Alistair
Mochuelo
24-09-2024, 02:30 AM
Siempre, sin falta, conseguía dejarle mal sabor de boca. Las ejecuciones públicas eran una vista a la que sus ojos jamás conseguirían acostumbrarse completamente; si bien podía aprender a suprimir el reflejo gutural para parecer "uno más del montón", la sensación de revuelco en su estomago era algo que jamás conseguiría realmente dejar atrás. Solo cuando ocurriera un fenómeno capaz de cambiar quien se sentara en el trono realmente podría dejar atrás tales sentimientos, o al menos eso es lo que su idealista cabeza quería decirle cada vez, sin falla, a la hora de recordar la cruda realidad.
¿Cómo podían solo observar en silencio mientras alguien rogaba a todo pulmón por su vida? Una pregunta extremadamente injusta, a falta de una palabra más adecuada. Mientras se ejercía un poder despótico sobre quien robaba solo para conseguir qué comer un día más, quienes quisieran siquiera intentar levantar una piedra contra ese metafórico gigante verían cómo les arrancaban la mano de un bocado al mínimo de rebeldía. Y finalmente, acabarían encontrándose con el mismo destino tétrico y súbito sin falla. Quizá mas de una de esas ejecuciones era por esa exacta razón, pero el Gobierno Mundial tenía un maquiavelismo capaz de poner los cargos que hicieran falta para justificar sus acciones, tanto para mantener los hilos de sus soldados como para mantener una ficticia buena reputación.
Tales monólogos internos eran un excelente recordatorio de porqué hacía lo que hacía. El porqué había entregado su espada a la causa, una renuncia a la posibilidad de desaparecer del mundo como un ex-esclavo más hacia una vida mas simple y, en su lugar, comprometerse a una causa que daba todo de sí misma para hacer el lugar aunque fuera un poco mejor. Llenarse las manos de callos era una sensación que podía ignorar si conseguía darle el regalo de la libertad que en alguna ocasión pasada le habían dado al Lunarian.
Sus órdenes del día fueron diferentes a las regulares, y la intención fue clara desde el inicio: Tenía la oportunidad de entrenar junto con un compañero de la Armada que cargaba con más experiencia en los hombros que Alistair. Incluso, escucho varias recomendaciones de parte del hombre; que se le encargara entrenar a los más novatos ya era una excelente pista del estima en la que lo tenían. Por supuesto, al tratarse de una orden, tampoco podía decir que no. ¿Y por qué se negaría siquiera? ¡Sonaba como una oportunidad idónea para mejorar! Podía pensar pocas mejores opciones para pulir su propia técnica que alguien con más años en el campo que Alistair. Mejor aún: Quizá pillaría uno que otro truco intercambiando golpes con otro Revolucionario.
Con una ubicación anotada en un pequeño trozo de papel, el joven preparó el único equipo que cargaba consigo además de su vestimenta: Su katana, una compañera de años que había visto gloria y sangre a su lado desde que consiguió empuñarla. Siempre viajaba ligero, más por necesidad que por elección.
Siguiendo las direcciones indicadas, llegaría hasta el lugar: Un edificio alto y delgado, que conseguía destacar lo suficiente del resto como para poder observarlo asomarse por sobre los demás, facilitando enormemente su tarea de dar con él. Sobre la salida del lugar, una figura parecía esperar en medio de una calada de cigarro. ¿Se trataba de él? Aunque su primer instinto respondía positivo, la cautela nunca estaba de más entre revolucionarios. Sin nombres y sin apariencias salvo para las operaciones más importantes, lo cual ayudaba a preservar las identidades de los agentes en caso de que algo saliera mal. Un lugar y una hora debían bastar.
Se acercó al hombre de silueta hercúlea, la clase de sujeto con el que simplemente no te metías si lo encontrabas en medio de un bar por su cuenta. Si se trataba de él, la sesión de entrenamiento definitivamente sería fructífera. -¡Hola! ¿Tú eres con quien debía encontrarme hoy?- Evitó arrojar detalles demasiado específicos a la actividad; peor escenario, tan solo podía echarse una carcajada y fingir un despiste por su parte. Si realmente se trataba de la persona correcta, entendería el mensaje a vuelo de pájaro.
¿Cómo podían solo observar en silencio mientras alguien rogaba a todo pulmón por su vida? Una pregunta extremadamente injusta, a falta de una palabra más adecuada. Mientras se ejercía un poder despótico sobre quien robaba solo para conseguir qué comer un día más, quienes quisieran siquiera intentar levantar una piedra contra ese metafórico gigante verían cómo les arrancaban la mano de un bocado al mínimo de rebeldía. Y finalmente, acabarían encontrándose con el mismo destino tétrico y súbito sin falla. Quizá mas de una de esas ejecuciones era por esa exacta razón, pero el Gobierno Mundial tenía un maquiavelismo capaz de poner los cargos que hicieran falta para justificar sus acciones, tanto para mantener los hilos de sus soldados como para mantener una ficticia buena reputación.
Tales monólogos internos eran un excelente recordatorio de porqué hacía lo que hacía. El porqué había entregado su espada a la causa, una renuncia a la posibilidad de desaparecer del mundo como un ex-esclavo más hacia una vida mas simple y, en su lugar, comprometerse a una causa que daba todo de sí misma para hacer el lugar aunque fuera un poco mejor. Llenarse las manos de callos era una sensación que podía ignorar si conseguía darle el regalo de la libertad que en alguna ocasión pasada le habían dado al Lunarian.
Sus órdenes del día fueron diferentes a las regulares, y la intención fue clara desde el inicio: Tenía la oportunidad de entrenar junto con un compañero de la Armada que cargaba con más experiencia en los hombros que Alistair. Incluso, escucho varias recomendaciones de parte del hombre; que se le encargara entrenar a los más novatos ya era una excelente pista del estima en la que lo tenían. Por supuesto, al tratarse de una orden, tampoco podía decir que no. ¿Y por qué se negaría siquiera? ¡Sonaba como una oportunidad idónea para mejorar! Podía pensar pocas mejores opciones para pulir su propia técnica que alguien con más años en el campo que Alistair. Mejor aún: Quizá pillaría uno que otro truco intercambiando golpes con otro Revolucionario.
Con una ubicación anotada en un pequeño trozo de papel, el joven preparó el único equipo que cargaba consigo además de su vestimenta: Su katana, una compañera de años que había visto gloria y sangre a su lado desde que consiguió empuñarla. Siempre viajaba ligero, más por necesidad que por elección.
Siguiendo las direcciones indicadas, llegaría hasta el lugar: Un edificio alto y delgado, que conseguía destacar lo suficiente del resto como para poder observarlo asomarse por sobre los demás, facilitando enormemente su tarea de dar con él. Sobre la salida del lugar, una figura parecía esperar en medio de una calada de cigarro. ¿Se trataba de él? Aunque su primer instinto respondía positivo, la cautela nunca estaba de más entre revolucionarios. Sin nombres y sin apariencias salvo para las operaciones más importantes, lo cual ayudaba a preservar las identidades de los agentes en caso de que algo saliera mal. Un lugar y una hora debían bastar.
Se acercó al hombre de silueta hercúlea, la clase de sujeto con el que simplemente no te metías si lo encontrabas en medio de un bar por su cuenta. Si se trataba de él, la sesión de entrenamiento definitivamente sería fructífera. -¡Hola! ¿Tú eres con quien debía encontrarme hoy?- Evitó arrojar detalles demasiado específicos a la actividad; peor escenario, tan solo podía echarse una carcajada y fingir un despiste por su parte. Si realmente se trataba de la persona correcta, entendería el mensaje a vuelo de pájaro.