Silver D. Syxel
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23-09-2024, 03:48 PM
Syxel mantuvo su sonrisa ladeada mientras escuchaba la respuesta de Octojin. Aunque la carcajada del gyojin había sido breve, aquella interacción parecía haber roto parte del hielo entre ellos. Lo observó mientras respondía, notando su forma de medir cada palabra con cuidado. El habitante del mar no parecía el tipo de persona que ofrecía ayuda sin más, pero tampoco daba la impresión de alguien que rechazara una oportunidad si se le presentaba.
—No pierdo el tiempo cuando hay algo que me interesa, —replicó el capitán, aún con tono desenfadado, mientras tomaba otro trago de su jarra. Gray Terminal no era precisamente un lugar para tonterías, y con el tiempo había aprendido que la acción directa, acompañada de un poco de humor, solía funcionar mejor en esos ambientes cargados de tensión.
Cuando Octojin mencionó que Boran no le sonaba, Silver no pareció demasiado sorprendido. Era un basurero gigante, un laberinto de chatarra y escoria. Gray Terminal no era un lugar fácil para rastrear a alguien, y menos si ese alguien tenía el suficiente ingenio como para mantenerse escondido.
—Un lío simple: me debe dinero, —respondió sin rodeos, recostándose ligeramente en su silla mientras jugaba con la jarra—. Y por lo que he averiguado, no soy el único. Ese malnacido ha estafado a más gente de lo que parece, así que no me extrañaría que se haya refugiado aquí, entre las sombras, pensando que nadie lo encontraría.
Los ojos grises del capitán brillaron con una mezcla de determinación y diversión mientras explicaba el panorama. Boran había sido listo en esconderse, pero no lo suficiente.
La mención de un precio por la ayuda hizo que el pirata soltara una risa baja. Era de esperarse, nadie en este lugar hacía nada gratis, y mucho menos alguien como aquel gyojin.
—Oh, estoy seguro de que podemos llegar a un entendimiento, —dijo mientras sacaba de su chaqueta un trozo de papel doblado con cuidado. Lo desplegó sobre la mesa con un movimiento rápido, dejando a la vista un cartel de Wanted algo ajado. En la imagen, un hombre de aspecto nervioso y desaliñado miraba al frente, con una expresión que ya le resultaba odiosa al capitán. Debajo, la recompensa, pequeña pero existente, relucía como un recordatorio de que el cobarde de Boran no solo le debía a él, sino también a la justicia.
—Este bastardo tiene una pequeña recompensa por su cabeza. Así que además de cobrar mi deuda y darle su merecido, podríamos hacer un buen negocio.
El pirata sonrió de nuevo, esta vez con una mezcla de astucia y satisfacción. Si el tiburón tenía el instinto para oler una oportunidad, sabría que aquello era más que una simple búsqueda. Cuando Octojin le preguntó qué pensaba hacer con Boran una vez lo encontrara, el capitán se inclinó ligeramente hacia adelante, entrelazando los dedos mientras lo miraba fijamente, sin perder la sonrisa.
—Una vez que le saque lo que me debe y le dé una lección que no olvidará, no tendré mayor interés en él. —Luego, añadió con un tono más oscuro, casi juguetón— Si sigue vivo, claro.
No era una amenaza directa, pero el mensaje estaba claro. En el mundo en el que ambos se movían, sobrevivir después de haber estafado a la persona equivocada no era precisamente una garantía.
Terminó su cerveza y dejó la jarra sobre la mesa con un golpe seco, como si con ese sonido cerrara el trato de una conversación que comenzaba a tomar forma. Ahora, todo dependía de cómo Octojin quisiera moverse.
—No pierdo el tiempo cuando hay algo que me interesa, —replicó el capitán, aún con tono desenfadado, mientras tomaba otro trago de su jarra. Gray Terminal no era precisamente un lugar para tonterías, y con el tiempo había aprendido que la acción directa, acompañada de un poco de humor, solía funcionar mejor en esos ambientes cargados de tensión.
Cuando Octojin mencionó que Boran no le sonaba, Silver no pareció demasiado sorprendido. Era un basurero gigante, un laberinto de chatarra y escoria. Gray Terminal no era un lugar fácil para rastrear a alguien, y menos si ese alguien tenía el suficiente ingenio como para mantenerse escondido.
—Un lío simple: me debe dinero, —respondió sin rodeos, recostándose ligeramente en su silla mientras jugaba con la jarra—. Y por lo que he averiguado, no soy el único. Ese malnacido ha estafado a más gente de lo que parece, así que no me extrañaría que se haya refugiado aquí, entre las sombras, pensando que nadie lo encontraría.
Los ojos grises del capitán brillaron con una mezcla de determinación y diversión mientras explicaba el panorama. Boran había sido listo en esconderse, pero no lo suficiente.
La mención de un precio por la ayuda hizo que el pirata soltara una risa baja. Era de esperarse, nadie en este lugar hacía nada gratis, y mucho menos alguien como aquel gyojin.
—Oh, estoy seguro de que podemos llegar a un entendimiento, —dijo mientras sacaba de su chaqueta un trozo de papel doblado con cuidado. Lo desplegó sobre la mesa con un movimiento rápido, dejando a la vista un cartel de Wanted algo ajado. En la imagen, un hombre de aspecto nervioso y desaliñado miraba al frente, con una expresión que ya le resultaba odiosa al capitán. Debajo, la recompensa, pequeña pero existente, relucía como un recordatorio de que el cobarde de Boran no solo le debía a él, sino también a la justicia.
—Este bastardo tiene una pequeña recompensa por su cabeza. Así que además de cobrar mi deuda y darle su merecido, podríamos hacer un buen negocio.
El pirata sonrió de nuevo, esta vez con una mezcla de astucia y satisfacción. Si el tiburón tenía el instinto para oler una oportunidad, sabría que aquello era más que una simple búsqueda. Cuando Octojin le preguntó qué pensaba hacer con Boran una vez lo encontrara, el capitán se inclinó ligeramente hacia adelante, entrelazando los dedos mientras lo miraba fijamente, sin perder la sonrisa.
—Una vez que le saque lo que me debe y le dé una lección que no olvidará, no tendré mayor interés en él. —Luego, añadió con un tono más oscuro, casi juguetón— Si sigue vivo, claro.
No era una amenaza directa, pero el mensaje estaba claro. En el mundo en el que ambos se movían, sobrevivir después de haber estafado a la persona equivocada no era precisamente una garantía.
Terminó su cerveza y dejó la jarra sobre la mesa con un golpe seco, como si con ese sonido cerrara el trato de una conversación que comenzaba a tomar forma. Ahora, todo dependía de cómo Octojin quisiera moverse.