Día 9 de Verano, Año 724
Loguetown, una de las ciudades más bulliciosas del mundo, se alzaba sobre el horizonte como un conjunto de sueños y aspiraciones, donde el viento soplaba con la promesa de aventuras. Era un lugar donde los marineros contaban historias de islas olvidadas y los comerciantes ofertaban sus bienes, desde especias exóticas hasta hierbas medicinales.
A su llegada, Asradi optó por ocultar su naturaleza. Había estado siendo perseguida por mercenarios o esclavistas a lo largo del día anterior. Solo esperaba haberles despistado. Por eso, a su llegada a Loguetown, había decidido extremar precauciones, solo por si acaso. Sus escamas plateadas, que brillaban como el sol reflejado en el océano, estaban cuidadosamente cubiertas por un vestido de tela ligera, adaptado con sutiles matices de azul y verde que evocaban los colores del mar. La vestimenta no solo disimulaba su verdadera identidad, sino que también le permitía moverse con gracia entre los humanos, quienes eran ajenos a la existencia de seres como ella. Su intención era clara: adquirir hierbas medicinales que crecían en la superficie. Hierbas nuevas que no conociese, para poder continuar aprendiendo y experimentando en sus conocimientos médicos tradicionales.
El mercado de Loguetown se extendía ante ella como un tapiz vibrante, lleno de colores y sonidos. Puestos de frutas frescas, pescados recién capturados y especias aromáticas se alineaban en una sinfonía de aromas y sensaciones. Asradi se aventuró entre los puestos, absorbiendo la vida que la rodeaba. Cada vendedor ofrecía un relato, cada cliente tenía un sueño, y en cada rincón de la plaza había una historia esperando ser descubierta.
Mientras recorría el mercado, su mirada se posó en una mesa repleta de hierbas secas, algunas conocidas y otras desconocidas. Se acercó con cautela, manteniéndose atenta a las conversaciones que la rodeaban. Desde su posición, podía escuchar fragmentos de rumores sobre piratas, tesoros ocultos y las leyendas del Grand Line. Sin embargo, su atención se centró en el mercader que atendía el puesto de hierbas.
— Buenos días. Veo que tiene una buena variedad de hierbas, ¿podría recomendarme algunas? — preguntó Asradi con voz suave y una sutil sonrisa educada.
El comerciante, un hombre corpulento con un rostro surcado por la experiencia, levantó la vista, sorprendido por la belleza que tenía frente a él. Sus ojos se iluminaron de inmediato.
— Ah, joven dama. Tengo hierbas frescas traídas de la isla de Boin, ideales para calmar la fiebre y aliviar el dolor. — respondió el varón, extendiendo su mano hacia un pequeño saco lleno de hojas verdes y con formas espirales. Era una variedad que Asradi, claramente, no conocía. Y por ello en sus ojos se reflejaba la curiosidad y la emoción a partes iguales.
Se inclinó hacia adelante, examinando las hierbas con interés genuino mientras conversaba con el mercader. Al mismo tiempo, un grupo de hombres armados, de aspecto rudo y siniestro, emergió de entre la multitud. Al ver a la pelinegra, su mirada cambió. Uno de ellos, un individuo de cabello largo y desaliñado, la señaló.
— ¡Ahí está! ¡La sirena que estábamos buscando! —gritó, atrayendo la atención de los demás.
El aire se volvió pesado de repente. Asradi envaró la espalda y sintió que su corazón palpitaba con fuerza y, en un instante, su deseo de pasar desapercibida se desvaneció. Ahora solo quería irse de ahí, sobre todo cuando los murmullos comenzaron y las miradas se clavaron sobre ella. Sin poderlo evitar, el brillo de su cola plateada quedó expuesto cuando se movió rápidamente, lo que provocó más murmullos entre la multitud. Los hombres se abalanzaron hacia ella, ansiosos por capturarla.
— ¡Alejáos de mi, desgraciados! — gritó Asradi, retrocediendo. Su mente trabajaba rápidamente mientras buscaba una forma de escapar de la situación. No quería causar problemas, pero su vida y, sobre todo, su libertad estaba en juego.
La multitud reaccionó de diversas maneras. Algunos se alejaron horrorizados, otros estaban intrigados y algunos, como los hombres armados, mostraban interés en lucrarse con la captura de una sirena. Asradi sabía que no podría permitir que la atraparan. Con un movimiento ágil, se deslizó entre la multitud, buscando una vía de escape.
Sin embargo, el grupo detrás de ella no se rendiría fácilmente. Mientras corría, podía escuchar los gritos de los hombres tratando de convencer a la gente de que estaban haciendo justicia al capturar a una criatura de fantasía. "¡Es un peligro para todos!" decían, intentando justificar su caza. En su mente, Asradi solo podía pensar en cómo evitar el desenlace que le esperaba.
Su cola, aunque hermosa, era una carga en un espacio tan pequeño como el mercado. Y, no solo eso, no tenía la misma agilidad o rapidez que en el mar, por muy rápido que quisiese avanzar. Un giro a la izquierda, un salto sobre un barril y un empujón a través de un grupo de personas la llevaron hacia la calle principal, donde la multitud estaba más dispersa. Ahí, logró ganar unos segundos de tiempo. O eso creía.
Un ruido metálico resonó cuando uno de ellos sacó una red, destinada a atraparla. Asradi tomó una respiración profunda y, en un momento de desesperación, decidió que no podía seguir huyendo. Necesitaba enfrentarse a ellos.
Con un giro abrupto, se detuvo y se volvió hacia sus perseguidores. El destello plateado de su cola se hizo evidente, una visión tan magnífica que momentáneamente paralizó a sus perseguidores. Era un ser de belleza indescriptible, una representación de la majestuosidad del océano. Pero la admiración duró poco; el instinto de captura regresó rápidamente.
— ¡Atrápenla! — gritó el líder del grupo, recuperando la compostura. — Nos darán millones por ella.
La pelinegra envaró la espalda, sintiendo como el corazón le latía a mil por hora. De hecho, ya estaba comenzando a mostrar los afilados dientes tiburoniles. No había querido llegar a esa situación. Pero si la obligaban a pelear... Iba a defenderse si era necesario. Aunque tuviese que arrancar manos a mordiscos.