba encontrando una conexión extraña con Dr. Bonez. Ambos, a su manera, compartían un tipo de vida al margen de la sociedad convencional, y aunque los métodos y las motivaciones eran diferentes, había algo en común en esa vida de cazador, de alguien que busca justicia, aunque esta sea en formas poco ortodoxas.
Cuando el humano mencionó su objetivo de capturar a un traficante de niños-soldados, la expresión de Octojin cambió, volviéndose más seria. Había visto muchas cosas en su vida, muchas injusticias, pero el tráfico de niños era algo que le provocaba una rabia profunda. Y el tiburón estaba seguro de que no solo en él, sino que aquello estaba mal visto por todo el mundo. Unas acciones rotundamente deplorables que para nada podría compartir nadie que no estuviera estrechamente relacionado con ese mundo. Sabía que existían monstruos en el mundo, pero la idea de alguien esclavizando a niños para convertirlos en máquinas de guerra era intolerable.
—Ese tipo de gente... no merece ni siquiera una tumba —murmuró Octojin con la mandíbula apretada, mientras dejaba su cuchara a un lado por un momento. El ambiente en su alrededor parecía haberse cargado de una energía tensa, pero el gyojin logró mantener la calma—. Si necesitas ayuda para dar con él, puedo echar una mano. Al fin y al cabo, compartimos el objetivo de hacer desaparecer a la basura. Y no se me ocurre una más grande que ese al que mencionas.
El comentario de Bonez sobre la vida nocturna le hizo levantar una ceja. Isla Kilombo era un lugar lleno de oscuridad y secretos —como casi todos los que el escualo había visitado—, y ahora parecía que el humano también estaba lleno de ellos. El gyojin no estaba completamente seguro de lo que Bonez buscaba más allá de su presa actual, pero había algo intrigante en él, algo que lo hacía querer seguir escuchando.
Cuando Octojin preguntó si el humano había estado alguna vez bajo el agua, la respuesta seria y casi sombría del humano lo tomó por sorpresa. Aquello no se lo esperaba, así que dejó correr el reloj durante unos segundos antes de proseguir. ¿Qué sería aquél secreto que el tipo parecía guardar? El gyojin había hecho la pregunta por mera curiosidad, tal vez pensando en su propio mundo bajo el mar, un lugar donde el agua era cristalina y llena de vida. Pero la respuesta de Bonez, que hablaba de un pantano oscuro y lleno de secretos, le dio a entender que la experiencia de nadar no siempre era tan simple como lo era para él. La referencia al pantano de Fantasmagoria evocaba imágenes de aguas traicioneras y peligrosas, un lugar donde incluso los más valientes podrían perderse para siempre. Aquello hizo reflexionar al habitante del mar, entendiendo que quizá el agua no significaba para todos igual, de la misma manera que la superficie no lo hacía. La mente era tremendamente caprichosa en muchas cuestiones. Una de ella, era la memoria. Un simple mal hecho, o una mala experiencia, podía nublar por completo lo que pensabas de de un sitio, o la percepción que tenías de ello. Lo mismo pasaba con las personas, aunque aquello se asemejaba más a una montaña rusa de emociones que cada día estaban en un punto distinto. O al menos así era para el tiburón. Quizá su carácter, su poco don de gentes y la forma de vida que había adoptado tuviesen que ver.
—El mar puede ser traicionero, pero nada se compara con esas aguas turbias que mencionas —respondió Octojin, empleando un tono de voz bastante más bajo, cerca del susurro—. No me gustaría enfrentarme a algo así. Pero si alguna vez quieres experimentar la tranquilidad de las profundidades, estaré encantado de llevarte. Nada mejor que la calma del océano para despejar la mente.
El gyojin se recostó en su silla, permitiendo que el ambiente del bar se asentara entre ellos. Observó cómo Bonez se encendía otro cigarrillo, reflejando la llama de éste en sus ojos rojizos, que brillaban en la penumbra del local. Era un hombre extraño, y aunque no estaba completamente seguro de qué hacía allí o qué lo movía realmente, algo en él le inspiraba respeto. Tal vez era su manera de hablar con honestidad, o su forma de enfrentar los peligros del mundo con una sonrisa. En cualquier caso, Octojin sentía que había encontrado un aliado en él, alguien que podría caminar a su lado en las sombras de isla Kilombo.
—Entonces, ¿qué más sabes de este traficante? —preguntó Octojin, volviendo al tema que más le preocupaba—. Si está en esta isla, tarde o temprano lo encontraremos. No hace mucho que he llegado pero creo que podemos empezar por dónde todos los rumores se extienden: El puerto.
—Claro... no lo había pensado de esa manera, pero sí, supongo que podría hacerlos —respondió Octojin, mirando a Bonez mientras daba una nueva cucharada del estofado—. Aunque prefiero atraparlos antes de tener que hacerles una caja de madera, al fin y al cabo no podría cobrársela.
El gyojin, aunque generalmente taciturno, estaba encontrando una conexión extraña con Dr. Bonez. Ambos, a su manera, compartían un tipo de vida al margen de la sociedad convencional, y aunque los métodos y las motivaciones eran diferentes, había algo en común en esa vida de cazador, de alguien que busca justicia, aunque esta sea en formas poco ortodoxas.
Cuando el humano mencionó su objetivo de capturar a un traficante de niños-soldados, la expresión de Octojin cambió, volviéndose más seria. Había visto muchas cosas en su vida, muchas injusticias, pero el tráfico de niños era algo que le provocaba una rabia profunda. Y el tiburón estaba seguro de que no solo en él, sino que aquello estaba mal visto por todo el mundo. Unas acciones rotundamente deplorables que para nada podría compartir nadie que no estuviera estrechamente relacionado con ese mundo. Sabía que existían monstruos en el mundo, pero la idea de alguien esclavizando a niños para convertirlos en máquinas de guerra era intolerable.
—Ese tipo de gente... no merece ni siquiera una tumba —murmuró Octojin con la mandíbula apretada, mientras dejaba su cuchara a un lado por un momento. El ambiente en su alrededor parecía haberse cargado de una energía tensa, pero el gyojin logró mantener la calma—. Si necesitas ayuda para dar con él, puedo echar una mano. Al fin y al cabo, compartimos el objetivo de hacer desaparecer a la basura. Y no se me ocurre una más grande que ese al que mencionas.
El comentario de Bonez sobre la vida nocturna le hizo levantar una ceja. Isla Kilombo era un lugar lleno de oscuridad y secretos —como casi todos los que el escualo había visitado—, y ahora parecía que el humano también estaba lleno de ellos. El gyojin no estaba completamente seguro de lo que Bonez buscaba más allá de su presa actual, pero había algo intrigante en él, algo que lo hacía querer seguir escuchando.
Cuando Octojin preguntó si el humano había estado alguna vez bajo el agua, la respuesta seria y casi sombría del humano lo tomó por sorpresa. Aquello no se lo esperaba, así que dejó correr el reloj durante unos segundos antes de proseguir. ¿Qué sería aquél secreto que el tipo parecía guardar? El gyojin había hecho la pregunta por mera curiosidad, tal vez pensando en su propio mundo bajo el mar, un lugar donde el agua era cristalina y llena de vida. Pero la respuesta de Bonez, que hablaba de un pantano oscuro y lleno de secretos, le dio a entender que la experiencia de nadar no siempre era tan simple como lo era para él. La referencia al pantano de Fantasmagoria evocaba imágenes de aguas traicioneras y peligrosas, un lugar donde incluso los más valientes podrían perderse para siempre. Aquello hizo reflexionar al habitante del mar, entendiendo que quizá el agua no significaba para todos igual, de la misma manera que la superficie no lo hacía. La mente era tremendamente caprichosa en muchas cuestiones. Una de ella, era la memoria. Un simple mal hecho, o una mala experiencia, podía nublar por completo lo que pensabas de de un sitio, o la percepción que tenías de ello. Lo mismo pasaba con las personas, aunque aquello se asemejaba más a una montaña rusa de emociones que cada día estaban en un punto distinto. O al menos así era para el tiburón. Quizá su carácter, su poco don de gentes y la forma de vida que había adoptado tuviesen que ver.
—El mar puede ser traicionero, pero nada se compara con esas aguas turbias que mencionas —respondió Octojin, empleando un tono de voz bastante más bajo, cerca del susurro—. No me gustaría enfrentarme a algo así. Pero si alguna vez quieres experimentar la tranquilidad de las profundidades, estaré encantado de llevarte. Nada mejor que la calma del océano para despejar la mente.
El gyojin se recostó en su silla, permitiendo que el ambiente del bar se asentara entre ellos. Observó cómo Bonez se encendía otro cigarrillo, reflejando la llama de éste en sus ojos rojizos, que brillaban en la penumbra del local. Era un hombre extraño, y aunque no estaba completamente seguro de qué hacía allí o qué lo movía realmente, algo en él le inspiraba respeto. Tal vez era su manera de hablar con honestidad, o su forma de enfrentar los peligros del mundo con una sonrisa. En cualquier caso, Octojin sentía que había encontrado un aliado en él, alguien que podría caminar a su lado en las sombras de isla Kilombo.
—Entonces, ¿qué más sabes de este traficante? —preguntó Octojin, volviendo al tema que más le preocupaba—. Si está en esta isla, tarde o temprano lo encontraremos. No hace mucho que he llegado pero creo que podemos empezar por dónde todos los rumores se extienden: El puerto.