Asradi
Völva
24-09-2024, 05:20 PM
No era un secreto, no para ella al menos, el hecho de que solía perderse cada vez que cantaba. No perderse físicamente, sino más bien concentrarse y disfrutarlo tanto que era como si su mente y su cuerpo se olvidase de todos a su alrededor. Sus problemas incluídos. Por eso lo disfrutaba tanto, porque también le servía para evadirse, al mismo tiempo que conectaba con sus ancestros de alguna manera. La melodía era suave, pero el significado era potente. Solo las mujeres de su clan, y pocas, poseían un don como el que Asradi tenía, heredado en generaciones salteadas. Nunca se sabía cuándo iba a nacer una sirena con la afinidad como para comunicarse con los ancestros. Con los espíritus oceánicos o de aquellos que vivían por y para el mar.
El murmullo de las olas rompiendo cerca de donde ambos se encontraban hacía la escena todavía más idílica y salvaje, si eso era posible. Esa conexión con el océano que Asradi no solo mantenía, sino que también trataba de compartir con aquellos de buen corazón. Poco a poco, y tras varios minutos, la melodía fue finiquitando, acabando en un susurro silencioso hasta que tan solo se podía escuchar el sonido ambiente. Los ojos de la sirena, cuando miraron al de llamativos cabellos, permanecían todavía azules, pero con una profundidad cristalina, señal de que poco a poco también salía de aquel trance en el que se había sumido. La sirena tomó aire ligeramente y, al final, esbozó una suave sonrisa. Casi tímida en ese momento, se diría.
El silencio se apoderó de ellos durante unos momentos, hasta que el varón lo rompió con aquella pregunta.
— No es ninguna molestia. Supongo que es una curiosidad habitual. — La misma curiosidad que, quizás, ella también tenía por la superficie. Eran dos mundos tan diferentes y, creía, al mismo tiempo tan iguales. Por eso, lo poco que había conocido de los habitantes de la tierra, a veces no entendía porqué había tanto racismo entre especies. El odio inherente entre gyojins y humanos, sobre todo.
Su postura volvió a relajarse, moviendo apenas la punta de la cola de tiburón, como lo haría un gato que está tranquilo pero en guardia al mismo tiempo.
— De todas maneras, en los tiempos que corren, ya casi no se puede nadar de manera libre. Muchos han invadido los mares, para bien o para mal. — No pudo evitar mencionar, con un suspiro resignado y apesadumbrado. — Los de mi especie somos perseguidos. Y, generalmente, a las sirenas solo nos quieren como objetos decorativos en una pecera.
Sabía que no todo el mundo era así, pero había visto casos. Había escuchado. Ya fuese por su aspecto exótico o las leyendas que siempre habían rodeado a las mujeres de su especie, las sirenas siempre habían sido una especie de ensoñación romántica o sexual entre los hombres, sobre todo los de la superficie. Como un premio a obtener, del cual presumir.
Los Dragones Celestiales eran, en ese aspecto, los más peligrosos. Durante siglos habían esclavizado a los suyos de diferentes maneras, sin ningún tipo de consecuencia. Lo habían libremente, como si tuviesen derecho sobre las vidas de otras criaturas. ¡Ni siquiera respetaban a los de su propia especie!
Aún así, decidió apartar eses funestos pensamientos de su mente y, ahora, se fijó mejor en las llamativas alas de aquel chico.
— Creo que es la primera vez que veo a alguien con alas. Son bonitas. — Halagó con una suave sonrisa.
El murmullo de las olas rompiendo cerca de donde ambos se encontraban hacía la escena todavía más idílica y salvaje, si eso era posible. Esa conexión con el océano que Asradi no solo mantenía, sino que también trataba de compartir con aquellos de buen corazón. Poco a poco, y tras varios minutos, la melodía fue finiquitando, acabando en un susurro silencioso hasta que tan solo se podía escuchar el sonido ambiente. Los ojos de la sirena, cuando miraron al de llamativos cabellos, permanecían todavía azules, pero con una profundidad cristalina, señal de que poco a poco también salía de aquel trance en el que se había sumido. La sirena tomó aire ligeramente y, al final, esbozó una suave sonrisa. Casi tímida en ese momento, se diría.
El silencio se apoderó de ellos durante unos momentos, hasta que el varón lo rompió con aquella pregunta.
— No es ninguna molestia. Supongo que es una curiosidad habitual. — La misma curiosidad que, quizás, ella también tenía por la superficie. Eran dos mundos tan diferentes y, creía, al mismo tiempo tan iguales. Por eso, lo poco que había conocido de los habitantes de la tierra, a veces no entendía porqué había tanto racismo entre especies. El odio inherente entre gyojins y humanos, sobre todo.
Su postura volvió a relajarse, moviendo apenas la punta de la cola de tiburón, como lo haría un gato que está tranquilo pero en guardia al mismo tiempo.
— De todas maneras, en los tiempos que corren, ya casi no se puede nadar de manera libre. Muchos han invadido los mares, para bien o para mal. — No pudo evitar mencionar, con un suspiro resignado y apesadumbrado. — Los de mi especie somos perseguidos. Y, generalmente, a las sirenas solo nos quieren como objetos decorativos en una pecera.
Sabía que no todo el mundo era así, pero había visto casos. Había escuchado. Ya fuese por su aspecto exótico o las leyendas que siempre habían rodeado a las mujeres de su especie, las sirenas siempre habían sido una especie de ensoñación romántica o sexual entre los hombres, sobre todo los de la superficie. Como un premio a obtener, del cual presumir.
Los Dragones Celestiales eran, en ese aspecto, los más peligrosos. Durante siglos habían esclavizado a los suyos de diferentes maneras, sin ningún tipo de consecuencia. Lo habían libremente, como si tuviesen derecho sobre las vidas de otras criaturas. ¡Ni siquiera respetaban a los de su propia especie!
Aún así, decidió apartar eses funestos pensamientos de su mente y, ahora, se fijó mejor en las llamativas alas de aquel chico.
— Creo que es la primera vez que veo a alguien con alas. Son bonitas. — Halagó con una suave sonrisa.